Este ecosistema recibe muchos nombres: ciénagas, pantanos, bayous, marismas, billabongs, turberas, estanques vernales, lagunas y otros campos y bosques anegados. Si hay agua, dulce o salada, sobre el suelo o justo debajo de él, se trata de un humedal. Sabrás que estás en un humedal cuando las huellas de tus zapatos se vuelvan fangosas y húmedas.
Sólo representan el 6% de la superficie terrestre. A pesar de su pequeña huella, los humedales desempeñan importantes funciones, como proporcionar agua dulce y hábitats y luchar contra el cambio climático.
Históricamente, los humedales se consideraban tierras baldías. Muchos han sido desecados y rellenados con sedimentos para convertirlos en suelo firme para estructuras como viviendas, autopistas y edificios de empresas. Pero proteger estos entornos incomprendidos puede ayudar a la fauna a prosperar y protegernos del cambio climático.
En general, se dividen en dos categorías: costeros o continentales. Los humedales costeros son una mezcla de agua dulce y salada, una combinación denominada agua salobre. Aquí, los humedales parecen marismas de hierba y bosques de manglares.
Los humedales continentales están formados por charcas vernales, pantanos arbolados, ciénagas o extensiones de hierba anegadas cerca de ríos y lagos. Aunque muchos humedales continentales contienen agua dulce, algunos son salados, como esta marisma salada de Nebraska que fue en su día un océano prehistórico. Se producen como resultado de climas lluviosos o de aguas subterráneas que suben a borbotones hacia la superficie. Algunos son estacionales y sólo aparecen durante los periodos de lluvias.
“España no tiene la cantidad de humedales en superficie que existe en el resto de Europa porque tenemos menos humedad, pero tenemos una variedad con un gran valor ecológico”, afirma Eduardo de Miguel Beascoechea, director de Global Nature y experto en humedales. “Climática y geográficamente, España es un país cuya diversidad se traduce directamente en la gran variedad de espacios de humedales que existen”.
Perpetuamente en el limbo, los humedales son “zonas de transición” entre la tierra seca y el agua. Durante las inundaciones, absorben el exceso de agua de lluvia que, de otro modo, causaría inundaciones y daños en las viviendas. Media hectárea de humedal puede almacenar más de 3,7 millones de litros de agua de inundación.
Desde el siglo XVIII, más de 25 millones de hectáreas de humedales han sido destruidas en la cuenca alta del río Misisipi como consecuencia del desarrollo agrícola y urbano. Las pérdidas medioambientales contribuyeron a la catástrofe de las inundaciones multimillonarias que se produjeron en la región en 1993.
Pero la protección de los humedales en forma de parques urbanos y espacios verdes a lo largo del río Charles en Boston ha evitado unos 16 millones de euros en daños potenciales por inundaciones, según una investigación realizada por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos.
En España, a principios del siglo XX se calculaba que podía haber unas 280 000 hectáreas de humedales, cifra que se ha reducido hasta el día de hoy a 115 000 en unos 2000 humedales. Es decir, tan solo en este siglo se ha perdido más del 60 por ciento, bien por desecación o por contaminación, según datos de Global Nature.
En la costa, los humedales ayudan a amortiguar el embate de las mareas de tempestad empujadas hacia tierra por fuertes tormentas como los huracanes.
Cuando la escorrentía contiene contaminantes como los fertilizantes rociados en los campos agrícolas, los humedales son filtros naturales del agua que absorben esos nutrientes y evitan que lleguen a lagos y ríos. Las sustancias químicas adheridas a las partículas del suelo son frenadas por las plantas de los humedales, que las suspenden, y los contaminantes son retenidos por las raíces de las plantas de los humedales.
Según la EPA, el Congaree Bottomland Hardwood Swamp, en Carolina del Sur (Estados Unidos), filtra tanta contaminación cada año que se necesitaría una planta de filtración de agua de unos 5 millones de euros para filtrar la misma cantidad.