Andra Brosy Chastain estaba pensando en hacer una acampada familiar en agosto en una cabaña cerca de Sunriver, en el centro de Oregón (Estados Unidos). Ella y sus dos hijos pequeños, de cuatro y un año, se reunirían con otra familia para pasar una semana haciendo senderismo, nadando y jugando en el bosque.
Pero nerviosa por el calor extremo que se ha vivido en muchas partes del país, decidió quedarse en casa, en Vancouver (Washington), durante el verano.
“En los últimos años se ha hecho más evidente la necesidad de planificar las vacaciones en función del clima”, afirma. “Ahora, con el calor, ocurre más a menudo. Acabamos de tener tres días con temperaturas superiores a 37 grados, y esto ya no es una aberración. Se va a convertir en la nueva normalidad”, añade.
La abrasadora ola de calor que cubrió el noroeste del Pacífico y otras partes de Estados Unidos a finales de junio de 2021 fue sólo parte de una tendencia ya alarmante hacia un calor más extremo. Según el Servicio de Cambio Climático de Copernicus de la Unión Europea, ese junio fue el mes más caluroso registrado en Norteamérica, más de dos grados por encima de la media de 1991 a 2020. Y el de 2020 fue el verano más caluroso de la historia en Estados Unidos, hasta esa fecha. Cada año, se rompen diferentes récords de altas temperaturas en todo el mundo y 2023 fue calificado como el año más caluroso jamás registrado.
“El calor extremo se está convirtiendo en la norma”, afirma Aaron Bernstein, director interino del Centro de Clima, Salud y Medio Ambiente Global de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard.
Y los científicos coinciden en que estos veranos extremos se ven exacerbados por el cambio climático. “En general, estamos viendo que la estación estival se amplía un poco, que empieza antes y termina más tarde, y que aumentan las temperaturas de los días de calor más intenso”, afirma Jennifer Vanos, científica experta en sostenibilidad de la Universidad Estatal de Arizona.
Para los niños, unas temperaturas más intensas significarán probablemente un verano diferente. Probablemente se reduzcan los días en que podían pasar la mayor parte de junio, julio y agosto al aire libre y los padres y cuidadores probablemente tendrán que cambiar las rutinas y actividades para mantener a los niños seguros en el exterior. He aquí cómo podría ser ese futuro y cómo los padres pueden hacer que sea lo más divertido y normal posible.
Los médicos definen el calor extremo como temperaturas de 35 grados o más. Es entonces cuando los padres y cuidadores deben limitar el tiempo que los niños pasan al aire libre a 30 minutos o menos sin descanso, dice Ahmad Bailony, pediatra del Centro Médico Sharp Chula Vista de Estados Unidos.
Bailony explica que cuando hace calor en el exterior, el cuerpo también empieza a calentarse, y en el caso de los niños que juegan al aire libre, eso significa que sus pequeños músculos producen aún más calor. A temperaturas normales, eso es saludable. Pero un exceso de calor dilata los vasos sanguíneos, lo que puede ralentizar el flujo sanguíneo y hacer que el corazón trabaje más para llevar sangre a los órganos, incluido el cerebro. Por eso un niño sobrecalentado puede parecer confuso o mareado, o incluso desmayarse.
Si la exposición al calor continúa y la temperatura corporal supera los 40 grados, puede producirse un golpe de calor. En este caso, la sangre se esfuerza aún más por pasar a través del cuerpo del niño, agotando el oxígeno de otros órganos, lo que significa que pueden resultar dañados. Además, el tejido cerebral puede empezar a descomponerse, permitiendo la acumulación de proteínas en el cerebro que pueden causar hinchazón. Si no se trata, el golpe de calor puede provocar un fallo orgánico y la muerte.
Muchos niños también tienen dificultades para respirar cuando juegan al aire libre con calor extremo. Las altas temperaturas y la luz solar convierten la contaminación atmosférica en ozono, que inflama los pulmones y las vías respiratorias. Y eso puede provocar otro efecto sobre la salud de los veranos más intensos: la obesidad infantil.
“Los niños hacen menos ejercicio porque no pueden salir a la calle”, dice Bailony; “no es una buena combinación, un mundo en el que la temperatura sube y la gente está menos en forma”.
Como los científicos prevén que los veranos extremadamente calurosos sean la nueva normalidad, es probable que se produzcan cambios drásticos en la forma en que los niños experimentan el aire libre.
La asesora climatológica Jamesine Rogers Gibson advierte de que, si continúan las temperaturas veraniegas extremas, los niños tendrán menos días en los que puedan realizar actividades al aire libre sin peligro. Un estudio de la USC en el Valle de San Joaquín, en California (Estados Unidos), por ejemplo, predijo que los niños pasarían de tener 10 días al año en los que no es seguro jugar al aire libre a 50 días al año en 2050.
Eso significa que los campamentos y los deportes al aire libre tendrán que hacer ajustes. Tiffany Pearsall, fundadora de una escuela forestal en Carson (Washington) que dirige un programa de verano para preescolares, ya lo ha hecho.
“No salimos mucho al bosque porque el paseo hasta allí es muy caluroso, y no querríamos que nadie sufriera un golpe de calor antes de llegar a la copa de los árboles”, explica; “también tenemos arroyos en los que nos gusta jugar, pero hacía tanto calor que no podíamos llegar”.
En su lugar, los niños realizaban actividades rápidas al aire libre por la mañana antes de tener que permanecer en casa el resto del día. Rogers Gibson dice que otra opción podría ser que los campamentos se reunieran mucho más temprano, lo que requeriría un ajuste para los padres.
Bailony dice que, en este momento, todos los equipos deportivos y los responsables de las actividades al aire libre deben tener termómetros a mano para comprobar que la temperatura de los niños no se acerca a los 40 grados. Pero los supervisores también tendrán que establecer protocolos para cuando haga demasiado calor para jugar.
“Tendrán que contar con un plan B, que puede consistir en trasladar la actividad a otra hora del día, a otro lugar o al interior, siempre que haya aire acondicionado”, explica Rogers Gibson. “También tendremos que formar a los entrenadores, los profesores, los monitores de campamentos y a cualquier adulto que supervise [a los más pequeños] para que reconozca los síntomas de las enfermedades causadas por el calor y cómo y cuándo modificar las actividades al aire libre”, añade.
Los patios de recreo también podrían tener un aspecto diferente. Aunque los parques suelen ser más frescos debido a la hierba y la sombra de los árboles, las zonas de recreo pueden ser las más calurosas del parque: “micro islas de calor”, según Vanos. Esto se debe a que a menudo no están a la sombra y se construyen con materiales que absorben más calor, como el metal y el caucho.