La candidata derechista, antigua guerrillera peronista, representa hoy a la derecha más pertinaz. Los sondeos le son favorables
Con los dedos en V, el pelo negro ensortijado y la mirada hacia lo alto, Patricia Bullrich muestra a quien lo quiera ver que ella es peronista. Y no una cualquiera. En 1983, cuando una cámara captó aquella foto tan icónica, Argentina vivía en el ocaso de la dictadura militar. Bullrich acababa de poner fin a un exilio iniciado en 1977 que la llevó a Brasil, Estados Unidos y México. Su militancia en Montoneros, el grupo guerrillero del peronismo revolucionario, la había puesto en la mira de la dictadura de Jorge Rafael Videla. Era cuñada de uno de los jefes de la organización, Rodolfo Galimberti, y bajo su mando participó en un par de atentados fallidos en Buenos Aires. Cuarenta años después de aquel regreso militante, Bullrich es lo que se dice una conversa. Hoy representa a la derecha más recalcitrante de Argentina y aspira a que su promesa de mano dura contra la delincuencia y la corrupción y su antiperonismo extremo la lleven a la Casa Rosada tras las elecciones de octubre.
Bullrich lleva también el apellido Luro Pueyrredón. Sus raíces familiares se remontan a la independencia argentina de España, y muchos de sus antepasados dan nombre a calles, avenidas, barrios y plazas de todo el país. También al centro comercial más exclusivo de la capital argentina, el Patio Bullrich. En los setenta era común que los jóvenes de “familias bien” se sintieran atraídos por las banderas de la justicia social peronista. Los más radicales se sumaban a los movimientos guerrilleros contra los gobiernos militares. Al final del día, esas organizaciones tenían un esquema militar. Bullrich es hija de ese cromosoma castrense que, en su caso, se vació poco a poco de los idearios revolucionarios primigenios. Hoy es de derechas. Defiende el aborto y respeta la diversidad sexual, pero son sus únicos matices. Completó su metamorfosis política durante el Gobierno de Mauricio Macri, entre 2015 y 2019, como ministra de Seguridad. La Piba, como le dicen, se vestía de militar e inundaba las redes sociales con vídeos en los que incautaba alijos de drogas, levantaba piquetes de protesta o detenía delincuentes.
“Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar”, gritaban los jóvenes de los setenta. “Conmigo, esto se acaba”, escribe Bullrich 50 años después ante cada corte de carretera, reclamo social, asalto violento o denuncia de corrupción. Las palabras clave de su campaña son “fuerza”, “coraje” y “cambio”. “Si no es todo, es nada”, dice el eslogan de su primer spot de propaganda. El mensaje tiene múltiples destinatarios. La “decadencia” argentina, dice, es culpa del peronismo y, sobre todo, de Néstor y Cristina Kirchner. Por eso convoca a la construcción de un país que “destruya, dinamite y desarme la economía que generó el kirchnerismo”. El uso de la dinamita entusiasma a aquellos que están hartos de la crisis económica. Aquí, dice Bullrich, ya no hay espacio para “los tibios” y solo “ir por todo” permitirá recomponer el orden perdido. ¿Quién es tibio y no va a fondo? Su rival en las primarias de Juntos por el Cambio, Horacio Rodríguez Larreta. El alcalde de la ciudad de Buenos Aires se siente más cómodo en el centro y resiste la deriva autoritaria de la principal alianza opositora, fundada por el expresidente Mauricio Macri. “Nunca me puse a gritar ‘Yo voy a sacar a los de la droga’. Los saqué y punto”, le responde a Bullrich.
Bullrich usa su historia de vida como arma política. A los 67 años, puede decir a su electorado: “Estuve del otro lado y sé muy bien de lo que hablo”. El kirchnerismo ha armado un relato a partir de la memoria de aquellos jóvenes de los años setenta. Eso ha fracasado y huele a viejo, dice Bullrich, y ofrece a cambio orden, progreso y autoridad. Su discurso teje redes con la derecha tradicional y también con la extrema. Allí está Javier Milei, un economista neoliberal que promete reducir el Estado a su mínima expresión y dolarizar la economía. Sus votantes son jóvenes cansados de “la casta” política, como la llama Milei. Bullrich pelea por esos votos de barricada antisistema y se radicaliza a medida que sube en las encuestas. Tiene a su favor la ola conservadora que recorre la región, con figuras de peso como el brasileño Jair Bolsonaro, Nayib Bukele en El Salvador o José Antonio Kast en Chile.
Bullrich se verá cara a cara en las urnas con el alcalde Horacio Rodríguez Larreta el 13 de agosto, en elecciones primarias. Si gana, y es muy posible que lo haga, participará de la carrera final en octubre contra el candidato del peronismo, Sergio Massa. Los sondeos anticipan que la dama de hierro argentina está muy cerca de la Casa Rosada.