Lula da Silva y los máximos representantes de los tres poderes y de los 27 Estados marcharon codo con codo, en un simbólico descenso por la rampa del Palacio del Planalto
Por segundo día consecutivo, Brasilia fue escenario de imágenes insólitas, aunque esta vez en un sentido opuesto al del domingo de la infamia: los máximos representantes de los tres poderes y de los 27 Estados que componen la federación marcharon codo con codo, en un simbólico descenso por la rampa del Palacio del Planalto para caminar hasta la sede del Supremo Tribunal Federal (STF), centro de los mayores niveles de furia y destrucción.
“Estamos decepcionados, frustrados, con mucha rabia por lo que sucedió aquí. Esto nunca debió suceder”, dijo en la noche del lunes el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. “No vamos a dar tregua hasta descubrir quién es el responsable de todo lo que sucedió en este país”, añadió el jefe de Estado, que tiene una visión muy crítica del papel de las Fuerzas Armadas: “Ningún general se ha movido para decir que esto no puede ocurrir”.
Tras un domingo de profunda anormalidad en el que la Plaza de los Tres Poderes fue invadida por miles de fanáticos bolsonaristas que arrasaron con el Palacio del Planalto, la sede del Congreso y la del STF, Lula promovió encuentros con los máximos responsables del Estado. Fue así que se vio a la presidenta del STF, Rosa Weber, una mujer de discreción extrema y que mide cada palabra, tomada del brazo de Fátima Bezerra, gobernadora de Rio Grande do Norte, y a la “primera dama”, Janja Da Silva, haciendo lo propio con Ricardo Lewandowski, miembro del STF.
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“Estoy aquí en nombre del STF, agradeciendo la iniciativa de los gobernadores y de las gobernadoras de ser testigos de la unidad nacional de un Brasil que todos queremos, en el sentido de la defensa de nuestra democracia y del Estado democrático de derecho”, dijo. “Nuestro edificio histórico interior ha quedado prácticamente destruido, especialmente nuestro salón de plenos. Lo reconstruiremos”.
De la necesidad, Lula hizo virtud: es cierto que la imagen de su gobierno queda golpeada tras una llamativa muestra de debilidad que dio la vuelta al mundo, pero, al mismo tiempo, el veterano presidente de 77 años logró que todo el poder político e institucional le diera un respaldo sin fisuras.
Todo sucedió en una pequeña sala de conferencias en el primer piso del Planalto. Una puerta de madera en tonos caoba, el cartel de “ingreso restringido” y, una vez que se abría esa puerta, todos los que tienen algo que decir en las instituciones brasileñas. Entre ellos estaba Tarcisio de Freitas, gobernador del Estado de Sao Paulo, ex ministro y aliado de Jair Bolsonaro en la campaña electoral.
Tarcisio, como es conocido en la política brasileña, había decidido en primera instancia no participar en la reunión convocada por Lula. Con el paso de las horas, el gobernador del Estado más poderoso del país cambió de opinión y acudió a Brasilia para ser uno de los cinco gobernadores en hablar y darle un respaldo inequívoco al presidente. Todos coincidieron en un pedido: que los culpables sean encontrados y castigados.
Lula aprovechó la situación: “Creo que la mayoría de las personas que votaron a Bolsonaro son decentes; tienen diferencias ideológicas con nosotros, pero quieren lo mejor para Brasil. Esto fue una pequeña minoría de bandidos”.
“Lo que vimos ayer era algo que ya estaba previsto. Esto se había anunciado hace tiempo, porque la gente que estaba en las calles frente a los cuarteles no tenía agenda (…). Quieren un golpe, y no habrá golpe. Deben aprender que la democracia es lo más complicado que tenemos que hacer, porque nos obliga a soportar a los demás, nos obliga a convivir con quienes no nos gustan”.
Tras recordar el impeachment que sufrió en 2016 su compañera de partido Dilma Rousseff, Lula fue muy crítico con las Fuerzas Armadas, en especial con el Ejército. Según el presidente, “todos” sabían lo que se tramaba, pero los mandos militares “mostraron complacencia” con los manifestantes que durante dos meses, instalados ante cuarteles en diferentes ciudades del país, reclamaron una intervención militar.
“La gente reclamó libremente el golpe frente al cuartel. Y ningún cuartel ha hecho nada. Ningún general se ha movido para decir que esto no puede ocurrir, que está prohibido pedirlo“, añadió un vehemente Lula: “Había gente a la que le gustaba que el pueblo pidiera el golpe”.