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Medio Ambiente

Monocultivos certificados como sostenibles generan conflictos sociales en Colombia

La papelera de capitales irlandeses Smurfit Kappa cuenta con plantaciones forestales certificadas como madera sustentable por el Consejo de Administración Forestal (FSC, por sus siglas en inglés) en seis departamentos colombianos. Una importante proporción de estas áreas corresponde a bosques de pino y eucalipto que, según algunos expertos, pueden afectar la calidad de los suelos, impactan en la dinámica social de la región y abren conflictos sociales con comunidades indígenas, campesinas y afrocolombianas.
Johanna Osorio
24 Abril, 2022

Con el fin de proteger esta y otras formas de biodiversidad, se han impulsado certificaciones ambientales que garanticen la siembra, cosecha y comercialización de productos sostenibles, que tengan un origen legal y no provengan de áreas deforestadas o de ecosistemas en peligro. Uno de estos sellos es el que otorga el Consejo de Administración Forestal (FSC, por sus siglas en inglés), la más grande certificadora de madera del mundo.

Sin embargo, como OjoPúblico ha revelado, una serie de grietas en sus procesos ha hecho que en los últimos años esta certificadora entregue su sello a un grupo de empresas de América Latina que —lejos de promover la sostenibilidad— están vinculadas a investigaciones por tráfico de madera o involucradas en conflictos en tierras indígenas. Una de las empresas que ha recibido este sello desde 2003 —y lo ha renovado desde entonces después de pasar por una auditoría anual— es la papelera Smurfit Kappa Cartón de Colombia (SKCC).

La compañía de capitales irlandeses es una de las 12 empresas o personas que tiene la certificación FSC en Colombia en manejo forestal. Sus plantaciones se encuentran en la cordillera occidental y la cordillera central de los Andes. Allí administra amplios cultivos de especies foráneas —como el pino y el eucalipto— que, por sus características, demandan grandes cantidades de agua y generan impactos en las comunidades locales, de acuerdo con denuncias de expertos locales.

Mónica Bedoya Obando, administradora ambiental oriunda del departamento de Risaralda (en el centro-occidente de Colombia), y Néstor Ocampo Giraldo, activista y ambientalista del departamento de Quindío (también en el centro-occidente del país) y fundador de la Fundación Ecológica Cosmos, denuncian que los cultivos de estas coníferas en Colombia no cumplen con los parámetros de protección de los bosques y fuentes de agua. Además, indican que han provocado la destrucción masiva de la diversidad biológica, desplazamiento del campesinado, alteración del ciclo del agua —se han secado corrientes—, acidificación de los suelos, cambio negativo del paisaje y un incremento en la concentración de la propiedad de la tierra.

En Colombia las certificaciones cubren un área forestal de 201.765 hectáreas, de las 59,8 millones de hectáreas de bosque natural reportados en 2021. Más de 67 mil hectáreas de estas zonas certificadas —es decir el 33%— son manejadas por Smurfit Kappa, en seis departamentos del país.

Desde 2017, autoridades civiles del Quindío, campesinos y ecologistas de la región denuncian que el afluente que abastece al municipio Salento perdió su caudal debido a las plantaciones de pinos sembrados desde la cabecera hasta los bordes del río, todas propiedad de Smurfit Kappa Colombia. “El impacto ambiental en la región, y en el Quindío, que es donde vivo, ha sido muy grande y negativo”, asegura Ocampo Giraldo.

El veterano ambientalista afirma que la mayor parte de los cultivos de la empresa se encuentran en la parte alta de cuencas hidrográficas, que alimentan acueductos de varias ciudades. “O sea, que nos quitan parte del agua, que se consume en los cultivos, y el resto nos la contaminan con el uso de pesticidas, como hemos denunciado muchas veces”. La situación se repite en Risaralda, de acuerdo con Bedoya Obando.

Monocultivos. Impactos en el suelo, el agua y las dinámicas sociales.

Un sello que debería proteger ecosistemas

Smurfit Kappa tiene certificadas 67.372 hectáreas de bosque, de las cuales 66% corresponden a plantaciones forestales de pino y eucalipto, y el resto a bosques nativos protegidos; en los departamentos de Cauca (suroccidente del país, entre las regiones Andina y Pacífica), Caldas (centro occidente de la Región Andina), Quindío (Cordillera Central), Risaralda (centro-oeste del país, en la Región Andina), Tolima (centro-oeste del país, en la Región Andina) y Valle del Cauca (regiones Andina y del Pacífico).

Las certificaciones FSC con las que cuenta esta empresa son de “manejo forestal responsable (FSC-C008815)”, “manejo responsable del material reciclado (FSC-C C002868)”, y en “cadena de custodia (FSC-C011320) por la trazabilidad del origen de la fibra, verificable en cada fase de su proceso productivo”.

No obstante, de acuerdo con Bedoya Obando, investigadora ambiental que ha acompañado a las comunidades en la gestión de los recursos hídricos en el municipio de Pereira (departamento de Risaralda), “las plantaciones de Smurfit Kappa han afectado el caudal de la segunda fuente acuífera más importante del departamento, el río Consota, puesto que sus plantaciones se ubican en la cabecera”. Asegura también que estas plantaciones son monocultivos y que su uso se hace de forma extractivista. Los daños, advierte, “son tan graves que, para recuperar estos suelos, tal vez no basten 100 años”.

 

Para el experto en suelos Rafael Márquez Caballé, lo que ocurre en estos monocultivos de pinos y eucaliptos es que hay un cambio en la cobertura vegetal. “Si a esto se le añade el sobreuso y la sobreutilización de fertilizantes, pues tenemos una pérdida grande de variedad de seres vivos”, explica. Esto, a la vez, ocasiona que los suelos pierdan algunas de sus funciones.

¿Cómo ocurre ese deterioro? El investigador explica que la estructura del suelo es semejante a una gran esponja: el agua pasa a través de las capas del suelo en dirección vertical, hacia los mantos acuíferos. Con ella, pasan también todos los eventuales contaminantes que puede arrastrar (herbicidas, fungicidas e insecticidas, de acuerdo con expertos consultados). El agua que se infiltra desde los monocultivos impacta en la variedad de plantas locales y nativas, ocasionando la pérdida de diversidad biológica, y el empobrecimiento vegetal y genético de los suelos.

Consultado sobre qué había en estos suelos antes de las plantaciones de pino y eucalipto, Nicolás Pombo, gerente de la División Forestal de Smurfit Kappa Colombia, respondió a OjoPúblico que las plantaciones forestales comerciales de la empresa, que iniciaron en 1969, se establecieron en suelos usados, previamente, para la ganadería. “Las plantaciones son establecidas y manejadas técnicamente por técnicos e ingenieros forestales y, una vez establecidas, protegen los suelos contra la erosión, regulan las corrientes de agua, absorben CO2 y son fuente de materia prima para varias industrias y generan empleo de calidad en el sector rural. Antes de las plantaciones forestales, en la mayoría de los suelos se encontraban potreros de ganadería extensiva cubiertos de pastos y rastrojos”, aseguró.

Sin embargo, Ocampo Giraldo sostiene que no es cierto que estas especies foráneas no causen un impacto ambiental negativo. “La afirmación es mentirosa. Cualquier ecólogo puede certificarlo: si introduces una especie exótica en otro ecosistema, masivamente, afectas a ese ecosistema. Lo perjudicas, para empezar, quitando espacio a los ecosistemas nativos y, en segundo lugar, porque las áreas afectadas con la nueva especie se convierten en espacios hostiles para las formas de vida autóctonas, porque se defiende a la especie introducida con pesticidas”, explica. En casos como estos, agrega Ocampo Giraldo, también se alteran los ciclos biogeoquímicos [particularmente el del agua] y eso desencadena múltiples consecuencias, como, por ejemplo, la disminución de las fuentes acuíferas o degradación de los suelos.

EL 66% DE LAS HECTÁREAS CERTIFICADAS DE SMURFIT KAPPA CORRESPONDEN A PLANTACIONES FORESTALES DE PINO Y EUCALIPTO”.

Bedoya Obando coincide con esta afirmación y explica, además, que la modificación genética de estas especies forestales y su inserción en un ecosistema distinto afecta también a esos mismos ejemplares. “Son como clones. Para que estos monocultivos tengan las mismas características, deben clonar el ADN de los árboles. Además, en su entorno natural, en el caso de los eucaliptos, el crecimiento completo se alcanza en 28 años; en Colombia se tarda solo siete, por su alta exposición al agua. Esto provoca estrés hídrico: absorben más agua de la que necesitan y la evaporan más rápido también”.

La especialista en Evaluación de Impacto Ambiental y Gestión del Riesgo señala, además, que, aunque las plantaciones de lo que hoy se conoce como Smurfit Kappa iniciaron en 1969, la empresa ya se había establecido en Colombia desde los años 50. Durante este lapso, afirma, “deforestaron 13.000 hectáreas de selva nativa en el Bajo Calima (en Valle del Cauca), según la investigación El Imperio del Cartón, de Joe Broderick”.

El Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM, por sus siglás en inglés) guarda estos registros: en 1957 se creó la empresa Celulosa y Papel de Colombia S.A. (Pulpapel), conformada por el Instituto de Fomento Industrial (IFI), Cartón de Colombia y la Container Corporation of América (CCA, que fue comprada por Jefferson Smurfit en 1986). En 1994 ambas empresas fueron adquiridas por Cartón de Colombia y se constituyó la empresa Smurfit Cartón de Colombia que, en 2005, pasó a ser Smurfit Kappa Cartón de Colombia (SKCC).

“Aquí en el Quindío, en el municipio de Salento, vereda El Castillo, aquí cerca de Calarcá, logramos demostrar que la empresa había tumbado la selva nativa para establecer un cultivo de pinos (Pinus patula)”, relata Néstor Ocampo Giraldo. “También demostramos que la empresa incendiaba los despojos de cosecha, violando así otras normas y, de esa manera, quemaba selva nativa cercana. Por lo anterior demandamos a la empresa y logramos, después de un tiempo, que la autoridad ambiental (Corporación Autónoma Regional del Quindío) le impusiera una multa de 864.000 pesos colombianos”.

Árboles talados

SECUELAS. Por su dimensión, las plantaciones de Smurfit Kappa en Colombia impactan no solo en la gestión de bosques, sino también en las relaciones sociales de la población.
Foto: Néstor Ocampo Giraldo

Existen registros de hechos similares en el Valle del Cauca, donde en enero de 2019, el Tribunal Superior dictó una sentencia favorable a comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas asentadas ancestralmente en sus territorios colectivos. Desde 2007, estos grupos locales habían acusado a SKCC de “la destrucción de selvas húmedas tropicales, bosques andinos y otros ecosistemas”, ante el Tribunal Permanente de los Pueblos.

La papelera afirmó a OjoPúblico que estudios locales sobre rendimiento hídrico con diferentes usos del suelo, “han demostrado que las plantaciones forestales comerciales regulan las corrientes de agua de manera similar a los bosques naturales, y que estos dos están muy lejos de la mínima regulación de corrientes que ocurre cuando el uso es en potreros”. No hicieron referencia al caso del Quindío, aunque se les consultó específicamente por este tema.

La FSC, por su parte, indicó que “la certificación de manejo forestal FSC confirma que el bosque se está manejando de manera que preserva la diversidad biológica y beneficia las vidas de las poblaciones y los trabajadores locales, asegurando al mismo tiempo que también sustenta la viabilidad económica”. En comunicación con este medio, la certificadora tampoco brindó información específica sobre el Quindío ni sobre las acusaciones de la comunidad, aunque fue consultada sobre esto.

De acuerdo con Bedoya Obando, las actividades de Smurfit Kappa se ven beneficiadas por la Ley de Incentivo Forestal, creada en 1994. Su objetivo es fomentar la reforestación en Colombia, entregando incentivos a las empresas que lo hagan. Sin embargo, el reglamento admite “aquellas especies introducidas que tengan probada su capacidad de poblar y conservar suelos y de regular aguas“; cualidad que tienen las plantaciones de pinos y eucaliptos de Smurfit Kappa, de acuerdo a estudios financiados por la papelera.

Bedoya Obando afirma que la papelera consiguió esta certificación para obtener un subsidio a sus actividades. Esta inició con el financiamiento del 75% de los costos de siembra y el 25% de los costos de mantenimiento de los cultivos durante cinco años, no reembolsables. Actualmente, tras la modificación hecha a la ley en 2019, el financiamiento es del 50% en costos de siembra y 50% en costos de mantenimiento.

¿Impacto de la especie o del hombre?

Germán Andrade, biólogo colombiano de la Universidad de los Andes y especialista en biodiversidad, señala que es importante diferenciar el impacto del eucalipto y del pino como especies, respecto al impacto ejercido por el hombre a raíz del uso que le da a estas plantaciones.

El especialista recuerda que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), las plantaciones forestales, por sus atributos, son una forma de bosque. “En la categoría de bosques plantados hay bosques mixtos o con más de una especie y usos, como las plantaciones agroforestales. No todos son monocultivos”, señala. La percepción negativa de las especies foráneas, explica, se debe a su simplicidad genética, en contraste con el bosque silvestre o nativo. “Pero no son necesariamente malas”, plantea.

¿Por qué FSC certifica plantaciones forestales comerciales como sustentables? Para el biólogo colombiano, una de las debilidades de la certificadora es “su limitado alcance en términos de los valores y las funciones de los bosques. Estas plantaciones [las agroforestales] no pueden reemplazar las funciones de los bosques silvestres. No se puede decir que tantas hectáreas de selva se compensan con tantas otras, inclusive más, de plantaciones”.

El experto considera que se trata, sobre todo, de un tema social y ecológico. “Sí pueden existir plantaciones de especies exóticas con [la] finalidad de producción de madera, no veo por qué no. Pero, en el contexto de monocultivo empresarial, posiblemente hay un conflicto con el uso de las tierras o con el manejo de las cuencas hidrográficas que debe mirarse más desde una perspectiva socioecológica, no solamente ambiental”.

Maquinaria operando troncos de madera.

ECOSISTEMA. Algunos cultivos de especies foráneas, como el pino y el eucalipto, demandan grandes cantidades de agua y generan impactos en las comunidades locales.
Foto: Néstor Ocampo Giraldo

Germán Andrade sostiene que la mayoría de las plantaciones de Smurfit Kappa en los departamentos Caldas, Quindío, Risaralda, Valle, Cauca y Tolima ocurren en ecosistemas de montaña que ya habían sido transformados por el hombre, y no en bosques primarios. No obstante, hay investigaciones, como la de Joe Broderick, que afirman lo contrario.

El líder local Néstor Ocampo Giraldo cree que el daño es igual de importante, independientemente del ecosistema. “La mayor parte de sus cultivos se encuentran aquí en los Andes, en la cordillera occidental y la cordillera central. Esto es particularmente grave porque la mayor diversidad biológica aquí [en Colombia] se encuentra en las montañas, no necesariamente en la Amazonía o en el Pacífico”. Esto se debe, agrega, a que en la medida en que cambia la altura sobre el nivel del mar se generan nuevos ecosistemas y, por lo tanto, más diversidad de especies.

Un dilema social

Por su dimensión, las plantaciones de Smurfit Kappa Cartón de Colombia impactan no solo en la gestión de bosques, sino también en las relaciones sociales de la población. La investigadora Francisca Ely, directora general del Instituto Jardín Botánico de Mérida, asegura, desde su experiencia, que en Venezuela estas plantaciones fueron positivas para las comunidades locales de los llanos, hacia inicios de la década del 2000.

“En ese momento, abarcaban extensiones considerables en la zona de Los Llanos. Estas tierras, realmente, no eran muy productivas y eran, en su gran mayoría, fincas y potreros que estaban abandonados (…) Los cultivos proporcionaban empleo a la gente y cofinanciaban eventos científicos”, relata.

Aunque Francisca Ely admite que los monocultivos perjudican el suelo, cree que es importante analizar el efecto ambiental y económico de esta papelera. Relata que en Venezuela, para esa época, “los especialistas de ecofisiología de la Universidad Central presentaron un trabajo que demostró que el eucalipto de las plantaciones de Smurfit transpiraba poco, en comparación con lo que transpiraba la gramínea”.

“También se hizo un estudio botánico en las plantaciones que concluyó que había una diversidad mayor en ese momento, que la que había antes en la sabana pelada. Estos eran suelos muy arenosos, extremadamente pobres, y cuando se establecieron estas plantaciones se empezó a observar una mayor diversidad de fauna y especies vegetales”, señala.

Francisca Ely reconoce que las plantaciones de Smurfit Kappa mermaron el caudal de los ríos, pero lo atribuye a “infraestructura necesaria para alimentar las plantaciones” y no a daño de las fuentes acuíferas. “Por supuesto que es importante señalar que cualquier monocultivo generará un impacto importante, y que existen cultivos que pueden favorecer incendios, como las coníferas y, en menor grado, el eucalipto. Pero también los pastizales son propensos a incendios. Lo que deseo señalar con esto es que las cosas no son ni blanco ni negro. Depende de la perspectiva con que se mire”. Aún así, la especialista considera que nunca se debe sustituir vegetación original, bosque autóctono o arbustales por cultivos o plantaciones.

Desplazamiento indígena

La erosión de los suelos no es el único impacto denunciado de las plantaciones de pinos y eucaliptos de Smurfit Kappa en Colombia. La acción de la papelera ha afectado también la dinámica social de comunidades indígenas, provocando su desplazamiento.

Existen registros de, al menos, dos desplazamientos importantes provocados por la papelera: el del pueblo Wounaan Nonam del Pacífico colombiano, y el de la comunidad indígena Misak, que en 2021 realizó una serie de protestas con el propósito de recuperar sus tierras.

En comunicación con OjoPúblico, Smurfit Kappa aseguró que su relación con las comunidades vecinas era “socialmente adecuada, ambientalmente responsable y económicamente viable”. Sin embargo, en 2018, la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, se pronunció para exigir “respeto por los territorios, por las aguas, los suelos, los ecosistemas y la diversidad, es decir por el ambiente y la vida misma, tanto humana como no humana” por parte de la compañía.

Ante este tema, FSC respondió a este medio que “la certificación FSC no puede solucionar complejos conflictos históricos sobre la tierra, pero sí estipula que la propiedad, así como los derechos de uso y tenencia, estén claramente establecidos. Las empresas deben también negociar y obtener el acuerdo previo de las comunidades afectadas por sus actividades, sobre la base de un proceso bien informado y justo como parte del cumplimiento del estándar de manejo forestal”.

Troncos de árboles en la ladera de una montaña.

CERTIFICACIÓN. En los últimos años FSC ha entregado su sello a un grupo de empresas vinculadas a investigaciones por tráfico de madera y conflictos en tierras indígenas.
Foto: Néstor Ocampo Giraldo

De acuerdo con el Estándar Nacional de Manejo Forestal Responsable FSC de Colombia (2021), la organización debe identificar a las comunidades locales que se vean afectadas por sus actividades, y garantizar “sus derechos de tenencia, de acceso y uso de los recursos forestales y servicios del ecosistema, sus derechos consuetudinarios y los derechos y obligaciones legales”.

Rafael Márquez Caballé explica que estos desplazamientos de comunidades indígenas, campesinas y afrocolombianas, además de afectar la calidad de vida de las poblaciones, inciden en el deterioro de los suelos, pues estas personas aumentan, luego, la agricultura en zonas de suelos pobres, y con esto se intensifican los procesos de erosión.

“Cuando se establece una empresa, como las generadoras de monocultivos de pino y eucalipto, está haciendo lo que todas las empresas grandes que tienen recursos y buscan una ganancia corto plazo: están sacando mucho, mucho dinero de un sistema que ha costado miles de años en formarse, y no están aportando nada para su conservación ni para su manejo sustentable”, dice el investigador mexicano.

El fenómeno no es nuevo y, de acuerdo a Márquez Caballé, podría tener consecuencias fatales: “Ha habido incluso civilizaciones que han desaparecido por un mal manejo de los suelos. El caso más conocido es el de los habitantes de la Isla de Pascua, los Rapa Nui, que ahora son un territorio chileno. Esta es una isla volcánica, con suelos muy inestables, poco profundos. Ellos hicieron un uso tan intensivo de sus suelos que rápidamente terminaron con su fertilidad. Entonces, desgraciadamente, desaparecieron”.

De acuerdo con los expertos, la única manera de detener este daño es mediante la concientización y la regulación del uso de los recursos naturales, para mantener el delicado equilibrio que existe entre las actividades extractivas y productivas y las propiedades de un suelo sano.

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