En 1969 un visionario peruano nacido en La Libertad, Rafael Quevedo Flores, vio en los arenas de Virú un lugar adecuado, inicialmente, para la avicultura. Con 2.000 pollos y solo 3 empleados, incluidos él y su esposa, Gladys Berastain, inician el sueño del negocio propio. Lo que parecía una locura fue una acertada decisión, que hoy le permite ser considerado uno de los pioneros de la agroexportación en el Perú y fundador de una de las empresas más grandes de La Libertad y asociada a la Cámara de Comercio, el Grupo Rocío.
De niño acompañaba a su padre al fundo agrícola ganadero que gerenciaba llamado La Victoria, lo que le permitió tener contacto con la naturaleza, con el campo y con el ganado vacuno. “Todo en esa época se hacía a lomo de caballo. No había carreteras en la zona, estamos hablando de la cuenca del río Marañón. Eso fue forjando mi visión de cómo era la agricultura y a desarrollar ese gusto por el campo”, cuenta.
Su formación profesional la recibió en la Escuela Nacional de Agricultura – La Molina, hoy la Universidad Nacional Agraria. Rafael recuerda que como estudiante la investigación estaba muy presente y fue su profesor de nutrición animal, el Dr. Antonio Bacigalupo Palomino – ex funcionario de la FAO y que vive actualmente en Chile- quien lo motivó a hacer su tesis de grado sobre raciones de alta energía en pollos de engorda, en esa época no se imaginaba que le serviría para su primer negocio. “Es mucho más corto – me dijo – usted va terminar su tesis rápido. Implicó bastante trabajo de laboratorio, obtener datos estadísticos y aprender mucho sobre cómo se debe realizar una investigación”, comenta. A partir de ese momento investigar, analizar el entorno y observar fueron parte de su vida.
En 1968 se promulgó la Ley de Reforma Agraria en Perú, la que cambió drásticamente a la agricultura y ganadería nacional. Fue un tiempo muy difícil para desarrollar empresas, no se contaba con financiamiento ni apoyo para los emprendimientos. Se expropiaron todos los fundos que eran productivos, que tenían aguas y tierras, y al desierto no lo tocaron. “En Perú teníamos a un compositor de valses que se llamaba Felipe Pinglo, y uno de ellos era “El huerto de mi amada”, entonces por esos años se bromeaba diciendo: ¿Cuál es el colmo de la reforma agraria? Expropiarle el huerto de la amada a Felipe Pinglo”, sonríe.
Rafael Quevedo tuvo la capacidad de ver al desierto de Virú como una oportunidad de desarrollo. Aplicó lo aprendido de los agricultores de la serranía de la Libertad. “Los agricultores luego de pastorear el ganado los cobijaban en unos corralitos para que pudieran pasar la noche. Transcurrido un tiempo, cuando ya se había almacenado la materia orgánica suficiente, cambiaban el corralito a un lugar contiguo, y repetían esta operación hasta lograr el área necesaria para su cultivo, integrando la materia orgánica al suelo que se iba compostando con el tiempo y la lluvia, así obtenían su campo agrícola, haciendo productivos sus terrenos”.
Fue así como el residuo orgánico convertido en compost y humus se incorporó a la arena del desierto, que con agua proveniente de pozos profundos, produjo el milagro de la agricultura en el desierto.
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El riego por goteo (presurizado) nació de la necesidad de trabajar las arenas del desierto durante la década de los 80. Este método ya estaba siendo usado en el desierto de Israel. Rafael recuerda que en ese tiempo se le presentó la oportunidad de capacitarse en Netafim, una de las empresas de riego tecnificado más grandes del mundo en la actualidad. “Pude conseguir que me aceptaran en el Kibutz Hatzerim, donde aprendí el valor de esta tecnología y a mi retorno al país lo pude implementar en el desierto liberteño”, comenta.
El círculo virtuoso de la materia orgánica sumada al potencial acuífero de la zona, le permitió emprender con éxito el cultivo de espárrago blanco. A esto se le sumó la construcción de una planta de envasado cerca de Salaverry, procesando la producción a escala con rendimientos de 20 a 25 Tm/Ha, lo que les permitió exportar a España y Alemania.
“Los agricultores que cultivaban espárrago en los valles tradicionales de la zona, obtenían en su primera cosecha una producción de 500 a 1.000 kgs. por hectárea. Mi expectaviva en el desierto usando riego tecnificado, con la incorporación de compost y humus, era incrementar un 40% esa primera cosecha. Mi sorpresa fue grande al comprobar que obtuvimos 5.000 kgs. de producción”, recuerda.
En la década de los 90 nacía el proyecto de Irrigación Chavimochic y como buen liberteño, abrió las puertas de su fundo a empresarios nacionales y extranjeros que veían asombrados los altos rendimientos del espárrago en el desierto, utilizando riego presurizado y agua proveniente de pozo
Rafael siempre supo que la diversificación de los cultivos era la clave para mantenerse en la industria. “Un viejo dicho dice: No pongas todos los huevos en una misma canasta, se te cae la canasta y se rompieron todos los huevos. Cuando estuve en Israel también vi la diversificación que había de cultivos y la razón es muy simple: Los cultivos necesitan rotación y no puedes estar con un monocultivo, ya que los problemas sanitarios comienzan a apararecer. La ventaja competitiva que tiene el Perú de poder cosechar todo el año en algunos cultivos, permite adecuar la cosecha y acceder a los mercados cuando tienen mayor demanda. Esto sumado a una eficiciencia en costos y calidad, te permite ser competitivo en el mercado nacional e internacional”, afirma.
Es así como al ser pionero del espárrago con riego a presión, lo fue también con el cultivo de la palta en Chavimochic. En el 2003, tuvo contacto con empresarios americanos, con quienes realizó su primer emprendimiento en Chao, Avo Perú. Las primeras y exitosas exportaciones desde el 2009 avizoraron un potencial de venta extraordinario respaldado con la apertura comercial con la EUA. “Colaboré atendiendo a una comitiva de empresarios de California y de Chile que venían a conocer la zona para ver la posibilidad de cultivar paltos. Pude enseñarles las áreas que conocía con bastante detalle y les agradó la idea de desarrollar este cultivo, fue en ese momento que los empresarios californianos me propusieron hacer la sociedad”, recuerda.
El arándano fue un emprendimiento que lo propuso y trajo a la empresa su hijo, Ulises Quevedo. “El cultivo lo realizamos con bastante prudencia, probando plantones de diferentes características para determinar cuáles se adecuaban mejor a nuestras condiciones de clima, arena y agua. Mi nieto y colega de mi alma mater, Rafael Quevedo Sturla (quien se recibió el mismo día que yo cumplí 50 años como profesional), complementó este emprendimiento y se hizo cargo de la gerencia agrícola. Esto nos permitió alcanzar gran productividad y una calidad muy alta. Este cultivo es muy intenso en mano de obra, generando en la empresa hoy en día empleo formal para más de 25.000 trabajadores. Este emprendimiento nos permitió realizar fusiones con empresas internacionales que abastecen con un volumen importante el mercado mundial de arándanos”, explica.
Si bien Rafael afirma que la política no estaba dentro de sus intereses, era consciente de “lo mucho que se podía hacer por el país”. En septiembre de 2010 fue invitado a ser parte del gobierno del presidente Alan García como Ministro de Agricultura.
Unos años antes, el Presidente ya se lo había pedido, pero su contrato con la empresa Abocados del Rey de California, se lo impedía. “Faltaba poquito menos de un año para que terminara la gestión del presidente, y me pregunta: `Rafael, ¿cómo va su asunto?; y yo le digo: `Presidente, gracias a Dios ya terminó, ya cumplí con mis objetivos´. `Ah, que bien´, me dijo entonces…. `Oiga presidente no vaya a hacer una locura, es el final´; `no te preocupes´, me dijo y se rió nada más”, recuerda con simpatía. Eso fue un viernes, y el domingo los titulares de la prensa anunciaban la renuncia del ministro de agricultura. ”Al día siguiente me dijo: `Señor, a cumplir con su promesa´, fue así como legue allí”, agrego
Entre los logros destacados de su gestión están la firma del acuerdo de ingreso de palta Hass a Estados Unidos; la aprobación del Reglamento de Protección a los Derechos de los Obtentores de Variedades Vegetales; la creación del programa Agroideas para apoyar a los agricultores afectados por el TLC firmado con EEUU; el Proyecto Sectorial de Irrigación para la Sierra, que permitió llevar la tecnología de riego tecnificado a esta zona, permitiendo eficiencia en el riego, ahorro de agua y mejora en su productividad, entre otros.
Con 85 años de edad, mirar el camino recorrido se hace inevitable. Un hombre de familia en donde Dios, su esposa y sus hijos han sido fundamentales para aprender de la vida y crecer en los negocios. “Yo digo que pertenezco a ese club de la juventud avanzada (sonríe), en donde la actividad es parte fundamental de la vida, y como estoy acostumbrado al campo, no me he ido a vivir a otro lugar”. Rafael está consciente de que los años pasan, que las facultades van disminuyendo, y que “uno no puede aferrarse a lo que ha hecho o aprendió a hacer y después dejar el problema para más tarde”. Si bien la gestión de sus empresas ahora está en manos de sus hijos y nieto, él continúa visitando sus campos y traspasando su experiencia a las nuevas generaciones.
“Voy a las instalaciones, a los cultivos, nunca doy una orden, me discipliné, pero ganas no me han faltado”, cuenta sonriendo, “ya dejo que ellos lo hagan, porque es la forma que tiene que ser, porque de los errores se aprende mucho. No todo es color de rosa, yo he tenido un montón de caídas y errores que gracias a Dios hemos podido superar y aprender”, agrega.
Con palabras de una claridad y seguridad admirable, sus años de experiencia y amor por lo que hace le han permitido forjar las bases de la continuidad en el tiempo de sus empresas, con conceptos fundamentales como el trabajo en equipo, la investigación constante, la asociatividad, la diversificación y adaptación de los culitvos, la reinversión de los capitales, la inversión en innovación y tecnología, la complementariedad con otros países y la mirada del win win, tú ganas, yo gano. Todas herramientas que le han permitido crear un nombre y dejar un tremendo legado a la historia de la agricultura y agroexportación peruana.
Con 85 años de edad, mirar el camino recorrido se hace inevitable. Un hombre de familia en donde Dios, su esposa y sus hijos han sido fundamentales para aprender de la vida y crecer en los negocios. “Yo digo que pertenezco a ese club de la juventud avanzada (sonríe), en donde la actividad es parte fundamental de la vida, y como estoy acostumbrado al campo, no me he ido a vivir a otro lugar”. Rafael está consciente de que los años pasan, que las facultades van disminuyendo, y que “uno no puede aferrarse a lo que ha hecho o aprendió a hacer y después dejar el problema para más tarde”. Si bien la gestión de sus empresas ahora está en manos de sus hijos y nieto, él continúa visitando sus campos y traspasando su experiencia a las nuevas generaciones
.“Voy a las instalaciones, a los cultivos, nunca doy una orden, me discipliné, pero ganas no me han faltado”, cuenta sonriendo, “ya dejo que ellos lo hagan, porque es la forma que tiene que ser, porque de los errores se aprende mucho. No todo es color de rosa, yo he tenido un montón de caídas y errores que gracias a Dios hemos podido superar y aprender”, agrega.
Con palabras de una claridad y seguridad admirable, sus años de experiencia y amor por lo que hace le han permitido forjar las bases de la continuidad en el tiempo de sus empresas, con conceptos fundamentales como el trabajo en equipo, la investigación constante, la asociatividad, la diversificación y adaptación de los culitvos, la reinversión de los capitales, la inversión en innovación y tecnología, la complementariedad con otros países y la mirada del win win, tú ganas, yo gano. Todas herramientas que le han permitido crear un nombre y dejar un tremendo legado a la historia de la agricultura y agroexportación peruana.