Capaces de recorrer grandes distancias y con una gran capacidad de reproducirse, más de medio millón de burros salvajes tienen en jaque al Valle de la Muerte de Estados Unidos. Imágenes de la serie ‘América: Paisajes extraordinarios’.
En 2018, la Oficina de Gestión de la Tierra de Estados Unidos estimó que había alrededor de 81 950 caballos y burros salvajes en al oeste del país), “más del triple” de lo que el terreno puede aguantar. En un comunicado, la Oficina admitió que su capacidad para controlar el número de equinos se ha visto “entorpecida” en los últimos años por el coste del mantenimiento de los caballos y burros salvajes (que valora en 50 millones de dólares al año), según recogió Europa Press.
Los burros salvajes son una especie invasora en el Valle de la Muerte de California (Estados Unidos) son capaces de recorrer 65 kilómetros diarios comiendo lo que pueden. Esta actividad supone un importante desequilibrio en el ecosistema local ya que se comen plantas que tardan años en crecer.
Las especies invasoras son el segundo factor principal de la pérdida de biodiversidad a nivel mundial. Se estima que cuestan a Estados Unidos 120 000 millones de dólares al año y más del 40 por ciento de las especies clasificadas como amenazadas o en peligro de extinción en ese país alcanzan esa clasificación debido a las especies invasoras. Las especies invasoras alteran hábitats, rompen cadenas tróficas, consumen poblaciones de presa y reducen la fauna predadora.
Aun así, según se describe en un artículo publicado el 29 de abril 2021 en la revista Science, estos animales (junto con los caballos salvajes) utilizan sus pezuñas para excavar a más de dos metros de profundidad y alcanzar el agua subterránea de los desiertos de Estados Unidos, lo que a su vez crea oasis que son de gran ayuda para la fauna: tejones, osos negros y una amplia variedad de aves, entre ellas algunas especies en declive como los mochuelos de los saguaros.
Los caballos y los burros, introducidos en el medio natural a lo largo de siglos, se han asentado en poblaciones dispersas a lo largo de gran parte del oeste de Estados Unidos. Los pozos que excavan se transforman en «focos de actividad animal», explica Erick Lundgren, investigador posdoctoral en la Universidad de Aarhus, Dinamarca, y autor principal del estudio.