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La pandemia dispara la desigualdad en todo el mundo

El 10% de la población más rica concentra ya el 52% de las rentas y el 76% de la riqueza del planeta, mientras que el 50% más pobre solo capta el 8% de los ingresos y el 2% del patrimonio

Cola para pedir ayudas en el distrito barcelonés de Nou Barris, en una foto de archivo.
Cola para pedir ayudas en el distrito barcelonés de Nou Barris, en una foto de archivo.JOAN SÁNCHEZ
LLUÍS PELLICERDANIELE GRASSO
Madrid – 

Un mundo más desigual es el legado inmediato de la pandemia. La brecha entre ricos y pobres siguió creciendo entre 2019 y 2021, cuando la covid-19 impuso un abrupto paréntesis a la etapa de crecimiento que vivía la economía global. En la cúspide de la pirámide, un reducido y selecto club de multimillonarios –el 0,001% de la población– vio cómo sus fortunas crecían un 14%. En una amplísima base, 100 millones de personas más se veían abocadas a la extrema pobreza. Según un macroestudio elaborado por el World Inequality Lab al que ha tenido acceso EL PAÍS, en los últimos dos años se ha producido una aceleración del proceso de concentración de las rentas y la riqueza que arrancó en la década de los ochenta. “Observamos un mundo todavía más polarizado: la covid ha amplificado el fenómeno del ascenso de los multimillonarios y ha dejado más pobreza”, afirma Lucas Chancel, que ha liderado la investigación.

El prestigioso laboratorio de ideas francés (codirigido por Lucas Chancel, Thomas Piketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman), pone negro sobre blanco otro año más en el proceso de desigualdad de rentas y riqueza, que se agudizó a raíz de la oleada de políticas desreguladoras y privatizadoras de los años ochenta. Ese fue el comienzo. En las dos últimas décadas, la distancia entre los ingresos del trabajo y el capital que percibe el 10% más rico de la población y el 50% más pobre se ha duplicado. Y la concentración de la riqueza ha llegado a una cuota “extrema”, puesto que el 10% más poderoso posee ya tres cuartas partes de todo el patrimonio mundial. El coronavirus no ha truncado esa tendencia. Más bien al contrario: ha acelerado ese proceso hasta llegar a una suerte de nueva belle époque para las élites de todo el mundo, puesto que la desigualdad entre los de arriba y los de abajo nunca había sido tan grande desde comienzos del siglo XX. “No se observa que el proceso iniciado a comienzos de los ochenta haya cambiado hasta ahora. Más bien se mantiene esa tendencia y lo que cabe esperar es que se haya acentuado, en particular en 2020”, sostiene Luis Bauluz, investigador del World Inequality Lab.

La globalización se presentó como una oportunidad para recortar las desigualdades entre países. Y en realidad, lo fue: ascendieron nuevas potencias como China, India o Brasil. Pero las desigualdades dentro de las naciones siguieron ensanchándose: la cúspide de la pirámide de todos los países sigue nadando en la abundancia. “En el capitalismo moderno, el grupo de ingresos de un individuo (si pertenece al 50% de abajo o al 1% de arriba) importa más que su nacionalidad para determinar los niveles de desigualdad global”, apunta el informe. Los 517 millones de ciudadanos que están entre el 10% más rico captan el 52% de los 86 billones de euros que se reparten en rentas y el 76% del enorme pastel de 510 billones que constituye la riqueza mundial. A su vez, la mitad de la población sigue lidiando con la escasez. Y buena parte de ellos, con la pobreza. El 50% de los habitantes adultos del planeta (2.500 millones de personas) solo es capaz de captar el 8% de las rentas y apenas el 2% de la riqueza. El informe constata, además, una regla: cuanto más rico es un ciudadano, más crece su riqueza. Desde los años noventa, el 0,01% más rico vio cómo crecía un 5% cada año; el 0,001%, un 5,9%, y el 0,00001%, un 8,1%. “Una cosa es segura: si las tasas de desigualdad de las últimas décadas siguen en el futuro, entonces la desigualdad global continuará incrementándose hasta alcanzar niveles enormes”, añade el estudio.

Reducción de la pobreza en EE UU y Europa

Esa tónica se repite en todas las regiones del mundo, aunque algunas han experimentado mayores incrementos de las desigualdades desde los años ochenta (Estados Unidos, Rusia e India) que otras (Europa y China). Todavía es pronto para ver todas las cicatrices que ha dejado la pandemia, pero algunas ya son patentes. El Banco Mundial estima que los sucesivos brotes de covid-19 han engrosado en 100 millones el número de ciudadanos que se hallan en extrema pobreza, hasta los 711 millones, en especial en África y Asia. Y mientras eso sucedía, un puñado de multimillonarios, el 0,001% de la población, incrementó su riqueza en un 14%. Algunos estudios señalan ya cómo en Francia aquellos con más rentas y patrimonio aprovecharon para ahorrar y soltar lastre y reducir sus deudas, mientras que los más pobres se veían obligados a pedir préstamos para capear el temporal.

Sin embargo, no todo son malas noticias. La pandemia ha obligado a multitud de países a tender redes de protección para sus ciudadanos. En Estados Unidos, el estallido de la pandemia se cebó desproporcionadamente con los ciudadanos más vulnerables. Las tasas de empleo cayeron un 37%. “Y, sin embargo, vimos que no se produjo un aumento de la pobreza. Justo lo contrario: hubo un descenso”, destaca Chancel. La actuación de la Administración mediante gasto y transferencias sociales no solo protegió a esos ciudadanos, sino que permitió reducir las tasas de pobreza entre 2020 y 2021 en un 45% en comparación con 2018. En total, 20 millones de personas escaparon de esa situación de vulnerabilidad. “¿Qué significa eso? Que las políticas sociales son efectivas, que podemos reducir la extrema pobreza en los países ricos. Y esto enfatiza un mensaje clave: la desigualdad y su reducción no es una cuestión de limitaciones económicas, sino que es una elección política sobre el tipo de sociedad en el que queremos vivir”, añade el economista. Esas ayudas, no obstante, no fueron suficientes para reducir las desigualdades a causa de la elevada tasa con la que crecieron los ingresos y el patrimonio de los más ricos.

La pandemia sí ha acelerado otro proceso que se venía produciendo desde la crisis financiera de 2008: la pérdida de la riqueza del sector público en favor del privado. Los Estados ya venían perdiendo patrimonio en los últimos 50 años, de modo que en países como EE UU o el Reino Unido (o España) toda la riqueza era privada. “Los gobiernos hoy son mucho más pobres que hace 40 años. Es una tendencia secular que observamos: el sector público se empobrece y el privado se enriquece”, resalta Chancel. La pandemia ha agudizado ese proceso, puesto que los gobiernos han protegido a sus ciudadanos elevando sus déficits públicos y endeudándose a gran escala, hasta llegar a niveles récord. Y ese incremento de la deuda ha erosionado todavía más al sector público.

Ese fenómeno lleva a la siguiente pregunta: ¿Quién pagará esa deuda? La futura recomposición de las finanzas públicas empieza a mover el debate sobre las posibles salidas que podría haber sobre la mesa: desde restructuraciones, hasta ajustes presupuestarios o el efecto de la inflación. En plata: si se regresará a planes de austeridad, como los que hubo hace una década, que ahondaron en las desigualdades. “Está todo abierto. No sabemos si habrá más impuestos sobre el consumo, si se reducirán servicios públicos, lo cual afectará a los grupos de ingresos bajos… Sería lógico que se pidiera más a los más ricos en lugar de exigir a las nuevas generaciones, que son las que han sufrido más esta crisis”, remacha Chancel.

Fuente: El País

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