Volar está muy lejos de ser una actividad verde. Un vuelo de ida y vuelta de Lisboa a Nueva York genera casi el mismo nivel de CO² que una persona media en la Unión Europea al calentar su hogar durante todo el año.
En comparación con el transporte terrestre, un avión requiere mucha más energía, dice Agnes Jocher, profesora de la Universidad Técnica de Munich, cuya investigación explora la movilidad futura sostenible.
El resultado es un impacto climático desproporcionado en comparación con las alternativas (trenes y transbordadores, por nombrar algunos).
En un informe de 2019 sobre la reducción de emisiones a través del cambio de comportamiento, Richard Carmichael, investigador de Ciencias Sociales del Imperial College London, observó que volar era una “actividad excepcionalmente de alto impacto” y “la forma más rápida y económica para que un consumidor aumente su huella de carbono”.