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Cuando Sebastián Piñera, asumió su segundo gobierno el 11 de marzo de 2018 Chile aún era el país “oasis” que marcaba la estabilidad financiera y social en la región, el Jaguar de Latinoamérica. Cuatro años después deja un país tatuado por el estallido social y la pandemia, que escribe una nueva Constitución para erradicar la herencia de la dictadura. Piñera cederá su banda presidencial al Gobierno más de izquierda desde el de Salvador Allende, interrumpido por el golpe de Estado de 1973.
El propio Sebastián Piñera ha confesado públicamente en varias ocasiones con gesto abatido e inusual en él que ser jefe de Gobierno de Chile en los últimos cuatro años ha sido algo extremadamente difícil.
El juicio público de las encuestas de popularidad parecen confirmar que no superó esa prueba: un último Barómetro de estudios MORI publicado a finales de febrero dejó de manifiesto que sólo el 15% de los chilenos calificaron como bueno el segundo mandato de Piñera ,que queda así por debajo del 22% que valoraron positivamente en esa misma encuesta la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) en el país.
Son cifras escalofriantes que dan cuenta de una transformación importante que sufrió Chile en los últimos cuatro años, en los que pasó de ser un estandarte de una economía estable y segura y un “oasis” democrático y social, según lo calificó el propio Piñera, a convertirse en un país azotado por una profunda revuelta que durante meses dejó de manifiesto sus tremendas desigualdades y que sólo las medidas sanitarias de la pandemia pudieron contener en alguna forma. Y en una campaña presidencial marcada por opciones más extremas que nunca en la historia de Chile, aficionado a los centros.
Al frente de la administración de esta situación, un empresario multimillonario que se manifestó en muchos momentos en profunda desconexión con los requerimientos, problemas y necesidades de la calle.
“Seguirán existiendo consecuencias de un manejo muy deficitario que en algunos casos implicó vulneración a los derechos humanos de manifestantes y de la población y que a mi juicio tiene como punto de partida una incapacidad del Gobierno de Piñera de leer la profundidad del malestar, la crisis y el conflicto que enfrentó el país a fines de 2019”, analiza para France 24 Marcelo Mella, analista político de la Universidad de Santiago, USACH y autor del libro Encrucijadas. Ensayos sobre la crisis política en Chile.
Fin de ciclo
Será recordado “como un Gobierno de fin de ciclo. La administración de Piñera será el hito terminal de un largo periodo de al menos 30 años a lo menos, iniciado en 1989, caracterizado por una fuerte inercia de las instituciones políticas creadas por la dictadura en la década de 1980”, continúa Mella.
“Los cuatro gobiernos de la Concertación y posteriormente la alternancia del centroderecha y centroizquierda se caracterizan por una tendencia a la continuidad institucional, por una cierta ausencia de reformas a nivel de instituciones políticas y eso se encuentra también en la base del malestar que hoy en día caracteriza a la sociedad chilena, y explica, de alguna manera, la crisis social de octubre de 2019”, añade.
Esto sumando a un modelo de desarrollo económico capitalista que se inicia en la dictadura y se profundiza en democracia, impulsando un sistema de privatizaciones y también “las consecuencias no revertidas de desigualdad y exclusión social que generó” explican alguna de las causas que desataron la crisis social que ha enfrentado el país en los últimos años.
Tremendamente impopular
“Es un Gobierno que ha dejado muy insatisfecho a una amplia mayoría de la opinión pública en Chile”, analiza para France 24 Antoine Maillet, académico del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile con niveles de aprobación, muy muy bajos, por debajo del 10% en momentos, y que dejó insatisfecho “tanto a los que no votaron por él, como a quienes sí lo hicieron”. Fue un Gobierno y un gobernante, en sus características personales, “muy impopular”, señala.
Seguramente quedará en la historia como “el Gobierno que le declaró la guerra a su propio pueblo” en la revuelta social de octubre de 2019 y empañado por las violaciones a los derechos humanos ocurridos en ese marco. Además, el Gobierno quedó “completamente anulado en la salida a esta crisis, que fue diseñada desde el Congreso”, donde se establece la hoja de ruta para el plebiscito que conduce a una nueva Constitución con el que enterrar el legado de la dictadura.
Unos días antes del estallido Piñera habló de Chile como “un oasis de la democracia y del progreso en América Latina y se demostró que no era tan así” y, también, un gran desconocimiento de su propio país.
El estudio de Latinbarómetro que sitúa la aprobación de Piñera (15%) por debajo de la dictadura de Pinochet (22%) parecería confirmar la teoría de que fue uno de los peores gobiernos que se recuerdan.
“Esto sitúa al Gobierno de Piñera por debajo de la evaluación de Pinochet cuyo Gobierno terminó hace más de 30 años”, señala a France 24 Marta Lagos, fundadora de Latinbarómetro y Mori Chile. “El Gobierno de Piñera no alcanza a entrar a las clasificaciones de la historia con esa categoría”, apunta la encuestadora que afirma que en más de tres décadas es el primer presidente cuya aprobación se sitúa por debajo de Pinochet.
El pinochetismo nunca ha estado por debajo del 14%. “Hay una cantidad de autoritarismo básico en este país que fue la base del apoyo popular que tenía el dictador”, destaca Lagos. Junto a Paraguay, Chile es “uno de los países de América Latina que tiene la mayor cantidad de autoritarismo”.
Neopinochetismo
Lagos destaca que la campaña presidencial estuvo marcada por revivir la figura del dictador. “La derecha moderada quedó arrasada por esta extrema derecha y su nuevo pinochetismo”, el del candidato que perdió la segunda vuelta, José Antonio Kast.
Para Lagos esta campaña que califica como la presidencial “más negativa desde el año 90, marca un hito negativo político en la historia chilena”.
“Esta debacle, el resurgimiento de Pinochet y la desaparición del centro político y de la derecha moderada y la destrucción de la derecha tradicional” constituirá el mayor legado negativo de Piñera, ya que no se puede separar su Gobierno de todos esos hechos.
“¿Qué queda de la derecha al final del Gobierno de Piñera? La verdad que no queda casi nada. Es una derecha fragmentada por lo menos en 3 grupos, donde no surge una derecha moderna, desligada del pinochetismo”, algo contrario a lo que Piñera encarnaba.
“Piñera no venía del pinochetismo”, señala, de hecho, votó por el ‘no’ en el plebiscito de 1988 que supuso el fin de la dictadura. “Estaba en una posición mucho más democrática y por eso fue elegido la primera vez”. Pero durante su segundo mandato dejó que el sector pinochetista “se tomara la plaza y arrasara con la posibilidad de otra derecha. Es un legado muy negativo que deja a la derecha muy destruida “sin posibilidad de futuro”, esgrime.
Pero además, el Gobierno de Piñera estuvo marcado por grandes problemas en el sur y el norte del país, donde escaló la violencia en la región de la Araucanía en el marco del conflicto mapuche por la restitución de tierras ancestrales y el problema migratorio.
Para Lagos, mientras que en el sur existe “un país independiente en la Araucanía donde no reina el Estado de Derecho, tampoco lo hay en el norte en Colchane donde cada día pasan 600 personas”, atravesando las fronteras de forma irregular.
El legado negativo también se ve reflejado en mayores índices de violencia y delincuencia. Todos estos son problemas que “van a tardar décadas en solucionarse”.
Líder en vacunación
En cuanto a los aspectos positivos los tres analistas consultados son unánimes en rescatar la campaña que “lleva a Chile a convertirse en un país con un nivel de vacunación entre los más altos a nivel mundial”, señala Mella.
Esto fue un éxito totalmente atribuible al Ejecutivo, ya que “hubo capacidad de anticiparse, de tomar buenas decisiones, de apostar tempranamente por la vacuna china Sinovac que no era muy conocida y no tenía el prestigio de otros laboratorios. Conseguir las vacunas cuando nadie las tenía se hizo muy bien”, señala Maillet destacando el aspecto de la “gestión” que “estuvo muy bien hecho”.
También administrarlas a través del sistema de salud público chileno muy asentado, donde había una capacidad instalada de vacunar, algo que no fue mérito solo del gobierno, señala Maillet, quien también destaca la aprobación del matrimonio igualitario al oponerse a su propia bancada, aunque esto no sería mérito solo de Piñera.
Desafíos para el Gobierno entrante
En cuanto a los desafíos para el Gobierno entrante, el próximo 11 de marzo se unen a los mencionados otras tres prioridades.
Un primer y profundo desafío será “restaurar el prestigio de la presidencia que quedó muy dañado con este presidente”, señala Maillet y coincide Lagos “la profundización de la crisis de representación de la política es muy brutal durante este Ejecutivo”.
Un segundo desafío será intentar alcanzar los “acuerdos que sean necesarios para avanzar en salud, pensiones, educación donde hay muchas expectativas y necesidades por parte de la población que no han sido respondidas”, señala Maillet.
Dada la incapacidad que tuvo Piñera “para avanzar en las demandas profundas de los chilenos, tanto en las demandas sociales que son muy transversal, de mejor salud, educación y pensiones.”, señala el analista destacando el uso de campañas con “juegos comunicacionales” donde se anunciaba mucho y pasaba poco y donde siempre había “letra chica”.
Lagos también destaca que en pensiones solo hubo una pensión solidaría básica como “un parche al final” tras una reforma fallida. Y que tampoco se hizo nada ni en salud, ni educación, ni vivienda.
Y el último desafío para Boric será “acompañar al proceso Constituyente para que se concrete la salida política de lo que se inició en 2019”, explica.
Una Constitución que ha de ser votada por toda la población en un plebiscito de salida y que está teniendo en su elaboración muchas polémicas y reveses comunicacionales.
Si el éxito de los gobiernos se mide por su continuación, habría otro hecho determinante en la salida de Piñera: le sucederá el gobierno más a la izquierda en el país desde el de Salvador Allende, el del exlíder estudiantil Gabriel Boric.