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The New York Times: ¿Puedes culpar a países pobres como el mío por recurrir a China?

HONIARA, Islas Salomón — Las reacciones de Estados Unidos y Australia hacen parecer que el esfuerzo de China para aumentar su influencia en el océano Pacífico es algo aterrador.

Las negociaciones secretas entre Pekín y el gobierno de mi país, las Islas Salomón, han generado especulaciones sobre una posible presencia militar china aquí. Nuestro gobierno lo ha negado. Pero Washington advirtió que estos acontecimientos “sentarían un precedente preocupante” con el potencial de desestabilizar el Pacífico, y al menos un político australiano lanzó la preocupación de que las Islas Salomón podrían convertirse en una “pequeña Cuba frente a nuestras costas”.

Como muchos de mis compatriotas, también me siento incómoda por la falta de transparencia en las negociaciones de nuestro gobierno con China, por los verdaderos motivos de Pekín y por el posible impacto que todo esto podría tener en nuestras instituciones frágiles.

Pero la perspectiva desde el frente de batalla de esta competencia entre las grandes potencias es más compleja que la que se tiene en Washington o Canberra, y plantea una lección importante para Estados Unidos en su competencia con China por la influencia en el Pacífico: tienes que estar presente. Y Estados Unidos no lo ha estado.

Lo entendemos. Las Islas Salomón son pequeñas, están alejadas y son económicamente insignificantes. Pero si todos los países como el nuestro son excluidos por esas razones, China nos irá ganando uno a uno con sus promesas de proyectos empresariales y ayuda para el desarrollo.

Durante décadas nos identificamos con el mundo occidental, un legado derivado de cuando Estados Unidos, Australia y sus aliados detuvieron el avance imperial de Japón durante la Segunda Guerra Mundial en la Batalla de Guadalcanal. Pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora persiste una creciente sensación de que estamos siendo ignorados, si no es que olvidados. Entonces, ¿quién puede culparnos si le abrimos la puerta a nuevos amigos que puedan ayudarnos con nuestras necesidades?

Y esas necesidades son grandes.

Cuarenta y cuatro años después de nuestra independencia, seguimos luchando por construir una nación. A pesar de tener recursos naturales abundantes, alrededor del 80 por ciento de los 700.000 ciudadanos del país aún viven en áreas rurales a las que es difícil llegar y subsisten en parcelas de tierras familiares. Muchas personas carecen de acceso a agua corriente, no viven en condiciones de salubridad básicas y no tienen electricidad. Los trabajos son escasos, el acceso a la atención de la salud es limitado y un gran número de niños sufren afectaciones en el desarrollo debido a una dieta deficiente. Nuestro territorio, que ya era propenso a terremotos, tsunamis y ciclones, se enfrenta a amenazas nuevas y funestas a consecuencia del cambio climático, como el blanqueamiento de los corales y el aumento del nivel del mar, que está arrasando islas lentamente.

No culpamos a nadie por estos problemas, pero cuando los líderes occidentales recriminan a China y reprenden a nuestro primer ministro, nos gustaría preguntarles: ¿y dónde han estado?

Para ser justos, durante décadas Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos han dado mucha de la ayuda que tanto necesitamos, y el Cuerpo de Paz de Estados Unidos llegó al país en 1971. Pero esos voluntarios fueron retirados hace 22 años durante un periodo de disturbios políticos violentos. La ayuda estadounidense a las Islas Salomón, ya opacada por la de Australia, se estancó en la década de 2010. Mi trabajo como periodista me ha llevado a recorrer estas islas, y he visto lo poco que queda de las obras del Cuerpo de Paz o de la ayuda estadounidense en general. Pocos habitantes de las Islas Salomón saben mucho sobre nuestros lazos pasados con el mundo occidental: casi el 75 por ciento de nuestra población tiene menos de 35 años y la mayoría tiene poca educación.

Unos de los pocos recordatorios habituales de Occidente es cuando una bomba estadounidense o japonesa de la Segunda Guerra Mundial sin explotar estalla de pronto, y campesinos mueren o sufren mutilaciones. Así perdí a un primo el año pasado, un prometedor egresado universitario, durante un asado con unos amigos. Esta amenaza invisible también frena el progreso económico debido al riesgo que implica desarrollar terrenos con explosivos que llevan ahí 80 años y que podrían explotar.

Australia y Nueva Zelanda han sido donadores importantes, por lo general a través de programas de ayuda enfocados en fortalecer nuestras instituciones públicas. Pero a pesar de lo relevantes que son estos esfuerzos, en gran medida no son visibles para los jóvenes de las Islas Salomón, quienes necesitan trabajos o capacitación en oficios como la carpintería o albañilería para lidiar con la escasez persistente de mano de obra calificada y para poner comida en la mesa. Y, en general, la ayuda australiana ha disminuido con el tiempo.

Por otro lado, la presencia cada vez mayor de China es imposible de pasar por alto en Honiara, la capital. Empresas dirigidas por chinos (de construcción, ferretería, pesca, transporte y otros sectores) muy pronto se han convertido en parte de la economía local desde que en 2019 nuestro gobierno estableció relaciones diplomáticas con Pekín.

Eso significó romper las longevas relaciones con Taiwán, en disputa con China, una medida que fue impopular. Pero poco a poco la mentalidad está cambiando. Las empresas de construcción chinas están construyendo una nueva ala que mejorará significativamente nuestro hospital más importante y un muy esperado estadio que albergará los Juegos del Pacífico el próximo año. El perfil de China ha estado aumentando en todo el Pacífico.

El comercio de las Islas Salomón con Estados Unidos es bastante escueto, mientras que China es, por mucho, nuestro mayor socio comercial. Y para nosotros no ha pasado desapercibido que China ha tomado medidas importantes para reducir las emisiones de carbono, al tiempo que políticos estadounidenses y australianos han titubeado o, en el caso de Australia, incluso les han restado importancia a las preocupaciones climáticas en el Pacífico.

Muchos de nosotros nos preocupamos por las consecuencias que implica acercarnos a China, y esa sospecha fue uno de los factores que originaron los disturbios en Honiara de noviembre.

Pero, al menos, Estados Unidos y Australia han sido forzados a mirarnos de nuevo. Se están comprometiendo a involucrarse más, hay planes para reabrir la embajada estadounidense en Honiara y están regresando voluntarios del Cuerpo de Paz.

Ahora, Washington y Canberra dicen que nosotros, en el Pacífico, les importamos. Tendrán que respaldar eso con acciones sostenidas. Sus sacrificios durante la guerra nos salvaron hace mucho tiempo. Pero la lealtad no dura para siempre. Esta se gana. Los países pequeños, frágiles pero estratégicos como el mío no tienen más remedio que diseñar su propio camino, con todos los amigos que podamos encontrar.

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