Los partidos tradicionales y los nuevos experimentan en el Parlamento más diverso y se unen en gobiernos de coalición
El primer Gobierno de coalición en esta historia democrática de España se mide con el Parlamento más dividido, con el récord de 16 partidos en el Congreso y con más diputados independentistas que nunca (35), de diversas formaciones. Si estuvieran juntos formarían el tercer grupo de la Cámara, igualados con Unidas Podemos, a su vez una aglomeración de marcas y corrientes. Y todo ello en un escenario de resaca y hartazgo ciudadano tras varias crisis económicas, ahora de la pandemia, y con la irrupción de siglas e ideologías cercanas a los populismos de derechas e izquierdas. En las Cortes, los debates son tediosamente más largos en su conjunto, con más intervenciones; pero más cortas y crispadas, planificadas para las redes sociales.
El bipartidismo que gobernó el país durante 41 años está sometido a examen y la mayoría de dirigentes políticos consultados concluye que la nostalgia ya no tiene sentido. Hablan de coaliciones, pactos y diálogo, pero lo ponen poco a prueba.
La vicepresidenta segunda del Ejecutivo, Yolanda Díaz, en plena fase de construcción de una plataforma que trascienda las siglas barajadas hasta ahora, hace su diagnóstico: “Los parlamentos en las sociedades democráticas representan la pluralidad de visiones de la realidad y de intereses de un país. Desde la crisis financiera de 2008 hemos visto cómo se tambaleaban los sistemas de partidos tradicionales en Europa, porque la respuesta de conservadores y socialdemócratas, con austeridad y recortes, dejó desprotegida a la ciudadanía y generó un enorme malestar social. En España eso significó el principio del fin del bipartidismo”.
La atribución de la fragmentación política en España al resultado de las crisis económicas es una conclusión casi generalizada. El presidente gallego, el popular Alberto Núñez Feijóo, resalta además que esas crisis generaron “una desafección hacia la clase política tradicional que favoreció la irrupción de partidos populistas que prometían a los ciudadanos aquello que querían oír con una estrategia de titulares grandilocuentes y promesas imposibles que afectó al desgaste que ya sufrían los partidos tradicionales por la gestión de unas medidas tan impopulares como necesarias”. Feijóo introduce ahí su lamento porque el PSOE “se contagiase de esa forma de hacer política” y reforzase a algunos de esos nuevos partidos con sus pactos.
El lehendakari vasco Íñigo Urkullu, del PNV, suma a las causas financieras una política que llama de “tierra quemada y nulo entendimiento” entre el PSOE y el PP cuando llegan a La Moncloa: “Los dos principales partidos políticos españoles han considerado históricamente que el bipartidismo era estructural y consustancial al sistema político. Para llegar al poder y mantenerse en él, han creído más provechoso destrozar lo que el predecesor había realizado antes que llegar a grandes acuerdos previos y promover pactos de Estado para que las grandes leyes y políticas fueran estructurales y ajenas a los cambios de ciclo político”.
El presidente catalán, Pere Aragonés, de ERC, interpreta que hasta ahora “el Estado español históricamente ha favorecido el bipartidismo por la necesidad de fortalecer el sistema democrático después de 40 años de franquismo y eso explica la dificultad de romper con el bipartidismo y que a diferencia de muchos países europeos, donde los gobiernos de coalición son habituales, España haya sido gobernada hasta la actual legislatura por gobiernos monocolor”. Aragonés destaca que el Parlamento catalán ha sido “tradicionalmente mucho más plural y diverso y, en consecuencia, con una cultura de coalición y del acuerdo mucho más fuerte” y valora esa disgregación como un “síntoma claro de calidad democrática, una invitación al debate, a hacer política para llegar a acuerdos pensando en el bien del conjunto de la sociedad”.
Juan Manuel Moreno, presidente de la Junta de Andalucía, del PP, que gobierna con Ciudadanos, agrega otra culpa en la raya que atribuye haber trazado Podemos “entre los políticos y la gente, obviando que la inmensa mayoría de personas que se dedican a la política en este país, desde los concejales de pueblos a los diputados en el Congreso, eran gente normal y corriente”.
Moreno constata que cuando Podemos entró en el Ejecutivo “los propios populistas se dieron cuenta de que los políticos que ya estaban antes eran como mínimo tan normales y corrientes como ellos y los ciudadanos comprobaron, además, que las luchas de poder internas en esos movimientos populistas son, en algunos casos, desmesuradas”.
El valenciano Ximo Puig, del PSOE, que gobierna el pacto tripartito del Botànic en su comunidad, asume con normalidad y sin extrañeza la fragmentación política porque “España no es una isla ni en Europa ni en el mundo y el bipartidismo ya existe en pocos países”. Puig apunta dos factores en el surgimiento de este fenómeno en el país: “La atomización se produce cuando la alternativa normal de Gobierno no es suficientemente sólida, no da respuestas, y porque la situación territorial es compleja”. El socialista cree así que “el pluripartidismo no es un virus momentáneo” y lo normaliza ante “las insolvencias e incapacidades de los partidos nacionales para adaptarse a la realidad plural del país”.
Tomás Guitarte, el diputado de Teruel Existe que rompió “el techo de cristal” con “la revuelta de la España vaciada” para representarla por primera vez en el Congreso en esta legislatura, abunda en esa idea: “Los problemas de la despoblación y los desequilibrios territoriales eran y son evidentes. Las denuncias y las propuestas llegaban a los despachos de los responsables, pero las soluciones no pasaban de las palabras o de las promesas. Sinceramente, nos hemos sentido engañados”.
Guitarte ve compatible la disgregación política con consensos, sobre todo para temas como la educación, y pone de ejemplo Finlandia. Urkullu respalda esa tesis, expone el arraigo de las coaliciones constantes y el diálogo en Euskadi y remarca que en España la confrontación política es un problema para el 61% de la población (CIS) mientras que en el País Vasco baja al 17% (Euskobarómetro).
Inés Arrimadas, líder de Ciudadanos, el partido que se pretendía árbitro del bipartidismo, mantiene “la necesidad y lo positivo de que perviva un espacio liberal y centrado como los que hay en Europa, que supere la anomalía clásica de la media España roja frente a la otra media azul”.
“Liderazgos sectarios frente a transversales”
El presidente de Castilla-La Mancha, el socialista Emiliano García-Page, que gobierna en su comunidad con mayoría absoluta como Feijóo en Galicia, se queja de dos cosas ante la irrupción en España de los populismos de izquierdas y derechas: “Por un lado, condicionan los gobiernos de centro que han imperado en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Otro síntoma que se aprecia es la ausencia de liderazgos transversales; hoy son sectarios, por partes, de bloques, y mucha gente no se siente vinculada”.
Juanma Moreno, presidente de Andalucía, del PP, arremete contra “el agotamiento de esos discursos” y apunta su impresión de que en el caso de Podemos ahora se están “intentando reinventar como proyecto básicamente feminista, en el que parece que pesa más el marketing que las ideas”. Y detecta en la proliferación de proyectos locales, en la España vaciada, “discursos agrarios, locales, sencillos, sin visión global”. Feijóo apuesta, desde Galicia, que registró la subida y bajada de las Mareas, que ese sarampión también pasará en España y retornará “una política con sentidiño, que gestione con eficacia y solvencia los problemas de los ciudadanos”.
Yolanda Díaz visiona proyectos a medio plazo que superen los mandatos de cuatro años y reafirma: “Los viejos tiempos del bipartidismo no van a volver. No tiene sentido tener nostalgia por lo que fue. La gente ha demostrado con su voto que se siente representada por una pluralidad de opciones y que los gobiernos de partido único son el pasado. Hay una nueva cultura de la coalición y la cooperación que se está asentando y que forma parte del nuevo país”.