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La conquista de Siria da alas a los rebeldes islamistas apoyados por Turquía… y debilita el eje ruso-iraní

Turquía, Rusia, Estados Unidos, Irán… Las potencias mundiales y regionales vuelven a poner sus ojos (y sus ejércitos) en Siria, una guerra civil que nunca ha sido un conflicto al uso por su posición estratégica y sus implicaciones internacionales. Aunque parecía dormida, lo cierto es que en Siria la guerra no había terminado, y la ofensiva lanzada por los rebeldes sirios, formados por varios grupos, culminada este domingo, y cuya voz cantante la llevan los islamistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS), antigua filial de Al Qaeda, ha reactivado el juego de alianzas en un Oriente Próximo cada vez más inestable.

El rápido avance de las milicias rebeldes tomando en tiempo récord las ciudades de Alepo, Homs, Sana y la capital Damasco, ha pillado por sorpresa al mandatario sirio, Bachar al Asad, y a sus principales aliados: Rusia e Irán. El desempeño militar que ha provocado el derrocamiento de Asad también ha suscitado muchas preguntas de cómo estos grupos han conseguido el armamento moderno y el entrenamiento. Y, sobre todo, hasta qué punto está implicada Turquía en esta ofensiva. Durante años este país había servido de protector de los grupos de la oposición armada, incluidos grupos islamistas radicales, pero desde hace meses estaba sumido en un proceso de reconciliación con el régimen del presidente sirio.

Turquía controla desde 2016 varias zonas en el norte de Siria con ayuda de milicias locales agrupadas bajo el nombre del Ejército Libre de Siria (ELS), apenas relacionadas ya con el frente armado de este mismo nombre a inicios de la guerra civil siria. Varios de estos grupos han participado en la exitosa ofensiva rebelde. Ankara niega su implicación y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, se ha limitado a desear que la guerra termine “acorde a las exigencias legítimas del pueblo sirio”. Las primeras imágenes, hace un par de días, de banderas turcas ondeando en la ciudadela de Alepo no ayudan a este discurso neutral que está asumiendo el Gobierno turco. El ministro de Exteriores turco, Hakan Fidan, ha asegurado que “Turquía no interviene en los combates”, pero que la responsabilidad principal recaía en el régimen de Al Asad por “no haber resuelto los problemas internos”.

“Turquía lleva años jugando un papel ambiguo en la política internacional”, asegura a 20minutos Sergio Castaño, coordinador del Grado en Relaciones Internacionales de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). “Este país tiene interés en la frontera por la presencia de la comunidad kurda, pero también hay que tener en cuenta que el Gobierno de Turquía es islamista y, aunque no apoye totalmente el islamismo radical y los grupos violentos, lógicamente es mucho más favorable a que haya en Siria un gobierno próximo a sus intereses”, agrega.

El HS domina la provincia de Idlib, donde también hay presencia militar turca, aunque no está claro cuánto control tiene Ankara sobre esta zona. “Es muy probable que ni Turquía ni sus grupos afines en la zona participaran en la planificación o ejecución de las primeras horas de la ofensiva”, explica a este medio Álvaro de Argüelles, analista de El Orden Mundial. “Varias informaciones apuntan a que Turquía en octubre trató de impedir que se materializara, pero una vez empezada sí ha tomado una posición de cautela” y “poco a poco empieza a modular sus expectativas y a sumarse a la ofensiva“.

Además del interés por alejar a los kurdos de su frontera y seguir avanzando en la pugna por la hegemonía de la zona a través del Islam, los expertos consultados coinciden también en que la cuestión de los refugiados podría tener un papel relevante en los acontecimientos que se están produciendo en Siria. “Turquía no esperaba la capacidad de los rebeldes para conquistar ciudades y se ha dado cuenta de que estos grandes núcleos de población que están conquistando podrían ser una muy buena solución para el problema de los refugiados sirios, que no iban a volver a territorio de Asad pero sí al controlado por los rebeldes, como de hecho estamos viendo”, dice De Argüelles.

En el otro lado del tablero geopolítico implicado en la guerra civil siria están Irán y Rusia, aliados fundamentales de Asad que ya en el pasado consiguieron revertir el conflicto y desde 2014 dieron el equilibrio de fuerzas necesario al régimen sirio para hacer retroceder a los rebeldes. Para Irán tener influencia en Siria significa mantener un corredor entre los miembros del llamado Eje de la Resistencia, compuesto entre otros por milicias proiraníes de Irak, Siria y Hezbolá en Líbano.

“La caída de Siria significa la ruptura de ese puente aéreo. Y por tanto las posibilidades de supervivencia de Hezbolá, que ya están muy deterioradas tras los enfrentamientos de los últimos meses con Israel”, apunta el analista de EOM. “El final de Asad puede ser de alguna forma el colapso definitivo del Eje de la Resistencia en el contexto del Levante, que quedaría por fuerza circunscrito solo a Irán, Yemen y en menor medida Irak”, añade.

En cuanto a Rusia, se ha convertido en estos días en el elemento clave para intentar frenar el rápido avance contra Asad. Las Fuerzas Aéreas rusas lanzaron a diario intensos bombardeos en la retaguardia rebelde, en Idlib, y en las líneas del frente. Además, el Ministerio de Defensa de Rusia anunció maniobras navales de gran magnitud en el Mediterráneo Oriental, cerca de las costas de Siria, con empleo de armas hipersónicas. Rusia era consciente de que su papel en Siria no se circunscribía únicamente a mantener la influencia en la región, sino también en el acceso al mar, ya que su alianza con Asad le permitía tener acceso al Mediterráneo a través de los puertos sirios. El presidente ruso, Vladímir Putin, y su colega iraní, Masud Pezeshkian, habían reafirmado esta semana su apoyo “incondicional” a Al Asad y pidieron cesar los combates.

Tanto Irán como Siria han culpado de la ofensiva rebelde más a Estados Unidos y a Israel que a Turquía. Aunque en la década pasada Estados Unidos y países de la OTAN tuvieron una importante presencia en el conflicto, sobre todo en apoyo a las facciones kurdas y en la lucha contra Estado Islámico, con la llegada de Trump todo cambió. El exmandatario y actual presidente electo de Estados Unidos retiró a las tropas y dejó una presencia testimonial en algunas regiones del país, sobre todo protegiendo yacimientos petrolíferos.

“Aunque EEUU ha decidido dejar a Bachar al Asad como mal menor, lógicamente hay intereses de Rusia e Irán en la zona y la pugna entre las diferentes potencias por ganar influencia en Oriente Medio pudo llevar a Estados Unidos a tomar determinadas decisiones”, menciona Castaño. En este sentido, la intervención estadounidense en estos días no ha tenido tanto que ver con el avance de los islamistas, sino con acciones que le atribuyen a facciones cercanas a Irán. El Mando Central de Estados Unidos (CENTCOM) llevó a cabo el miércoles un ataque de “autodefensa” contra “varios sistemas de armas” presuntamente de milicias proiraníes en las inmediaciones de su base militar ‘Eúfrates’ ubicada en el este de Siria, que “representaban una amenaza clara e inminente”.

La llegada de Trump en enero va a significar que Estados Unidos adoptará “una posición todavía menos beligerante en cuanto a su presencia en conflictos internacionales”, dice el profesor de la UNIR. Tras el derrocamiento de Asad se abren muchos escenarios, pero sin duda ya ha provocado un cambio de dinámicas y de alianzas donde Turquía gana mucho peso en detrimento de Rusia e Irán.

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