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Para entender el nuevo extremismo, hay que mirar a la historia

Algunas de las reglas que protegen a los países europeos, incluso cuando los candidatos de extrema derecha prosperan, no se aplican en Estados Unidos. Eso ha hecho que el Partido Republicano sea vulnerable a las corrientes radicales.

Creo que hoy en día, la pregunta primordial en la política estadounidense es “¿¿¿qué *palabrota que mi editor no me permite usar* está sucediendo???”.

Durante la campaña de las elecciones primarias de 2015, muchas personas esperaban que la clase dominante de los republicanos expulsara a Donald Trump y sus aliados de la corriente principal, pero más bien ha ocurrido lo contrario: Trump ganó las elecciones primarias y luego la presidencia. Desde entonces, hay una tendencia a expulsar a los republicanos que intentan combatir ese extremismo desde el interior del partido. La representante republicana de Wisconsin, Liz Cheney, quien participó en la investigación relacionada con el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, este año perdió en las elecciones primarias. Pero ella no es la única: de los 10 congresistas republicanos que votaron a favor del juicio político contra Trump por el asalto, ocho se han retirado de las elecciones primarias o las han perdido.

Además, hay un movimiento creciente dentro del Partido Republicano de negarse a aceptar derrotas en las elecciones. Esto es un repudio a lo que es, sin duda, el elemento más esencial de la forma de gobierno democrática.

Muchas de las explicaciones de estos acontecimientos se centran en la participación de las élites influyentes, entre ellas personalidades de los medios como Tucker Carlson y, desde luego, el mismo Trump. Otras se centran en los votantes; por ejemplo, yo escribí en 2015 que, en el transcurso del tiempo, los electores con una personalidad autoritaria se habían metido al Partido Republicano y conformado un poderoso electorado para los políticos dispuestos a satisfacer sus demandas. También algunos investigadores como Liliana Mason, una politóloga de la Universidad Johns Hopkins, han documentado la manera en que la polarización partidista ha aumentado el extremismo político en la derecha estadounidense.

Tucker Carlson, presentador de Fox News, y el expresidente Donald Trump en el Trump National Golf Club de Bedminster, Nueva Jersey, en julio.
Credit…Doug Mills/The New York Times

Los dos componentes son importantes, pero si observamos a Estados Unidos con una perspectiva comparativa, junto con otros países que han experimentado el auge de movimientos extremistas dentro de la política dominante, vemos que un tercer elemento también es fundamental para entender la historia en su totalidad: cómo la formación del Partido Republicano moderno pudo haberla dejado institucionalmente débil y susceptible a ser controlada por una facción que, al parecer, ahora impugna los aspectos fundamentales de la democracia estadounidense.

Para entender la manera en que la formación de los partidos en el pasado afecta su estabilidad en el presente, es útil echar un vistazo a la historia… antigua.

En el Reino Unido, el Partido Conservador moderno, al que por lo común se le conoce como “el partido de los tories”, nació en el siglo XIX a partir de un partido parlamentario que se expandió “desde el centro”, señaló Daniel Ziblatt, un politólogo de la Universidad de Harvard y autor de Conservative Parties and the Birth of Democracy. Eso significaba que el Partido Conservador era relativamente estable como institución, capaz de ejercer un importante control sobre la persona que llegaba al poder dentro de él y cómo manejaban el poder cuando ya estaban en el cargo.

Ziblatt mencionó que, por el contrario, el partido conservador nacional de Alemania de principios del siglo XX, se desarrolló como una “fusión de las fuerzas de la derecha”, sobre todo en el periodo de Weimar. Con el tiempo, fue absorbido por los nacionalistas de derecha que al final permitieron el ascenso de los nazis. Uno de los dirigentes del partido formaba parte del gabinete cuando Hitler llegó al poder.

Como esas fusiones tienden a originar negociaciones débilmente institucionalizadas entre las facciones, en vez de instituciones centrales fuertes, “este tipo de partidos suelen ser propensos a la radicalización”, explicó Ziblatt.

A primera vista, quizás parezca que esa no es la historia del Partido Republicano estadounidense. Después de todo, lleva existiendo más de un siglo; fue el partido de Lincoln; su sobrenombre es Gran Viejo Partido.

Pero si analizamos un más en detalle el desarrollo del Partido Republicano desde la década de 1960, el panorama es muy diferente. De hecho, durante gran parte del siglo XX, el Partido Republicano del sur no existía de ningún modo importante. Durante la era de Jim Crow, los estados del sur eran gestionados por el Partido Demócrata como regímenes segregacionistas de un solo partido.

Además de eliminar el derecho al voto de los estadounidenses negros y limitarlo mucho para los electores blancos cuyas preferencias no convenían a las élites gobernantes, los demócratas del sur usaban restricciones jurídicas y hostigamientos extrajudiciales para reprimir a los partidos de oposición, escribió Robert Mickey, un politólogo de la Universidad de Míchigan, en su libro Paths out of Dixie: The Democratization of Authoritarian Enclaves in the American South, 1944-1972.

El resultado fue que el Partido Republicano prácticamente no contaba con una infraestructura institucional ni una base de electores en el “Sur Sólido” de los demócratas. Cuando, finalmente, gracias a la Ley de Derechos Civiles y la Ley de Derecho al Voto, las elecciones competitivas se extendieron a esa región, los republicanos tuvieron que construir partidos estatales a partir de cero.

Una de las formas más exitosas de hacer eso fue mediante las fusiones con los contingentes disidentes de los políticos segregacionistas del Partido Demócrata, comentó Angie Maxwell, directora del Centro de Política y Sociedad del Sur Diane D. Blair de la Universidad de Arkansas, y coautora de The Long Southern Strategy: How Chasing Votes in the White South Changed American Politics.

“Fue difícil porque prácticamente no había Partido Republicano”, mencionó Maxwell. “Los políticos importantes tuvieron que ponerse de pie y cambiar de partido, Strom Thurmond fue el primero en hacerlo. Se trataba de asumir las consecuencias y decir: ‘Voy a ser republicano’ y comenzar a construir un partido”.

El gobernador Strom Thurmond de Carolina del Sur, a la derecha, reaccionando ante los aplausos de los delegados en Birmingham, Alabama, tras ser nominado por los Dixiecratas para la presidencia en 1948.
Credit…Associated Press

Los primeros estados donde desertaron los políticos, como Misisipi y la Carolina del Sur de Thurmond, se volvieron republicanos firmes con relativa rapidez, comentó Maxwell. En cambio, Arkansas, donde el republicano liberal Winthrop Rockefeller, hermano del gobernador de Nueva York Nelson Rockefeller, lideró la actividad del Partido Republicano moderno, no pasó a ser controlado por los republicanos sino hasta décadas después.

Así que, como el Partido Republicano recibió a los antiguos políticos y electores segregacionistas que trajeron a su rebaño, el partido resultante fue una fusión entre el aparato del viejo partido y el nuevo contingente de disidentes del sur autoritario y segregacionista.

A partir de la década de 1970, los grupos evangélicos ayudaron a forjar lazos entre el movimiento conservador en general y los electores blancos del sur al rediseñar las iniciativas del gobierno federal de abolir la segregación en las escuelas sureñas, lo cual implicaba dejar de exentar de impuestos a las academias cristianas solo para blancos, como un ataque a la libertad de religión de los cristianos evangélicos. Eso ayudó a que los republicanos ganaran las elecciones, sobre todo en el sur, pero, de hecho, cedió al movimiento evangélico parte del poder para fijar la agenda del partido, señaló Daniel Schlozman, un politólogo de la Universidad Johns Hopkins y autor de When Movements Anchor Parties: Electoral Alignments in American History.

Como escribí en mi reciente columna sobre Suecia, ahora es común que en muchos países los candidatos de extrema derecha obtengan cerca del 25 por ciento del voto popular. Pero en la mayoría de los sistemas eso significa que queden excluidos del poder o que solo sean miembros de una coalición multipartidista. Sin embargo, en Estados Unidos, esos candidatos pueden asumir el control de un partido nacional y, con él, de los tres poderes de gobierno.

Las cosas no siempre fueron así. Los partidos estadounidenses siempre han sido amplias coaliciones de intereses regionales e ideológicos y, durante un tiempo, parecía que los votantes y políticos del Sur desempeñarían en la coalición republicana un papel similar al que tenían antes en la demócrata, apoyando el programa principal del partido nacional aunque las preferencias locales fueran muy diferentes.

Pero no fue así. Según Ziblatt, la evolución del partido fue como una especie de proceso en dos etapas. “En la primera, había una serie de maniobras estratégicas activas realizadas por los dirigentes políticos con el fin de formar estas coaliciones. Para que los republicanos conservadores se alinearan con los republicanos del sur y crearan un Partido Republicano del sur. Pero ya que creaste esa coalición, te quedas atrapado por ella. Esto es porque en la segunda etapa los electores son importantes”.

Maxwell explicó que los cambios al sistema de las elecciones primarias, que les dieron a los electores específicos mayor poder para elegir a los candidatos de manera directa, debilitaron el control del partido sobre sus candidatos y, por ende, todavía más sobre su agenda. También en fechas más recientes, los estados del sur han adelantado sus elecciones primarias, lo cual hace que tengan mayor influencia sobre las candidaturas a la presidencia.

Votantes potenciales haciendo fila para votar en las elecciones primarias estatales en el Departamento de Bomberos de Columbia, Carolina del Sur, en junio
Credit…Logan R. Cyrus para The New York Times

Las elecciones primarias de los republicanos consisten en que el ganador casi siempre se queda con todo. Eso significa que los candidatos que logran ganar un bloque de respaldo comprometido pueden llegar a las elecciones generales, incluso si en las primarias ni siquiera están cerca de alcanzar una mayoría de electores.

Y como en las últimas décadas los votantes se han clasificado según criterios geográficos y educativos, es más difícil para los candidatos liberales o moderados reunir un bloque de votantes que gane las primarias. Muchas personas que antes les habrían votado son ahora demócratas o viven en ciudades con una tendencia demócrata.

Por ejemplo, Trump ganó las elecciones primarias iniciales para la presidencia con una tercera parte o menos de los votos. Pero eso fue suficiente para ganar a los delegados de esos estados, los cuales pronto obligaron a otros candidatos a retirarse, así que se convirtió en el principal candidato. Como Estados Unidos está tan polarizado, el partidismo fue suficiente para llevarlos a él y a muchos otros candidatos de su sector del partido hasta la meta en las elecciones generales.

“Tal vez haya habido algunas otras decisiones estratégicas que tomaron los dirigentes políticos en las décadas de 1970 y 1980, pero al tomar estas decisiones de manera jerárquica, ahora han quedado atrapados”, comentó Ziblatt.

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