Cuando Kamie Loeser asumió el cargo de directora de conservación de agua y recursos en el condado de Butte, en el norte de California (Estados Unidos), inmediatamente se le encomendó la tarea de lidiar con una de esas sequías que sólo aparecen una vez en la vida.
Era octubre de 2021. California acababa de registrar el segundo año más seco de su historia, y el lago Oroville, uno de los principales embalses del condado de Butte, se encontraba en su nivel más bajo: apenas el 22% de su capacidad.
Pero a finales de ese mes, una ciclogénesis explosiva, a veces llamado “ciclón bomba” atmosférico, había vertido tanta agua que el nivel de la superficie del lago Oroville subió 9 metros en una semana. Algunas zonas del norte de California experimentaron las mayores precipitaciones jamás registradas en un solo día.
“Lo que se ve año tras año es: embalse vacío, embalse desbordado que casi se lleva por delante el aliviadero, embalse vacío, embalse lleno, embalse que se incendia en sus márgenes, embalse vacío”, dijo Daniel Swain, un científico del clima de la universidad UCLA y del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Estados Unidos que estudia el clima extremo.
Aún permanece muy reciente el recuerdo del incendio Park, que se declaró este verano cerca de Chico, la ciudad más grande del condado de Butte. Creciendo rápidamente hasta convertirse en el cuarto incendio forestal más grande en la historia del estado, el Park quemó 170 000 hectáreas y revivió los recuerdos del incendio Camp de 2018, que destruyó casi toda la ciudad cercana de Paradise. También hubo otro incendio forestal, independiente y más pequeño, a lo largo de las orillas del lago Oroville en julio, poco después de que el embalse alcanzara su capacidad máxima por segundo año consecutivo.
En menos de tres años de trabajo, Loeser se ha enfrentado a sequías, inundaciones e incendios en una sucesión rápida y devastadora. Es un patrón que se repite en California y en todo el mundo a medida que el cambio climático intensifica los fenómenos meteorológicos extremos y, cada vez más, impulsa la rápida transición de un fenómeno meteorológico extremo a otro.
Este fenómeno, que la comunidad científica denomina latigazo climático o meteorológico, es provocado por los gases de efecto invernadero emitidos por la quema de combustibles fósiles, que calientan la atmósfera. El aire caliente puede retener más vapor de agua que el aire frío, por lo que la atmósfera se vuelve más sedienta cuando hace calor y absorbe más humedad del suelo.
La vegetación seca se queda atrás, preparada para arder si se produce un incendio.
Toda esa evaporación también significa que cuando llueve, diluvia, aumentando el riesgo de inundaciones y corrimientos de tierra mortales. Al mismo tiempo, esos aguaceros pueden acelerar el crecimiento de las plantas y dejar más combustible para quemar cuando el calor extremo vuelva a secar el paisaje.
“El peor clima para los incendios forestales no es el que se vuelve cada vez más seco de manera constante. [Lo peor es] si se alterna entre momentos más húmedos y otros más secos y, además, hace más calor, hay suficiente agua en el sistema, al menos cada pocos años, para que vuelva a crecer todo y luego se vuelva a quemar”, afirma Swain.
Los recientes incendios forestales en California han seguido en gran medida ese patrón. Después de años récord de incendios en medio de una intensa sequía en 2020 y 2021, las condiciones húmedas trajeron temporadas de incendios suaves en 2022 y 2023. El incendio Park, junto con múltiples incendios cerca de Los Ángeles, echó por tierra las esperanzas de otro año tranquilo en 2024.
Los incendios forestales también aumentan el riesgo de que se produzcan corrimientos de tierras e inundaciones tras su paso. La vegetación quemada tiene una capacidad disminuida para mantener el suelo en su lugar o absorber agua y la ceniza que cubre una zona quemada permite que el agua se deslice cuesta abajo sin hundirse en la tierra.
“No hay árboles ni vegetación que frenen la escorrentía, y aumentan los sedimentos. Como consecuencia, las inundaciones aumentan tras los incendios forestales”, explica Loeser.
Este efecto yoyó ha empapado y agostado California repetidamente en los últimos años. Las lluvias torrenciales inundaron el estado en diciembre de 2021, seguidas inmediatamente por los meses de enero, febrero y marzo más secos en más de 100 años. El invierno siguiente trajo fuertes precipitaciones y, en abril de 2023, el manto de nieve de todo el estado aumentó hasta el 237% por encima de la media.
Estas rápidas transiciones entre fenómenos meteorológicos extremos no se limitan a California. Y distintas partes de Estados Unidos son un buen ejemplo. El sureste de Texas fue azotado este verano por el huracán Beryl, al que siguió inmediatamente una fuerte ola de calor. Nueve de las 22 muertes atribuidas a Beryl en el condado de Harris, que incluye Houston, estuvieron relacionadas con las consecuencias del calor: la tormenta dejó a más de un millón de residentes sin electricidad ni aire acondicionado cuando las temperaturas superaron los 37 grados, según el Departamento de Salud y Servicios Humanos del Gobierno federal.