“No voy a empezar guerras, voy a frenarlas”, ha prometido el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, tras derrotar a la demócrata Kamala Harris en las elecciones estadounidenses de este martes. Con estas palabras el mandatario dejaba claro que un pilar de su política será explotar su faceta internacional. Donde su capacidad de terminar con los dos conflictos más influyentes en este momento, Ucrania y Gaza, será la punta de lanza. Trump es un ferro defensor del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que ha visto como la llegada del republicano le insufla un importante apoyo. Además, con Trump también se acabará con las aspiraciones de que un acuerdo nuclear con Irán, cuya posibilidad podía estar rebajando la intensidad del cruce de ataques con el Estado hebreo. La victoria de Trump deja muchas incógnitas, aunque lo que sí está claro es que las políticas que desarrolle en la región serán pensando en la adaptación de su famoso lema de campaña: Israel First.
Netanyahu fue uno de los primeros en felicitar a Trump por su victoria. Y es que la relación va más allá de la de dos mandatarios que se encuentran en reuniones oficiales. Trump ha explotado tanto el fracaso del Gobierno de Biden (y por consiguiente de la vicepresidenta Kamala Harris) en conseguir un acuerdo de paz en Gaza como la mala relación entre el actual Gobierno y Netanyahu. De hecho, durante la campaña electoral se produjo un encuentro en su casa de Mar-a-Lago, en Florida, entre Trump y Netanyahu durante la visita de este a EEUU en julio. Fue en ese momento donde el estadounidense le habría dejado claro al primer ministro que quería que la guerra en Gaza esté terminada para cuando él asuma el cargo en enero, según medios hebreos.
La fractura en la relación entre Netanyahu y la candidata demócrata, Kamala Harris, se hizo evidente cuando ella decidió ausentarse de su discurso ante el Congreso de Estados Unidos en julio. Para Álvaro de Argüelles, analista de El Orden Mundial, no es descartable que existiera la posibilidad de que Netanyahu no le quisiera otorgar a Biden y Harris el logro político de llegar a un alto el fuego. “Un logro político que, sin embargo, sí daría gustosamente a Donald Trump”, explica.
Netanyahu puede encontrar con Trump vía libre en sus aspiraciones en la Franja de Gaza de mantener un control de seguridad y colonizar el norte del enclave. Además de anexionarse Cisjordania, claros objetivos de sus socios de gobierno ultraderechistas de Biden y que Trump ya dejó claro en su primer mandato que no sería un obstáculo para él. Durante su estancia en la Presidencia, Trump reconoció Jerusalén como capital de Israel, cortó fondos a la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), respaldó la expansión de asentamientos en Cisjordania e impulsó los Acuerdos de Abraham. “Lo que Netanyahu lleva queriendo desde hace unos meses no es tanto un alto al fuego, porque las hostilidades como tal se han reducido, sino la legitimación del statu quo. Es decir, que se mantenga la situación actual en la que el norte de Gaza está despoblada y el Ejército israelí está dentro de la Franja”, añade el analista de EOM.
Pese a ello, Trump ha prometido acabar con la guerra y, por tanto, tendrá que manejar a un Netanyahu envalentonado que se ha hecho fuerte dentro de su Gabinete, poniendo a su lado a figuras con discursos todavía más extremistas. Este martes el primer ministro destituyó a su ministro de Defensa, Yoav Gallant, por discrepancias en la gestión de la guerra en Gaza, y nombró como su sustituto al hasta ahora titular de Exteriores, Israel Katz. Trump tiene como principal herramienta de presión sobre Israel la misma que ha tenido Biden, que es la posibilidad de condicionar la entrega de material militar al cumplimiento de ciertas políticas. Aunque estas amenazas también las ha realizado de forma velada el Gobierno de Biden, lo cierto es que no solo no se han llevado a cabo, sino que continúa el constante flujo de envío militar. “Lo que ha cambiado no es la capacidad de presión de Estados Unidos, que se mantiene igual, sino la predisposición de Netanyahu“, asegura De Argüelles.
Si Estados Unidos se involucra activamente en algo, sería solo en esa hipotética campaña de destrucción del arsenal nuclear iraní y que requeriría por necesidad de la tecnología militar estadounidense para la destrucción de determinadas instalaciones que Israel por sí sola no puede llevar a cabo.
Otro aspecto a tener en cuenta en la escalada de Oriente Medio es cómo reaccionará Trump ante otro hipotético cruce de ataques entre Irán e Israel. La vuelta de Trump a la Casa Blanca hace mucho más remota, por no decir imposible, la vuelta de un acuerdo nuclear con Irán, que se esperaba que una Administración de Kamala Harris pudiera volver a impulsar. “Irán ahora está dudando qué hacer”, manifiesta a este medio Javier Gil, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas. “Lo que sabemos es que Irán no tiene el arma nuclear, pero sí tecnología y el uranio enriquecido suficiente para poder cruzar esa línea y armar una bomba nuclear”, añade.
Cuando Israel planeaba la respuesta a la espiral de violencia iraní, Biden prohibió públicamente tanto el ataque a instalaciones petrolíferas como a instalaciones nucleares, algo que con Trump podría ser diferente. “No sabemos si Trump pondría esa clase de condicionalidades si incluso participaría de la campaña de destrucción de la infraestructura nuclear iraní, para la que el apoyo de Estados Unidos de cierta tecnología anti búnker estadounidense es vital”, agrega De Argüelles.
El portavoz del Ministerio de Exteriores iraní, Ismail Baghaei, indicó que las elecciones estadounidenses son una oportunidad para “corregir los enfoques y políticas equivocados” de Washington hacia Teherán. Aunque el Gobierno salió a restar importancia a la llegada del nuevo inquilino del Despacho Oval, las aspiraciones de Irán para recuperar la normalidad pasaban por la eliminación de las sanciones, por lo que indudablemente un político más beligerante con su país en la Presidencia de la primera potencia del mundo les afectará. Para Gil, es muy probable que Estados Unidos e Israel quieran meter presión a Irán, pero “no tiene que ser militar”, sino también política y, sobre todo, económica.