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López Obrador y Biden: la lectura entre líneas de un primer round de sombra

El pasado 1 de marzo se llevó a cabo la primera conversación telefónica entre el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y el de EE.UU., Joe Biden, quien todavía anda estrenando investidura. Según comentó López Obrador en una conferencia mañanera, la reunión se dio en un ambiente de respeto, amistad y colaboración. 

A través de un comunicado conjunto, ambos presidentes dieron a conocer que se comprometieron a trabajar juntos para combatir la pandemia del covid-19, revitalizar la cooperación económica y a explorar áreas de colaboración frente al cambio climático. También destacaron la importancia de combatir la corrupción y de cooperar en materia de seguridad. En este primer encuentro no hubo una sola discrepancia.

Fue una llamada de reconocimiento, para romper el hielo y dar por terminada la especulación de cuándo podría ocurrir y en qué términos. En términos boxísticos, no llegó ni siquiera a un round de sombra. No cabe duda que se trató de un encuentro con todos los ingredientes de la diplomacia internacional: mucho protocolo y poco sustento.

Fue una llamada de reconocimiento, para romper el hielo y dar por terminada la especulación de cuándo podría ocurrir y en qué términos. En términos boxísticos, no llegó ni siquiera a un round de sombra.

Esto es conveniente para ambos mandatarios en una primera instancia. Biden apenas está acomodando sus cosas en la Casa Blanca y evaluando el desastre administrativo que le heredó Donald Trump. Su atención y preocupación está, igual que la de López Obrador, en establecer un programa de vacunación masiva que permita la reactivación económica. La segunda es imposible sin la primera en cualquier parte del mundo, eso está claro.

Por otra parte, la palabra que repitió incesantemente López Obrador fue: soberanía. Discursivamente, en la relación de Estados Unidos y México –como cualquiera otra asimétrica entre países- siempre se reitera que se da en términos de respeto y dignidad, de iguales. Pero pocas veces esta narrativa es llevada a la práctica.

Esta vez parece diferente. López Obrador habla de soberanía pero no solo discursivamente, sino que la lleva a la práctica. En los últimos días, y como marco de la llamada telefónica, se dio en México una reforma muy importante a la industria eléctrica, que vuelve a darle al país latinoamericano la soberanía que estaba perdiendo ante las empresas privadas, principalmente estadounidenses y españolas.

Como era de esperarse, esto ha sido asumido con malos ojos por las empresas privadas que ven cómo se les escapa un negocio del que se han beneficiado por años, y que creían que seguiría así mucho tiempo más. Pero como lo dice López Obrador, México no deber ser un territorio de conquista o saqueo, y menos a costa de su soberanía energética.

Aunque empresarios, cabilderos y funcionarios estadounidenses han manifestado su desacuerdo ante los cambios legales [sobre el tema energético], lo cierto es que Joe Biden no mencionó nada al respecto en la reunión y se mantuvo en los márgenes de una conversación sin riesgos ni puntos de desencuentro.

Y aunque empresarios, cabilderos y funcionarios estadounidenses han manifestado su desacuerdo ante los cambios legales, lo cierto es que Joe Biden no mencionó nada al respecto en la reunión y se mantuvo en los márgenes de una conversación sin riesgos ni puntos de desencuentro. Y el tema de la industria eléctrica no es el único polémico, a nivel internacional, en el que el gobierno de López Obrador está metido en defensa de su soberanía.

Hace unos días, Pemex y Braskem, filial de Odebrecht, alcanzaron un acuerdo para modificar el contrato de suministro de gas, con lo que la empresa pagará ahora el precio internacional de referencia y no al precio preferencial, que se había acordado en 2010, durante la administración de Felipe Calderón. Esta renegociación del contrato significa un ahorro de casi 700 millones de dólares para el Estado mexicano.

De igual forma, Pemex anunció que ya no renovaría un contrato con la calificadora Fitch, firma que evaluaba, entre otras cosas, la deuda de la petrolera estatal. Estas calificadoras, que fueron incapaces de anticipar la crisis financiera de 2008, ya sea por ineptitud o corrupción, suelen ejercer presiones a los países emergentes, que los orillan muchas veces a contratar deudas internacionales con altas tasas de interés.

Sobre todo esto, Biden no mencionó nada de momento. La plática de alrededor de media hora se centró en los temas migratorios, en las tácticas de cada país para combatir la pandemia y en cómo se vislumbra la reactivación económica. Aunque pudiera parecer cuestión sin importancia, el hecho que Biden haya mantenido el carácter de la reunión en términos amistosos y diplomáticos, sin pretender amedrentar al interlocutor, es algo muy valioso y significativo para la nueva etapa de la relación México-Estados Unidos.

Todos recordamos la arrogancia y la intimidación que practicaba Donald Trump. Esos apretones de mano, lo mismo a los rivales internos que a los presidentes de otros países, incluyendo al propio Emmanuel Macron, de Francia. No olvidamos su lenguaje corporal contra las mujeres, lo mismo para Hillary Clinton en campaña que con Angela Merkel, la poderosa canciller alemana. Trump era un tipo sin formas y eso creaba un importante espacio de tensión entre los interlocutores.

Joe Biden no es así. No tiene la vulgaridad y el poco tacto que caracterizaba a Trump. Pero en el fondo no es un caballero como la gente lo supone, sino simplemente otro mandatario estadounidense que ejercerá una presidencia imperial. Muestra de ello es el bombardeo que realizó contra Siria hace apenas unos días, solo para hacer notar que Estados Unidos está de vuelta en el vecindario de Medio Oriente, con la misma naturaleza asesina y abusiva de siempre.

Trump era un tipo sin formas y eso creaba un importante espacio de tensión entre los interlocutores. Joe Biden no es así. No tiene la vulgaridad y el poco tacto que caracterizaba a Trump. Pero en el fondo no es un caballero como la gente lo supone, sino simplemente otro mandatario estadounidense que ejercerá una presidencia imperial.

Veremos qué resulta en los siguientes meses, cada vez que México pretenda hacer valer su soberanía, esa que hipotecaron los últimos presidentes neoliberales a cambio de contratos con empresas internacionales, que solo beneficiaban a los privados y a los funcionarios en turno, pero nunca a México.

Aunque todo mundo clama que esta defensa de la soberanía le abriría varios frentes al gobierno de López Obrador, personalmente creo que pasaría lo mismo que en la renegociación de los contratos entre Pemex y la filial de Odebrecht. Los nuevos acuerdos siguen siendo benéficos para los privados, pero ya no se trata de las condiciones entreguistas y las ganancias estratosféricas del pasado. Dicen en mi pueblo: hay que ser puerco pero no tan trompudo.

La relación ente México- Estados Unidos seguirá acaparada por los temas clásicos: migración, narcotráfico, lavado de dinero, tráfico de armas, problemáticas fronterizas, etcétera. Pero ha quedado claro que un concepto añejo que nunca fue incluido por los anteriores gobiernos de México, ahora tendrá un papel preponderante: respeto a la soberanía nacional. Y no solo en el discurso

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