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Medio Ambiente

¿Qué daños producen los microplásticos para el ser humano?

Hace unos años, cuando los microplásticos empezaron a aparecer en las vísceras de los peces y mariscos, la preocupación se centró en la seguridad de los productos del mar. Los mariscos eran una preocupación especial, porque en su caso, a diferencia del pescado, nos comemos el animal entero, incluido el estómago y los microplásticos que pueda contener. En 2017, científicos belgas anunciaron que los amantes del marisco podían consumir hasta 11 000 partículas de plástico al año al comer mejillones, un plato estrella en ese país.

Para entonces, sin embargo, los científicos ya entendían que los plásticos se fragmentan continuamente en el medio ambiente, desmenuzándose con el tiempo en fibras incluso más pequeñas que un pelo humano (partículas tan pequeñas que se transportan fácilmente por el aire). Un equipo de la Universidad de Plymouth, en el Reino Unido, decidió comparar la amenaza de comer mejillones silvestres contaminados en Escocia con la de respirar el aire de una casa típica. Su conclusión: la gente ingerirá más plástico durante una cena de mejillones al inhalar o ingerir diminutas fibras de plástico invisibles que flotan en el aire a su alrededor, fibras desprendidas por su propia ropa, alfombras y tapicería, que al comer los mejillones.

En 2022, un grupo de investigadores del CSIC publicó un estudio enScientific Reports en el que aseguraban que la ingesta de microplásticos reduce la diversidad bacteriana de la microbiota del colon, además de producir una alteración del equilibrio en los microorganismos presentes. “Dada la posible exposición crónica a estas partículas a través de nuestra dieta, los resultados obtenidos plantean que su ingesta continuada podría alterar el equilibrio intestinal y, por tanto, la salud”, dijo Victoria Moreno, investigadora del Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL), en la nota de prensa difundida por el CSIC.

Esta primavera, científicos de los Países Bajos y el Reino Unido anunciaron que habían encontrado diminutas partículas de plástico en seres humanos vivos, en dos lugares donde no se habían visto antes: en el interior de los pulmones de pacientes quirúrgicos y en la sangre de donantes anónimos. Ninguno de los dos estudios respondía a la cuestión de los posibles daños. Pero juntos marcaron un cambio en el enfoque de la preocupación por los plásticos hacia la nube de partículas de polvo en el aire en la que vivimos, algunas de ellas tan pequeñas que pueden penetrar en lo más profundo del cuerpo e incluso en el interior de las células, de formas que los microplásticos más grandes no pueden.

Dick Vethaak, profesor emérito de ecotoxicología de la Universidad Libre de Ámsterdam y coautor del estudio sobre la sangre, no considera que sus resultados sean alarmantes, exactamente, “pero, sí, deberíamos estar preocupados. Los plásticos no deberían estar en la sangre”.

“Vivimos en un mundo de múltiples partículas”, añade, en alusión al polvo, el polen y el hollín que los humanos también respiran a diario. “El truco es averiguar en qué medida los plásticos contribuyen a esa carga de partículas y qué significa eso”.

Los científicos llevan un cuarto de siglo estudiando los microplásticos, definidos como partículas que miden menos de cinco milímetros. Richard Thompson, científico marino de la Universidad de Plymouth, acuñó el término en 2004 tras encontrar montones de trozos de plástico del tamaño de un arroz sobre la orilla de una playa inglesa. En los años siguientes, los científicos localizaron microplásticos en todo el mundo, desde el fondo de la Fosa de las Marianas hasta la cima del Monte Everest.

Los microplásticos están en la sal, la cerveza, las frutas y verduras frescas y el agua potable. Las partículas transportadas por el aire pueden dar la vuelta al globo en cuestión de días y caer del cielo como una lluvia. Las expediciones marítimas para contar los microplásticos en el océano arrojan cifras incomprensibles, que se han multiplicado con el tiempo a medida que más toneladas de residuos plásticos entran en los océanos cada año y se desintegran. Un recuento revisado por expertos y publicado en 2014 cifraba el total en cinco billones. En el último recuento, realizado el año pasado, científicos japoneses de la Universidad de Kyushu calcularon 24,4 billones de microplásticos en la parte superior de los océanos del mundo, el equivalente a unos 30 000 millones de botellas de agua de medio litro, una cifra en sí misma difícil de comprender.

“Cuando empecé a hacer este trabajo en 2014, los únicos estudios que se hacían consistían en buscar dónde estaban”, dice Alice Horton, científica marina del Centro Nacional de Oceanografía del Reino Unido especializada en la contaminación por microplásticos. “Ya podemos dejar de buscar. Sabemos que donde miremos, los encontraremos”.

Pero determinar si causan daños es mucho más difícil. Los plásticos están hechos de una compleja combinación de sustancias químicas, incluidos los aditivos que les dan fuerza y flexibilidad. Tanto los plásticos como los aditivos químicos pueden ser tóxicos. El análisis más reciente ha identificado más de 10 000 sustancias químicas únicas utilizadas en los plásticos, de las cuales más de 2400 son potencialmente preocupantes, afirma Scott Coffin, científico investigador de la Junta Estatal de Control de Recursos Hídricos de California (Estados Unidos). Muchos de ellos “no están adecuadamente regulados” en muchos países, dice el estudio, e incluye 901 sustancias químicas cuyo uso en los envases de alimentos no está aprobado en algunas jurisdicciones.

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