En el pasado, los arsenales nucleares eran la prioridad en los acuerdos internacionales. Pero las amenazas digitales, más difíciles de verificar, prueban que los elementos de disuasión que mantuvieron una tensa paz durante la Guerra Fría podrían no funcionar ahora.
GINEBRA — Durante 70 años, las reuniones entre presidentes estadounidenses y líderes soviéticos o rusos estuvieron dominadas por una amenaza acechante: los vastos arsenales nucleares que las dos naciones comenzaron a acumular en la década de 1940 como instrumentos de intimidación y, si la disuasión fallaba, de mutua aniquilación.
En la actualidad, mientras el presidente Joe Biden se preparaba para reunirse con el presidente Vladímir Putin en Ginebra el miércoles 16 de junio, las armas cibernéticas fueron por primera vez la máxima prioridad.
Ese cambio se ha estado gestando durante una década, a medida que Rusia y Estados Unidos, los dos adversarios más hábiles en el terreno cibernético, han recurrido a un creciente arsenal de técnicas para librar lo que se ha convertido en un conflicto diario de bajo nivel. Pero en las cumbres, ese tipo de justas por lo general eran tratadas como un espectáculo secundario en comparación con la competencia principal de las superpotencias.
Ya no es así. El ritmo y la sofisticación cada vez mayores de los recientes ataques a la infraestructura estadounidense —desde los oleoductos que recorren la costa este hasta las plantas que proporcionan una cuarta parte de la carne de Estados Unidos, las operaciones de hospitales y el propio internet— han revelado un conjunto de vulnerabilidades que ningún presidente puede ignorar.
Para Biden, las armas nucleares siguen siendo importantes, y sus ayudantes afirmaron antes del encuentro que los dos presidentes pasarían una buena cantidad de tiempo debatiendo una “estabilidad estratégica”, como se le llama a la contención de una escalada nuclear. Sin embargo, la tarea más inmediata, Biden les dijo a sus aliados la semana pasada en una cumbre del Grupo de los Siete en Cornualles, Inglaterra, y en una reunión de la OTAN en Bruselas, era convencer a Putin de que pagará un alto precio si sigue jugando a ser el maestro de la disrupción digital.
No será fácil. Si una década de intensificación de los conflictos cibernéticos nos ha enseñado algo es que, en gran medida, las herramientas tradicionales de disuasión han fracasad
Y aunque a Putin le encanta presumir de sus enormes inversiones en nuevos torpedos nucleares y armas hipersónicas, también sabe que no puede usarlos. Su arsenal de armas cibernéticas, en cambio, es utilizado a diario.
“No hay garantía de que se pueda cambiar el comportamiento de una persona o de su país”, dijo Biden. “Los autócratas tienen un poder enorme, y no tienen que responderle al pueblo por sus acciones”.
La disuasión es un problema en el que muchos de los principales asesores de seguridad nacional de Biden han estado pensando durante años, basándose en sus experiencias en la primera línea del conflicto cibernético en la Agencia de Seguridad Nacional, el Departamento de Justicia y el sector financiero. Son los primeros en afirmar que los tratados de control de armamentos, la principal herramienta utilizada en la era nuclear, no están bien adaptados al mundo cibernético. Existen demasiados actores —naciones, grupos criminales, organizaciones terroristas— y no hay manera de realizar algo equivalente a contar ojivas y misiles.
No obstante, su esperanza es lograr que Putin comience a hablar sobre objetivos que deberían estar vedados en tiempos de paz. La lista incluye redes eléctricas, sistemas electorales, tuberías de agua y energía, plantas de energía nuclear y —lo más delicado de todo— sistemas de comando y control de armas nucleares.
En papel, eso parecería ser relativamente fácil. Después de todo, un grupo de expertos de las Naciones Unidas, con representantes de todas las principales potencias, ha acordado en repetidas ocasiones algunos límites básicos.
Pero en la práctica está resultando ser terriblemente difícil, mucho más que el primer intento de control de armas nucleares que el presidente Dwight Eisenhower abordó con Nikita Khrushchev en Ginebra hace 66 años, justo antes de que la Guerra Fría se convirtiera en una aterradora carrera armamentista y, siete años después, en un enfrentamiento nuclear en Cuba.