Francia y Alemania frenan el ardor guerrero dentro de la Unión Europea para sancionar a Rusia. Se imponen los intereses comerciales y estratégicos. La presión de algunas capitales europeas para castigar a Moscú por el ‘caso Navalni’ se topó con la ‘realpolitik’ defendida desde París y Berlín.
Pretender que 27 países defiendan una misma postura en un caso tan sensible como en el de las relaciones con su vecino ruso es una ingenuidad que ni el más voluntarista de los diplomáticos podría soñar.
La Unión Europea no puede funcionar como una ONG porque, precisamente, es una organización multigubernamental. La inquina de Polonia y los países bálticos contra Rusia no es compartida ni mucho menos por el resto de sus aliados. Sin necesidad de hacer una lista de gobiernos anti y pro-rusos, hay que constatar que, desde Roma, Viena o Atenas, la visión de lo que deben ser las relaciones con Moscú no es la misma que la de Vilna o Varsovia. Y si alguno de los gobiernos citados prefiere mantener un perfil bajo en cuanto a declaraciones oficiales, sabe que Francia y Alemania se encargarán de poner el altavoz a lo que ellos prefieren callar o manifestar en voz baja.
La reunión del Consejo de Asuntos Exteriores de la UE celebrado en Bruselas, el pasado 22 de febrero, era la primera tras la visita del representante de la diplomacia europea, Josep Borrell a Moscú. Criticar en público y frente a la prensa internacional la decisión judicial rusa con respecto al activista opositor Alexéi Navalni le valió a Borrell una respuesta que muchos en el Viejo Continente definieron como una humillación de su homólogo ruso Seguéi Lavrov.
¿Ingenuidad o prepotencia?
Resulta inconcebible que el máximo representante de la política exterior comunitaria no supiera lo que le podría esperar si se travestía en portavoz de una ONG defensora de los derechos humanos. Hasta en los peores tiempos de la llamada ‘guerra fría’ los representantes diplomáticos discutían en privado los asuntos más delicados, pero se abstenían frente a su rival de criticar una decisión soberana, y menos en su propio suelo. ¿Ingenuidad o prepotencia? ¿Exigencia de eco impuesto por la obligada comunicación a través de las redes sociales? Borrel estaba obligado a explicarse ante sus pares.
La realidad es que el francés, Emmanuel Macron y la alemana Angela Merkel ya habían calmado los ánimos bélicos de ciertas capitales que, ridiculizando el viaje de Borrell, exigían dureza contra el Kremlin. Para el presidente francés, la paz, la estabilidad y la seguridad en Europa no son posibles sin la colaboración con Rusia. La canciller alemana, aun subrayando “desacuerdos profundos” con Moscú, insistía en la necesidad de diálogo.
Castigo simbólico
Los ministros reunidos en Bruselas ya sabían cuáles eran los límites a las sanciones contra Rusia. Borrell anunció castigos contra cuatro altos funcionarios rusos, todos ellos, de una u otra manera, responsables del procedimiento judicial al que hace frente Alexéi Navalni, y por el que ha sido condenado a dos años y medio de cárcel. Una decisión considerada “de compromiso”, “mínima” o “simbólica”, que deja frustrados a ciertos gobiernos que esperaban un “castigo ejemplar”.
El Nord Stream 2 no se toca
Algunos de esos representantes de la “línea dura” anti-rusa estarían encantados con que Berlín cancelara el Nord Stream 2 acordado con Moscú, para recibir directamente el gas del mar Báltico. Merkel no cederá sobre una de sus decisiones estrella en las postrimerías de su mandato. Pocos en Alemania entenderían que su país renunciara a un acuerdo de 10.000 millones de euros y que reducirá en un 35% su futura factura de gas. El Gobierno de Joe Biden estaría también encantado con que Merkel renunciara al Nord Stream 2 y aceptara, a cambio, comprar el gas de esquisto norteamericano, como proponía de forma amenazante su predecesor, Donald Trump.
Pero, independientemente de los intereses particulares de cada gobierno europeo, ¿qué sentido tendría un enfrentamiento diplomático con Rusia en el que incluso los intereses del bloguero opositor saldrían perjudicados? ‘Los 27’ o, al menos, la mayoría de los socios comunitarios saben que Moscú no cederá ante presiones, amenazas y sanciones, sino que, como ha advertido su máximo representante diplomático, responderá con la misma dureza a esas iniciativas.