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Todo el mundo piensa que la decadencia de EEUU es inevitable… menos él

En una casa de Montana, el montañoso estado del Medio Oeste de Estados Unidos, un autor está en completo desacuerdo con ese diagnóstico

Basta con dar un repaso a la prensa anglosajona para advertir que un género domina ahora la sección de libros de no ficción: el anuncio y análisis del declive americano. Por una vez, además, los autores de izquierdas y de derechas parecen estar de acuerdo: la decadencia de Estados Unidos es inevitable y su dominio global está remitiendo inexorablemente. Aunque, como siempre, hay una excepción. En una casa de Montana, el montañoso estado del Medio Oeste de Estados Unidos, un autor está en completo desacuerdo con ese diagnóstico. No es el único, pero sí el más conocido. Pero empecemos por el consenso.

En ‘To Start a War: How the Bush Administration Took America into Iraq’, el periodista Robert Draper explica no solo la serie de mentiras que llevaron a Estados Unidos a invadir Irak y derrocar a Sadam Husein, sino cómo el país aceleró su propia decadencia al pretender actuar como un imperio en un territorio que conocía mucho peor de lo que creía.

En ‘Last Best Hope. America in Crisis and Renewal’, el también periodista George Packer explica que la decadencia no tiene su origen en las aventuras imperiales, sino en la desigualdad interna: “La era posindustrial ha concentrado el poder político y el económico en pocas manos y ha negado a la gente ordinaria el control de sus vidas”, dice con un tono ominoso. “Los americanos ya no podemos pensar y actuar como compatriotas”. La consecuencia es un declive casi inevitable.

Para Fiona Hill, especialista en Rusia y antigua asesora del Gobierno de Trump, el verdadero problema es que el expresidente quiso convertirse en un igual de Vladímir PutinRecep Tayyip Erdogan o Xi Jinping: un autócrata cuyo poder, y su capacidad para enriquecerse con él, no tuvieran límites. Eso acercó a Estados Unidos a las formas y los métodos de las dictaduras y lo alejó de su vieja tradición republicana.

Incluso cuando parece que los libros hablan de otros imperios, por ejemplo ‘The Eternal Decline and Fall of Rome’, del historiador Edward J. Watts, de una manera oblicua lo hacen de Estados Unidos: aparecen alusiones tanto al discurso de Ronald Reagan que hacía referencia al “declive y la caída” de los imperios debido al exceso de burocracia, el gasto exagerado en el estado de bienestar y los impuestos a la clase media, como al de Trump prometiendo “hacer que América vuelva a ser grande”.

Se trata solo de algunos ejemplos de esta gran tendencia en la que el consenso es casi completo: el Imperio americano está en declive y una serie de causas internas y externas —además de las mencionadas, el auge de China, la dependencia de los combustibles fósiles, la adicción a los opiáceos o, en el último año, la mala gestión de la pandemia— amenazan su supervivencia.

La excepción: Niall Ferguson

En realidad, Niall Ferguson no es de Montana, es escocés. Durante la pandemia se refugió allí, en una cabaña rural, junto a su esposa, la defensora de los derechos de las mujeres en los países de mayoría musulmana Ayaan Hirsi Ali. Ferguson, especializado en historia económica, es uno de los intelectuales más influyentes entre la élite conservadora global y, de hecho, antes de confinarse en el bosque, había dedicado las primeras semanas de 2020 a viajar por el mundo dando charlas sobre la nueva realidad mundial ante auditorios de banqueros, políticos y empresarios. Solo en enero, estuvo en Londres, Dallas, San Francisco, Hong Kong, Taipéi, Singapur y Zúrich. Hasta que se dio cuenta de que quizás él fuera uno de los supercontagiadores. Así que se aisló y escribió ‘Desastre: Historia y política de las catástrofes’, publicado en español por la editorial Debate. Aparentemente, el libro trata sobre los desastres, las plagas, las catástrofes naturales y los accidentes mortíferos que han asolado a la humanidad desde su aparición hasta que decidió confinarse para superar el covid-19. Sin embargo, el tema subyacente del libro es otro. Es la política actual y, con ella, el Imperio americano.

Y Ferguson, a la contra del consenso, cree que el imperio sobrevivirá. Ferguson es un hombre de derechas que repudia las teorías de la conspiración y el trumpismo —aunque su juicio sobre Trump es mucho más equilibrado que el de la mayoría de los analistas progresistas— y que sigue creyendo en los viejos valores liberales estadounidenses. Piensa que, por muchos que sean los baches por los que pase una sociedad que, como reconoce, no está en su mejor momento, esta prevalecerá ante la desigualdad o la competencia de China. Sus razones son técnicas, pero también políticas.

En primer lugar, considera que el dólar sigue siendo la moneda predominante en la economía global y que, por muchos esfuerzos que haga por sustituirla, China no solo no tiene nada que hacer, sino que sus intentos de ganar influencia global mediante planes de inversión en países en desarrollo, o la creación de una moneda digital asiática, están condenados al fracaso. Por no hablar de los errores que provoca una economía programada por el Gobierno, como demuestra el caso reciente de la inmobiliaria Evergrande, que ha construido pisos para 90 millones de personas —algo así como dos Españas— que ahora están vacíos, lo que podía llevarle a una quiebra apoteósica. En segundo lugar, dice Ferguson, por mucho que Estados Unidos haya metido la pata en la gestión de la pandemia, su industria sanitaria y farmacéutica es muy superior a la china, y no digamos ya de la rusa, por lo que a largo plazo seguirá estando más capacitada que la mayor parte del resto del mundo para abordar las pandemias. Finalmente, por mucho que se diga, afirma Ferguson, Estados Unidos cuenta con una enorme ventaja respecto al resto del mundo en la guerra tecnológica. Es líder en la investigación en inteligencia artificial y computación cuántica: si la nueva guerra fría tiene más que ver con una competición tecnológica que con el simple intercambio de amenazas de guerra nuclear, Estados Unidos ganará.

Si la nueva guerra fría tiene más que ver con una competición tecnológica que con la guerra nuclear, Estados Unidos ganará

Pero, como decía, también hay razones políticas para creer, según Ferguson, que las noticias de la decadencia de Estados Unidos son exageradas. Como la mayoría de los liberales, Ferguson cree que la democracia liberal es el mejor sistema y el más justo, aun cuando atraviese por enormes problemas como en los Estados Unidos actuales, y también el más eficiente, y el que a largo plazo consigue solventar mejor sus carencias y sus fracasos. “Mi sospecha —dice Ferguson— es que, a pesar de las apariencias, Estados Unidos se encuentra” entre los imperios que, bajo un fuerte impacto, no se desploman, sino que sobreviven, aunque sea debilitados.

En muchos sentidos, es deseable que Ferguson tenga razón y que el imperio no se desmorone ni salga perdiendo en su enfrentamiento con China. Pero su optimismo conservador parece contraintuitivo: los relatos de la decadencia de Estados Unidos siguen siendo bastante convincentes. Y ciertamente no son escasos.

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