Desde que el mundo es mundo, la guerra es el conflicto sociopolítico más grave y dramático para la humanidad, que casi siempre se cobra un precio altísimo en vidas humanas y pérdidas materiales. Sin embargo, de lo que se habla mucho menos es del impacto medioambiental de las guerras.
Los daños ecológicos de un conflicto bélico, además de su importancia para los ecosistemas y la biodiversidad, pueden suponer un desabastecimiento de los servicios ecosistémicos a medio y largo plazo para las poblaciones, que se traduce a menudo en graves dificultades para la obtención de productos agrícolas y ganaderos e incluso agua potable.
La primera repercusión directa de una guerra sobre el medioambiente es el daño contra el paisaje, los hábitats y la biodiversidad. Ya sea por el uso de armas capaces de devastar grandes extensiones de territorio, los enfrentamientos directos, el paso de vehículos y tropas o el simple entrenamiento militar, la guerra produce una alteración dramática en la estructura y la función del paisaje.
Uno de los efectos más inmediatos tiene que ver con el suelo. Las maniobras de combate, la construcción de bases o fortificaciones —temporales o permanentes—, las explosiones o los actos de sabotaje ambiental aumentan de forma casi inevitable la erosión del suelo y su degradación. La pérdida de suelo, y, por tanto, de su microbiota, se retroalimenta con otro impacto estrechamente relacionado, la pérdida de cobertura vegetal.
Con ello, los hábitats terminan por perder su estructura. La presencia de contaminantes, muy frecuentes y abundantes en los conflictos bélicos modernos, afectan negativamente a las comunidades vegetales presentes, y también, a medio y largo plazo, al proceso de regeneración de esos ecosistemas.
Uno de los casos mejor estudiados en este aspecto lo encontramos en la guerra de Vietnam, donde el ejército estadounidense, como parte de su programa de guerra química, roció amplias extensiones con hasta 76 millones de litros de agente naranja, una mezcla de dos herbicidas hormonales, una dioxina y combustible. Este acto, además de los daños a la salud de la población afectada, destruyó ecosistemas enteros.
El Día Mundial del Braille se conmemora el 4 de enero y tiene el propósito de sensibilizar a la población sobre la importancia del sistema Braille como medio de comunicación para la plena realización de los derechos humanos e inclusión social de las personas con deficiencia visual.
Según el Censo Nacional de Población del 2017, en el Perú alrededor de 160,000 personas son invidentes y unas 600,000 sufren de alguna discapacidad visual.
En ese sentido, esta iniciativa inclusiva del INS permite que las personas con discapacidad visual accedan a información que contribuye a promover un buen estado de salud y nutrición, orientándolos al consumo preferente de alimentos naturales o mínimamente procesados y evitar el consumo de alimentos ultra procesados como parte de su alimentación.
El material educativo elaborado y validado con la participación de representantes del Consejo Nacional para la Integración de la Persona con Discapacidad (Conadis) y la participación activa de niños, adolescentes y adultos del Centro de Educación Básica Alternativa Luis Braille del distrito de Comas.
Cabe indicar que el referido material se estará distribuyendo a las diferentes entidades que vienen implementando políticas de atención inclusiva a personas con discapacidad visual.