Cuando Emma Nicholson se asomó al cráter de un remoto volcán del sur del Océano Atlántico, la vulcanóloga británica contempló una escena que ningún ser humano había visto antes. Las paredes del cráter caían abruptamente hacia el suelo, donde, oculto a la vista, yacía un lago de lava fundida, uno de los fenómenos más raros de la naturaleza.
Nicholson se encontraba cerca del borde del cráter, en la cima del monte Michael, un estratovolcán activo situado a unos 1000 kilómetros al norte de la Antártida, mientras un dron transmitía imágenes de un lago de lava situado muy por debajo a la pantalla portátil que tenía delante.
“De repente, pudimos ver un pequeño lago de lava en lo más profundo del cráter”, recuerda Nicholson. “Desde luego, no era el lago de lava que uno evocaría de forma natural… pero era inequívocamente lava cercana a la superficie, alimentando la pluma de gas que estábamos midiendo”.
Nicholson codirigió el pasado noviembre una expedición de la National Geographic Society que ascendió por primera vez al monte Michael para confirmar la presencia de lava fundida en el suelo del cráter. Esta travesía, junto con una serie de experimentos de campo, contribuirá al avance del creciente cuerpo de investigación sobre el comportamiento volcánico. Los científicos aún están tratando de entender cómo leer las señales y patrones de los volcanes. ¿Cuáles de ellas podrían ser precursoras de una erupción? ¿Pueden aplicarse las señales de un volcán a otros volcanes? Los lagos de lava, especialmente su actividad en el interior de los cráteres volcánicos, pueden contener algunas de esas respuestas.
Los lagos de lava se cuentan entre las características geológicas más inusuales del planeta. Aunque hay unos 1500 volcanes activos en la Tierra, el monte Michael es sólo el octavo lago de lava descubierto. Algunos son calderas burbujeantes de magma fundido, como los volcanes que suelen aparecer en las películas. Otros son más transitorios, cambian de profundidad o se vacían por completo en función de las condiciones de presión del sistema.
Normalmente, tras una erupción, la lava expuesta a la atmósfera se enfría formando un tapón sólido de roca que atrapa en su interior el calor y los gases del volcán. Para que se forme un lago de lava, dice Nicholson, “el equilibrio entre el calor que sube desde el interior del sistema de ventilación del volcán debe estar perfectamente equilibrado con la velocidad de enfriamiento para mantener la lava en su estado fundido.”