El ex presidente ofrece lealtad a Sánchez, carga contra el PP por el bloqueo al CGPJ y deja varios mensajes implícitos para Iglesias, el independentismo y Zapatero. El secretario general cierra una nueva Ejecutiva Federal sin la más mínima tensión territorial
Socialdemocracia y unidad para el saludo con el que Pablo Iglesias inauguró el cónclave. Socialdemocracia y unidad en el discurso de José Luis Rodríguez Zapatero, Y socialdemocracia y unidad en el parlamento con el que Felipe González se reconcilió con el PSOE y viceversa. Justo los dos ejes sobre los que Pedro Sánchez planteó un cónclave sin apenas debate interno. Socialdemocracia para enfilar el carril de la centralidad con la vista puesta en el próximos ciclos electoral que arrancará previsiblemente en Andalucía y llegará hasta las municipales, autonómicas y generales de 2023. Unidad para cerrar heridas del pasado y reconectar emocional y políticamente al partido y a sus dirigentes durante tres jornadas de charlas, mítines, fiesta y culto a las siglas, por encima de cualquier otra cosa.
Pedro Sánchez se puede dar por satisfecho. Cumplió con el objetivo y hasta consiguió que todo el PSOE “abrazara” por un día las palabras de Felipe González, no siempre en sintonía con la estrategia desplegada en los últimos años por el partido sobre la agenda catalana, los socios de gobierno y el resto de compañías parlamentarias. Entre los pliegues de la memoria no se recuerda una exhibición mayor de armonía como la de este fin de semana. Y eso que la evocación confunde, borra, distorsiona y hasta inventa, pero no las hemerotecas ni los discos duros de los más veteranos socialistas. “Esto no ocurría desde hace más de una década. No estamos de congreso, estamos de fiesta”, ironizaba un delegado del cónclave que, a falta de debate en las comisiones de trabajo, degustaba un plato de paella.
De la protesta de Izquierda Socialista por la aprobación del balance de gestión de los últimos cuatro años sin votación mediante ni turno de palabra previo apenas se enteraron media docena de plumillas. Y de la inquietud de la corriente de opinión por la “involución democrática” del PSOE, mucho menos. El fin de semana estaba diseñado para una explosión de indivisibilidad y ni los habituales barones críticos se salieron del guión previsto: “Aquí hemos venido a aplaudir y a dar una lección de lealtad y socialismo”, decía uno de ellos.
Atrás quedan los tiempos de luchas intestinas, heridas abiertas y rencores cruzados. El Sánchez del 40 Congreso se ha desprendido de todo eso y sale reforzado, con la “bendición” incluso de todos los ex secretarios generales. La de Zapatero, que no siempre estuvo con él aunque uno y otro lo hayan borrado de la memoria, la consiguió el mismo día que llegó a La Moncloa. Almunia siempre se abstuvo de entrar en batallas internas o declaraciones polémicas, una vez que se apartó de la primera línea de la esfera pública. Es lo que en política se considera un ex ejemplar en ese sentido. Y Felipe González, pues “Felipe es Felipe”, como afirman sus correligionarios. Da una de cal y otra de arena, nunca una puntada sin hilo y acumula además muchos años como para no guardarse un sólo pensamiento.
Esta vez, ante el plenario del congreso del PSOE tampoco lo hizo. Y, aunque con Sánchez ha reconstruido la relación desde el pasado julio, en sus planteamientos, sus gestos y sus palabras siempre hay algo que le separa de Zapatero. “Es una cuestión de química y son dos miradas muy distintas sobre todo lo que acontece en la política fuera y dentro de nuestras fronteras”, sentenciaba un veterano socialista.
Bajar los decibelios
González dio en todo caso su bendición a Sánchez, reconoció claramente su liderazgo, puso en valor su gestión frente a la pandemia, ofreció lealtad al proyecto y por último dejó en el aire varias reflexiones para alejarse consciente pero implícitamente de Zapatero. El primero: “Si me lo permite Rodríguez Zapatero yo voy a bajar los decibelios un poco”, espetó en alusión al encendido discurso de quien le había precedido en la palabra para mostrar su orgullo de pertenecer al partido que “más ha defendido la democracia y la dignidad de España”.
“Yo no interfiero, estoy disponible. Ni siquiera pretendo que se tenga en cuenta mi opinión. Sólo de buena fe opino si me preguntan”, diría después González en alusión al runrún que corre en el partido con algunas de sus intervenciones públicas. Aún se le entendería otro recado cuando cargó contra todos los tipos de “tiranías”, se disfracen “con una bandera o con otra”, e hizo mención expresa a los “amigos” del otro lado del Atlántico. A buen entendedor, Venezuela y Maduro. Las alusiones nada veladas no cayeron bien a Rodríguez Zapatero, que en un almuerzo con dirigentes del entorno de Sánchez expresó su malestar con la intervención de Felipe González. “Lo que ha dicho de mí no se lo perdono”, cuentan que dijo durante la sobremesa.
Tras Zapatero, los destinatarios principales de las críticas de González fueron los socios de gobierno del PSOE y la derecha de Casado. A ninguno mencionó por el nombre o por las siglas, pero se le entendió perfectamente cuando ironizó sobre quienes acuñaron el término de “régimen del 78” y dijo que el inventor de la frase merecería un premio, no por la intención sino por la torpeza de poner en valor la Transición, que puso fin a un régimen y permitió que otro naciera. Luego, se detuvo González en quienes dicen defender la Constitución y no la cumplen, en referencia al bloqueo del PP para la renovación del Consejo General del Poder Judicial. “Defender la Constitución y el ordenamiento jurídico es la base fundamental de la convivencia. Si alguien quiere cambiar la Constitución que cumpla las reglas del juego para cambiarla. Los cambios deberán realizarse de acuerdo con la ley y sin poner en peligro la libertad y la convivencia y, sobre ese edificio, construir una sociedad más justa y libre”, añadiría en claro aviso al independentismo.
Y puesto ya al repaso general incluyó también a Aznar en la lista de quejas por tachar de broma el concepto de “Gobierno multinivel” incluido en los discursos de Sánchez y en la ponencia del congreso. “Es una broma alemana”, señaló el ex presidente alzando la voz.
Todo para concluir con una reivindicación de su derecho a ser crítico y pedir a Sánchez que respete y fomente las opiniones diversas: “Le voy a pedir al presidente y secretario general que estimule la libertad para expresarse críticamente, y la responsabilidad de pensar lo que se dice cuando se habla. Así se construye un gran partido que representa a la sociedad, que es capaz de expresar opiniones críticas y no banales, eso es lo que nos va a dar fortaleza”. Lo suyo, aclaró, no es interferir ni molestar, pero sí decir lo que piensa y pensar lo que dice, algo que adelantó seguirá haciendo, igual que sus constante referencias a Willy Brandt, el estadista alemán del que siempre tiene a mano una cita. Esta vez, aquella de que “la virtualidad de la socialdemocracia es que siempre tiene nuevos comienzos”. Que se lo digan a Sánchez.
Pues esto fue todo lo que dio de sí la segunda jornada de un cónclave donde todo es entusiasmo, adhesión, aplauso, unanimidad y fuegos artificiales en el sentido literal del término. Y aún queda el colofón final este domingo con la intervención de Pedro Sánchez y la foto de una nueva dirección federal sin la más mínima tensión territorial.