La visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a Taiwán en agosto del 2022 elevó entre Pekín y Washington una tensión que sigue rampante, con el presidente chino, Xi Jinping, más asertivo que nunca en la reivindicación histórica de “una sola China” que incluya a la isla y una Administración Biden que, sin dejar de reconocer ese principio, afirma estar dispuesta a defender a Taiwán en caso de una invasión. No es extraño que un think tank , el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, haya diseñado en forma de juegos de guerra hasta 24 escenarios de un intento de invasión cuyas consecuencias serían desastrosas en todos los casos para los chinos, los norteamericanos y los taiwaneses.r
Vanguardia Dossier aborda la cuestión en su último número, Taiwán, la perla del Indo-Pacífico , pero no tanto en cuanto a la hipótesis bélica como a los motivos de plantearla y a la centralidad de la isla, tanto económica (es el gran fabricante de semiconductores) como geoestratégica en una región que contiene el 60% del PIB mundial. Eso incluye las particularidades que hacen a Taiwán –que solo es reconocida como Estado independiente por 14 países– partícipe en instituciones internacionales.
“Las relaciones informales con las potencias desarrolladas de Occidente ganan en profundidad y dimensión en paralelo al enrarecimiento de sus relaciones con China”, señala Xulio Ríos en su artículo. Es una de las paradojas taiwanesas, como el hecho de estar China y Taiwán hoy más políticamente divididas cuando a la vez están más integradas económicamente. Más de un 40% de las exportaciones de la isla van a la China continental.
La presidenta Tsai Ingwen era 20 años atrás responsable de asuntos chinos en el gobierno del Partido Democrático Progresista y decía entonces a La Vanguardia que “la democratización china es básica para mejorar las relaciones, aunque sabemos que eso puede llevar décadas”. La frase no habría perdido vigencia, pero hoy Tsai defiende la independencia del país no como una aspiración, sino como un hecho consumado en la práctica. Ha quedado atrás la época de las mejores relaciones con Pekín, la del presidente Ma Ying Jeou (2008-2016) al frente del Kuomintang, el partido histórico, fundador de la autodenominada República de China.
La generación de la “independencia natural” –que ya no siente los lazos con el territorio continental de origen– es la que predomina hoy, a pesar del envejecimiento (otra paradoja) de la población, lo que en buena medida ha hecho fracasar las campañas de Pekín dirigidas a aumentar las simpatías por una reunificación, señalan Wu Jiehmin y Brian Chee-Shing Hioe en sus artículos, muy centrados en la demografía taiwanesa.
Steve Chan, por su parte, se pregunta por qué debe Pekín aceptar la situación que más interesa a Washington: mejor una China dividida que reunificada; y que nada cambie. Así, las amenazas de invasión servirían para que EE.UU. trate de impedir la independencia formal de Taiwán. El problema es que las tendencias en una y otra parte pueden desestabilizarlo todo.