El plástico inunda ya los lugares más remotos del planeta y, más cerca de nuestras fronteras, supone el 95 por ciento de los residuos del Mar Mediterráneo, cuya contaminación acapara la más alta densidad de microplásticos flotantes en sus aguas. Hasta hace poco, la comunidad científica pensaba que la contaminación por plásticos del océano provenía principalmente de 20 ríos. Sin embargo, un estudio publicado en mayo de 2021 descubrió que el plástico que inunda los océanos llega a través de más de mil ríos de todo el mundo, lo que complica las posibles soluciones. Debido a la inmensidad y profundidad de los océanos, el hombre creía que podría utilizarlos para verter basura y sustancias químicas en cantidades ilimitadas sin que esto tuviera consecuencias importantes.
Los partidarios de continuar con los vertidos en los océanos incluso tenían un eslogan: «La solución a la contaminación es la dilución». En la actualidad, basta con fijarse en la zona muerta del tamaño del estado de Nueva Jersey (o la Comunidad Valenciana, unos 22 000 kilómetros cuadrados) que se forma cada verano en el delta del río Mississippi, o en la extensión de 1600 kilómetros de plástico en descomposición en el Pacífico Norte para darse cuenta de que esta política de la «dilución» ha contribuido a llevar al borde del colapso lo que tiempo atrás fue un ecosistema oceánico próspero.
La contaminación marina, a diferencia de la contaminación del agua en general, se centra en los productos creados por el hombre que entran en el océano. A pesar de que el agua de los océanos cubre más del 70% de la Tierra, sólo en las últimas décadas hemos empezado a comprender de qué manera este hábitat acuático se ve afectado por la actividad del ser humano.
Los estudios llevados a cabo en los últimos años demuestran que la degradación, especialmente en las zonas costeras, se ha acelerado notablemente en los últimos tres siglos, a medida que han aumentado los vertidos industriales y la escorrentía procedente de explotaciones agrarias y ciudades costeras.
Antes de 1972, el océano era una suerte de papelera universal gratuita en la que se arrojaba, con total impunidad, todo tipo de basura: desde lodos de depuradora a residuos químicos, industriales y radiactivos. Millones de toneladas de metales pesados y contaminantes químicos, junto con miles de contenedores de residuos radiactivos, han sido arrojados despreocupadamente al océano durante décadas.
El Convenio de Londres de 1972, ratificado en 1975 por España, fue el primer acuerdo internacional puesto en marcha para mejorar la protección del medio marino. El acuerdo impulsó programas reguladores y prohibió el vertido de materiales peligrosos en el mar. En 2006 entró en vigor un acuerdo actualizado, el Protocolo de Londres, que prohíbe más específicamente todos los residuos y materiales, salvo una breve lista de artículos, como los restos de materiales de dragado.
Muchos de estos contaminantes se acumulan en las profundidades del océano, donde son ingeridos por pequeños organismos marinos a través de los cuales se introducen en la cadena alimentaria global. También los grandes habitantes del océano sufren las consecuencias. Los científicos incluso han descubierto que los medicamentos que ingiere el hombre y que no llegan a ser procesados completamente por su organismo acaban en el pescado, la sal o el marisco que comemos.