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Medio Ambiente

Estados Unidos abandona oficialmente el Acuerdo de París. ¿Qué significa?

El miércoles, 4 de noviembre 2020, Estados Unidos se retiró oficialmente del Acuerdo de París, el tratado internacional histórico para mantener a raya el cambio climático y limitar las futuras emisiones de gases de efecto invernadero. La salida se hizo tres años después de su anuncio oficial y solo duró unos meses. Tras su victoria electoral en noviembre de 2020, Joe Biden rectificó la decisión en su primer día en el cago. Pero una nueva victoria de Donald Trump en 2024, a devuelto a Estados Unidos a la situación de 2020.

Estados Unidos es ahora único gran país del mundo que no se ha comprometido con el acuerdo, cuyo fin es impedir que las temperaturas globales aumenten más de 2 grados Celsius respecto a las temperaturas preindustriales. No es ninguna sorpresa: el presidente Trump anunció su intención de abandonar el acuerdo en 2017 y empezó el proceso para hacerlo en noviembre de 2019. Pero esta medida se ciñe al plan de Trump para reducir las iniciativas para combatir el cambio climático en los últimos años, señala Kate Larsen, analista del Rhodium Group, dedicado al clima.

Un futuro presidente podrá decidir si se unirá al pacto de nuevo en cualquier momento, pero tendrá que revisar los planes del país y presentar metas nuevas y más ambiciosas, que podrían ser más difíciles de alcanzar tras varios años de retrasos, afirma Andrew Light, experto climático del Instituto de Recursos Mundiales y arquitecto del acuerdo alcanzado durante el mandato del presidente Obama. Con todo, incluso sin apoyo federal, Estados Unidos ha avanzado hacia la descarbonización y es probable que ese progreso continúe con o sin la membresía del acuerdo.

«Que Estados Unidos esté ausente del Acuerdo de París no ha detenido el impulso a largo plazo, pero lo ha ralentizado y ha puesto en desventaja a Estados Unidos», afirma Larsen.

Actualmente, Estados Unidos es el segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo. Es responsable de emitir más de 5000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono al año desde 1990, por no mencionar otros gases potentes que contribuyen al calentamiento del planeta, como el metano o los hidrofluorocarburos.

Sin embargo, el país es el número uno en emisiones «históricas» totales: es la fuente del 25 por ciento de todos los gases de efecto invernadero producidos por los humanos que se han acumulado en la atmósfera desde la Revolución Industrial.

Tras años de negociaciones, los signatarios del Acuerdo de París decidieron intentar limitar la cantidad de calentamiento global a finales de siglo a menos de 2 grados Celsius y aspirar a una meta más ambiciosa de 1,5 grados Celsius. Sobrepasar estos umbrales, según sugieren montañas de ciencia, provocaría cambios catastróficos en el sistema climático que podrían entrañar consecuencias costosas y peligrosas para miles de millones de personas en todo el planeta. Desde el Acuerdo, un flujo constante de investigación ha demostrado que incluso la meta más baja provocará efectos desagradables. Muchos de ellos ya resultan aparentes, como los ciclones tropicales más intensos o los incendios forestales que baten récords.

Las temperaturas globales aumentan de forma relativamente predecible en respuesta a la subida de las concentraciones de gases de efecto invernadero. Eso quiere decir que la cantidad de carbono que podemos emitir a la atmósfera tiene un límite, si se cumplen las metas de temperatura: en otras palabras, hay un «presupuesto» de carbono al que ceñirse. El acuerdo no ultimó los detalles exactos del presupuesto, sino que dejó en manos de cada país el desarrollo de planes para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero con el paso del tiempo.

Todos se comprometieron a revisar sus objetivos cada cinco años y llevar un registro de las áreas donde habían progresado o fracasado y, con suerte, incrementar sus ambiciones. En aquella primera ronda, Estados Unidos aspiraba a reducir sus emisiones de un 26 a un 28 por ciento por debajo de los niveles de 2005 para 2030. Otros grandes emisores anunciaron metas similares: China, el mayor emisor mundial, declaró que alcanzaría su «pico» de emisiones para 2030 y la UE aspiraba a estar un 40 por ciento por debajo de sus emisiones de 1990 para el mismo año.

Las metas no eran vinculantes, pero había una gran presión internacional para cooperar, señala Marina Andrijevic, analista de Climate Analytics. Gran parte de esa presión fue generada por los compromisos de Estados Unidos: como causante principal de las emisiones, su voluntad de participar tuvo mucho peso.

«El papel de Estados Unidos en este proceso no se puede destacar lo suficiente», dijo. «En esta ecuación, el acuerdo no funciona si Estados Unidos no pone de su parte».

Por eso que el presidente Trump anunciara su intención de retirar a Estados Unidos del pacto en 2017 generó mucha preocupación. Algunos analistas temían que la retirada incitara a otros a seguir sus pasos o reducir sus ambiciones si Estados Unidos no volvía a unirse. Otros temían que las metas globales no pudieran cumplirse sin la cooperación de Estados Unidos.

La inminente salida se consideró una abdicación de la responsabilidad del país por su papel en el calentamiento que ya ha ocurrido. Años antes, Estados Unidos había abandonado el Protocolo de Kioto.

«La comunidad internacional ha visto cómo ocurría en dos ocasiones. Nos hemos retirado de un acuerdo climático hecho en gran parte a nuestra medida dos veces. Esto hará que muestren recelo a la hora de volver a negociar con nosotros», afirma Larsen.

Ahora, Estados Unidos se ha convertido oficialmente en el primer y único signatario que abandona el pacto, sumándose a Irán y Turquía como los únicos grandes emisores que renuncian al tratado internacional.

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