Lo que las audiencias del comité del 6 de enero han demostrado es que si Donald Trump no sabía lo que ocurriría ese día, sí tenía todas las razones para entenderlo.
WASHINGTON — No hablaba en sentido metafórico. No fue un comentario dicho sin pensar. El entonces presidente Donald Trump tenía toda la intención de unirse a una turba de seguidores que sabía que estaban armados y eran peligrosos mientras marchaban hacia el Capitolio de Estados Unidos. Incluso habló de marchar él mismo hacia la Cámara de Representantes para impedir que el Congreso ratificara su derrota electoral.
Durante un año y medio, Trump se escudó en la ofuscación y las tergiversaciones, beneficiándose de la incertidumbre sobre lo que él estaba pensando el 6 de enero de 2021. El argumento era que si de verdad creía que la elección había sido robada, si en realidad esperaba que el encuentro en el Capitolio fuera una protesta pacífica, entonces: ¿podría ser considerado responsable y, de manera más improbable, acusado por el caos que siguió?
Pero en el caso de Trump, un hombre conocido por evitar dejar correos electrónicos u otros rastros de evidencia de sus motivos tácitos, cualquier duda sobre lo que en realidad pasaba por su mente ese día violento pareció desvanecerse con los testimonios presentados en las últimas semanas ante el comité de la Cámara de Representantes que investiga el ataque al Capitolio; en particular, con la comparecencia impactante de la semana pasada de una excolaboradora de la Casa Blanca de 26 años que ofreció la imagen escalofriante de un presidente dispuesto a hacer casi cualquier cosa para aferrarse al poder.
Más que cualquier otro relato del interior del gobierno que haya surgido, el recuento de Cassidy Hutchinson, la excolaboradora, echaron por tierra el relato de un presidente que no tuvo nada que ver con lo ocurrido. Cada revelación fue sorprendente por sí misma: cuando Trump exhortó a sus partidarios a “luchar con todo”, sabía que algunos de ellos portaban armas e incluso trató de impedir que se les desarmara. Estaba tan decidido a unirse a la multitud en el Capitolio que arremetió contra el personal del Servicio Secreto por negarse a llevarlo a donde estaban congregados. Y se mostró tan indiferente ante el caos que desató que sugirió que el entonces vicepresidente Mike Pence podría merecer ser ejecutado por negarse a anular las elecciones.
Pero, en conjunto, las diversas revelaciones han producido la imagen más clara hasta ahora de un intento sin precedentes de subvertir el proceso democrático tradicional de Estados Unidos, con un presidente en funciones que había perdido en las urnas y planeaba marchar con una multitud armada hacia el Capitolio para bloquear la transferencia de poder y desestimar las múltiples preocupaciones sobre el potencial de violencia en el camino.
“Parece casi imposible dar crédito a las explicaciones de inocencia de la conducta de Trump tras los testimonios que hemos visto”, dijo Joshua Matz, abogado de los demócratas de la Cámara de Representantes durante los dos juicios políticos para destituir a Trump en el Senado. “Como mínimo, transfieren en gran medida la carga a Trump y sus defensores para ofrecer pruebas de que no había actuado con un estado mental corrupto y criminal”.
Y así, casi dos siglos y medio después de que las 13 colonias estadounidenses declararan su independencia de un rey no elegido, la nación se queda sopesando una nueva y sombría visión de la fragilidad de su democracia y la cuestión de qué podría y debería hacerse al respecto, de ser posible.
En la medida en que puede haber un punto de inflexión en ese debate, el testimonio de Hutchinson resultó determinante para quienes habían estado dispuestos a dar a Trump el beneficio de la duda o quienes no estaban seguros de que el comité hubiera reunido suficientes pruebas sobre el estado mental del expresidente.
Solomon L. Wisenberg, un exconsejero independiente adjunto de Ken Starr, calificó su relato como “la evidencia” que justifica “su culpabilidad criminal en los cargos de conspiración sediciosa”. Mick Mulvaney, quien fungió como tercer jefe de personal de la Casa Blanca de Trump, dijo que lo había estado defendiendo, pero al enterarse de que Trump sabía que algunos en la multitud estaban armados y a pesar de ello los animó a ir al Capitolio “sin duda, me hace cambiar de opinión”, declaró a Fox News.
David French, un crítico conservador de Trump, había sido escéptico de que el comité produjera suficiente evidencia. “Pero el testimonio jurado de Hutchinson cierra una brecha en el caso criminal contra Trump”, escribió en The Dispatch, un sitio web conservador. Dos profesores de derecho, Alan Z. Rozenshtein, de la Universidad de Minnesota, y Jed Handelsman Shugerman, de la Universidad de Fordham, se opusieron igualmente al enjuiciamiento hasta que escucharon a Hutchinson, y escribieron en el blog Lawfare que su testimonio les hizo cambiar de opinión porque aportó “pruebas de intención”.
Las audiencias, que continuarán después de que el Congreso regrese el 11 de julio de su receso vacacional, solo han presentado la versión de la fiscalía. Con la aquiescencia de Trump, el representante por California Kevin McCarthy, líder republicano de la Cámara de Representantes, optó por no nombrar a nadie para el comité especial después de que la presidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, rechazó un par de sus selecciones originales, con lo que el panel quedó conformado en su totalidad por demócratas y dos republicanos bastante críticos del expresidente.
Ni Hutchinson ni ninguno de los otros testigos que han declarado han sido interrogados por la defensa. Su testimonio fue presentado a menudo en breves fragmentos editados y no en su totalidad y no se ha ofrecido ningún testimonio contrario. En un tribunal, si alguna vez se llegara a eso, el caso contra Trump se pondría a prueba como no se ha hecho hasta ahora.
“La presentación del comité ha sido un ejercicio estrictamente político, editado de forma engañosa”, dijo Jason Miller, quien fue asesor político de Trump durante las elecciones y después de estas.
Sin embargo, incluso fuera de los confines de la sala de audiencias, Miller y otras personas del entorno de Trump han atacado sobre todo al comité o han tratado de desmenuzar partes del testimonio en lugar de producir una gran defensa de las acciones del expresidente o una explicación alternativa de su estado mental.
En sus publicaciones en las redes sociales, Trump negó haber pedido que se permitiera la presencia de partidarios armados en su mitin. “¿Quién querría eso?”, escribió. “¡Yo no!”. Centró más su energía en fustigar a Hutchinson en términos personales mordaces (“chiflada”, “farsante total”) y se concentró en un pequeño aspecto de su testimonio, sobre si se abalanzó sobre el volante de su vehículo presidencial cuando su destacamento del Servicio Secreto se negó a llevarlo al Capitolio el 6 de enero.
A lo largo de su trayectoria política, Trump ha sobrevivido a un escándalo tras otro porque las autoridades sintieron que no era posible leer su mente. Los investigadores no pudieron demostrar que tuviera la intención de infringir la ley cuando autorizó el pago de un soborno para silenciar a una actriz porno, cuando proporcionó avalúos falsos de sus propiedades a los prestamistas o cuando trató de impedir la investigación sobre la interferencia electoral de Rusia. Los verificadores de hechos documentaron de manera similar decenas de miles de declaraciones falsas que hizo mientras estaba en el cargo, pero fueron reacios a declarar que hubiera mentido de manera deliberada.
“Aprendió de su papá, de Norman Vincent Peale y, sobre todo, de Roy Cohn, que puedes salirte con la tuya en casi todo si nunca te echas para atrás e insistes lo suficiente y en voz alta en que tienes razón y se aferró a eso hasta el viaje final” de vuelta a la Casa Blanca, dijo Gwenda Blair, su biógrafa, refiriéndose, en órden, a Fred Trump, al autor de El poder del pensamiento positivo y al abogado principal en las audiencias Ejército-McCarthy, quien se convirtió en el mentor de Donald Trump. El entonces presidente “estaba actuando en absoluta coherencia con la manera en la que ha actuado toda su vida”.
Anthony Scaramucci, un asociado de mucho tiempo que sirvió brevemente en la Casa Blanca antes de romper con Trump, ha hablado en el pasado sobre el poder de Trump para interpretar la realidad de la manera que le convenía. Pero Scaramucci dijo que había llegado a la conclusión de que Trump entendía perfectamente que la elección no fue robada y que sus acciones del 6 de enero para anularla eran ilegítimas.
“Sí creo que el presidente Trump sabe que todo lo que está haciendo es un engaño”, dijo Scaramucci. “En más de una ocasión a lo largo de la campaña” en 2016, “se dirigía a mí y a otros y decía cosas divertidas como: ‘¿Por qué la gente no puede darse cuenta de lo que ustedes se dan cuenta de mí, que estoy fingiendo y mintiendo al menos el 50 por ciento del tiempo?’. Ese tipo de bromas. Así que sabe que todo esto es una mentira”.
Lo que las audiencias han demostrado con una serie de testigos procedentes casi en su totalidad de los propios aliados y asesores del presidente es que si Trump no lo sabía, ciertamente tenía todas las razones para hacerlo. Un asesor tras otro, incluidos dos fiscales generales sucesivos y múltiples funcionarios y abogados de la campaña, le dijeron que “no había nada”, como dijo uno de ellos, cuando se trataba de un fraude electoral generalizado. Sin embargo, persistió en inventar historias descabelladas de conspiraciones.
Mientras que el fiscal general Merrick Garland debe sopesar muchos factores antes de decidir si se presenta un caso, incluyendo si es en el interés nacional acusar a un expresidente, el relato de Hutchinson de las acciones de Trump que condujeron al 6 de enero, y en ese mismo día, proporcionó los cimientos para un posible enjuiciamiento al demostrar que él y sus asesores entendían que estaban jugando con fuego.
Aunque Mark Meadows, el jefe de gabinete de la Casa Blanca, afirmó en sus memorias que Trump solo había “hablado metafóricamente” cuando prometió marchar al Capitolio, en realidad lo había discutido durante días. Hutchinson se enteró del plan el 2 de enero, cuando Rudolph W. Giuliani, el abogado personal del presidente, le dijo que Trump iría al Capitolio y que “parecería poderoso”.
Alarmada, buscó a Meadows, su jefe. “Parece que vamos a ir al Capitolio”, dijo. Meadows no levantó la vista de su teléfono, pero dejó claro que entendía el peligro. “Las cosas podrían ponerse muy muy mal el 6 de enero”, recuerda que le dijo.
En la mañana del 6 de enero, escuchó cómo Meadows era advertido de que algunos partidarios de Trump que se reunían para un mitin en la Elipse tenían armas. Pat A. Cipollone, el consejero de la Casa Blanca, advirtió que Trump no debía ir al Capitolio. “Nos van a acusar de todos los delitos imaginables si hacemos ese movimiento”, dijo, según Hutchinson.
Trump no se dejó intimidar. Esperando en una tienda de campaña para dirigirse a la multitud, restó importancia a las preocupaciones sobre la violencia. Criticó al Servicio Secreto por controlar a sus seguidores con magnetómetros, procedimiento habitual en un acto presidencial, y exigió que los retiraran. “No están aquí para hacerme daño”, dijo. “Quiten los malditos magnetómetros. Dejen entrar a mi gente”.
Dirigiéndose a la multitud, declaró que iría con ellos al Capitolio. Pero cuando subió a su vehículo blindado, el Servicio Secreto se negó a llevarlo, alegando su propia seguridad. Según lo que Hutchinson dijo que le contó más tarde Anthony M. Ornato, subjefe de personal de la Casa Blanca, Trump estalló de rabia y exigió ir allí.
En su lugar, regresaron a la Casa Blanca, donde Trump se lamentó de que su idea resultara frustrada. Mientras miraba las imágenes de televisión de sus partidarios arrasando el Capitolio, estuvo de acuerdo con los que pedían que se colgara a Pence.
De hecho, según el testimonio de Hutchinson, él estaba del lado de la turba. Como escuchó decir a Meadows: “Él no cree que estén haciendo nada malo”.