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Los talibanes reabren un deslucido Museo Nacional de Kabul

La construcción de una nueva sede para albergar la valiosa colección arqueológica afgana ha quedado en suspenso tras la llegada de los fundamentalistas al poder

PETROS GIANNAKOURIS 
            ÁNGELES ESPINOSA

Los talibanes han reabierto el Museo Nacional de Afganistán, en Kabul. El llamado Cuenco de Buda (Bhiksha Patra) sigue recibiendo a los visitantes. Pero la ausencia de la sala dedicada a la época budista y el triste estado de la colección deslucen la noticia de la que apenas se ha hecho eco la prensa local. La colección, que cerró sus puertas el 15 de agosto cuando los fundamentalistas tomaron el poder, ni siquiera cuenta con cámaras de vigilancia y fía sus tesoros a los candados que los responsables de cada galería colocan al concluir su jornada laboral. El proyecto de una nueva sede ha quedado en suspenso con el cambio de régimen.

A la puerta del recinto, un par de milicianos cachean a los visitantes. También han previsto una encargada para registrar a las mujeres. La taquilla está vacía. En su lugar, una urna invita a hacer una contribución. El museo, que alberga una de las colecciones arqueológicas más importantes del mundo, arrastra problemas de financiación. “Nunca hemos tenido un presupuesto independiente, siempre hemos dependido del Ministerio de Información y Cultura”, confía Jalaluddin, su relaciones públicas que como muchos afganos solo usa un nombre.

En gran medida, su estado es un reflejo del país. En 1993, durante la guerra civil, el museo fue bombardeado y a los daños que sufrieron las piezas de las galerías superiores se sumaron las perdidas por el saqueo posterior. La mermada colección recibió un nuevo golpe en marzo de 2001, tras la fetua contra los iconos del entonces líder talibán, el mulá Omar. Hay dudas sobre el número de estatuillas realmente destruidas. Muchos especialistas consideraron que se trataba de una tapadera para ocultar un lucrativo negocio de venta de piezas arqueológicas. En cualquier caso, el resultado fue una nueva pérdida de patrimonio afgano.

El director del museo, Mohammad Fahim Rahimi, declarará más tarde por teléfono que la reapertura el pasado fin de semana fue “una decisión de los dirigentes del Emirato Islámico”. No está claro si buscan confirmar sus promesas de respetar el patrimonio o tratan de potenciar la imagen de seguridad que exhiben como el mayor logro de su llegada al Gobierno.

El museo se cerró para proteger las antigüedades y prevenir su pillaje. Rahimi desmiente que durante el cambio de régimen el pasado agosto tuviera lugar un saqueo como se ha rumoreado. “No se robó, destruyó o rompió nada. Todo está en su sitio”, señala.

En la visita a la planta baja, dedicada al periodo islámico todo parece igual que durante la última visita de esta corresponsal, en 2014. Sin embargo, en el primer piso, solo están abiertas la exhibición de Bactria (región histórica de Asia Central que incluía parte de lo que hoy es Afganistán), la etnográfica y otra que reúne espadas y piezas menores. El famoso pie de Zeus, parte de una estatua griega del siglo III a. C., no puede verse porque el responsable de la sala donde se reúnen las piezas devueltas por Japón en los últimos años “ya se ha ido”, aduce el relaciones públicas del museo. También está cerrada la galería dedicada al periodo budista.

Dado el precedente de la destrucción de los budas gigantes de Bamiyán la primera vez que los fundamentalistas estuvieron en el poder, ¿ha sido censurada? “No hemos recibido ninguna presión”, asegura Rahimi. El director explica que la muestra se cerró hace cinco meses porque “se planeaba renovar con ayuda de uno de los donantes internacionales, pero que la transición [política] ha impedido hacerlo”. En apoyo de sus palabras, en la sala bactriana se exhiben tres cabezas del periodo budista con un texto que explica la llegada de esa religión 1.000 años antes del islam. El Bhiksha Patra de la entrada resulta menos controvertido porque no es antropomorfo y está recubierto de invocaciones que, de alguna manera, lo islamizan.

Apenas se expone entre un 2% y un 3% de las 150.000 piezas que la galería guarda en su sótano. “Es un museo pequeño, con pocas salas, lo que hace muy difícil sacar partido de nuestros fondos”, señala Rahimi. La transición, como él llama al cambio de régimen, también ha paralizado los planes para sustituir la actual sede, un edificio colonial británico del siglo XIX, por el proyecto que el estudio AV62 arquitectos de Barcelona entregó al Gobierno afgano el pasado junio, apenas dos meses antes de la llegada de los talibanes y casi nueve años después de haber ganado el concurso internacional para un nuevo museo.

“El nuevo edificio es fundamental para nosotros. He hablado con el ministro y el viceministro de Cultura, y también se muestran interesados, pero está el problema de la financiación”, confía el director. Antes de la llegada de los talibanes, algunos donantes se habían mostrado dispuestos a sufragar al menos una parte de su coste, estimado en 51 millones de euros en su última versión. “Espero que todavía exista esa posibilidad. Es muy importante. El ministro y el viceministro lo apoyan”, subraya Rahimi.

El director de AV62 Arquitectos, Toño Foraster, también apuesta por ello. “Pusimos mucha ilusión en el proyecto, y nos gustaría que saliera adelante”, afirma en un intercambio de mensajes. Sin embargo, antes de que eso sea posible, hace falta que la comunidad internacional reconozca a los nuevos gobernantes afganos, algo que no parece a la vuelta de la esquina.

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