Es difícil resistirse a un poco de brillo. Durante siglos, la gente ha codiciado y se ha adornado con piedras preciosas, metales y cualquier otra cosa que atrape la luz. La purpurina, un conjunto de diminutas partículas reflectantes procedentes de fuentes naturales como el polvo mineral, ha sido durante mucho tiempo una forma sencilla de deslumbrar.
Ya en el año 400 d.C., por ejemplo, los mayas utilizaban mica en la pintura, que brillaba al sol. Otros pueblos antiguos de Norte América utilizaban el mismo mineral para adornar tumbas y crear figuras.
La tecnología moderna, en particular el desarrollo de los plásticos sintéticos, nos ha proporcionado infinitas y baratas fuentes de purpurina. La purpurina plástica se puede ver en todo tipo de productos, desde cosméticos y velas hasta papel de regalo y crema solar.
Pero esas motas brillantes no desaparecen cuando se desprenden de la cara o de la tarjeta de cumpleaños. De hecho, cada vez son más los estudios que apuntan a las graves consecuencias medioambientales de la contaminación por microplásticos.
“Una de las cosas malas es que se fabrican intencionadamente para que sean pequeños… y también muy móviles”, afirma Robert Hale, científico medioambiental y profesor del Instituto de Ciencias Marinas de Virginia (Estados Unidos). Se han encontrado microplásticos en todas partes, desde la Antártida hasta las profundidades oceánicas y, más recientemente, en la placenta, las heces y los vasos sanguíneos de los seres humanos.
Con la purpurina en el punto de mira, los expertos discuten cuánto daño puede hacer un poco de purpurina de plástico y si las alternativas no plásticas ofrecen soluciones viables.
La mayoría de las purpurinas, que miden menos de cinco milímetros, se consideran microplásticos y suelen constar de tres capas: un núcleo de plástico, una capa reflectante y una última capa fina de plástico. Al igual que otros microplásticos (en gran medida subproductos de la descomposición de plásticos de mayor tamaño), la purpurina ha despertado la alarma por la facilidad con que se propaga.
“A menudo se aplica a una superficie con poca fuerza… así que, por naturaleza, se cae y se distribuye con facilidad”, afirma Hale. Con el tiempo, las partículas de purpurina se fragmentan aún más, haciéndose más pequeñas y más fáciles de ingerir. “Cuando se hace lo suficientemente pequeña, puede realmente entrar en las células… y participar o interferir en varias reacciones bioquímicas esenciales”.
Los microplásticos son un peligro medioambiental conocido que prolifera en entornos marinos y terrestres y que, debido a su tamaño, es casi imposible eliminar. Las altas concentraciones de microplásticos brillantes parecen obstaculizar el crecimiento de organismos acuáticos, como el fitoplancton y el zooplancton, que forman la base de la cadena alimentaria y desempeñan un papel fundamental en la producción de oxígeno y el consumo de dióxido de carbono.
“Este microplástico es tan pequeño, a nanoescala, que [el zooplancton] podría comérselo y desgarrar sus órganos internos”, afirma el autor del estudio, Rafael Barty Dextro, biólogo investigador del Centro de Energía Nuclear y Agricultura de Brasil.