En 2011, Bob Pickart se encontraba a bordo de un buque de investigación en el estrecho de Dinamarca, enfrentándose cara a cara a un profundo misterio científico.
Acompañado de un equipo de científicos islandeses, se encontraba estudiando el agua que fluye entre Groenlandia e Islandia cuando los datos le mostraron algo inesperado: una corriente que nadie sabía que existía y que fluía en sentido contrario.
“[Pensé] ¿qué demonios es esto?”, comenta Pickart, oceanógrafo físico y científico del Instituto Oceanográfico Woods Hole de Massachusetts (Estados Unidos).
Pickart retomó su investigación principal, pero la misteriosa corriente permaneció como un interrogante en su mente durante más de una década.
Hasta que volvió a por ella.
El verano pasado, Pickart y un grupo interdisciplinar de investigadores dieron caza a la corriente, ahora conocida como Iceland Faroe Slope Jet (IFSJ). A lo largo de seis semanas y una gran tormenta, nos adentramos en el Ártico siguiendo en zigzag la trayectoria de la corriente a través de los mares nórdicos.
Encontrar el punto de partida de la corriente es crucial, porque los científicos saben dónde acaba. La FISJ (una corriente profunda de aguas densas) comienza en algún lugar de los mares nórdicos y fluye hacia el sur y el este, precipitándose finalmente a través del Canal del Banco de las Islas Feroe, una brecha en la dorsal submarina que va de Groenlandia a Escocia. Desde allí, las aguas alimentan la rama inferior de la circulación meridional atlántica.
La Circulación de Vuelvo Meridional del Atlántico (conocida como AMOC, siglas en inglés de Atlantic meridional overturning circulation) es a menudo descrita como una cinta transportadora oceánica, un complejo sistema de corrientes que distribuye el calor e influye en los patrones meteorológicos regionales.
Pero los modelos climáticos muestran la posibilidad de que la AMOC se ralentice o incluso se colapse a medida que el planeta se calienta; en estas simulaciones, la intrusión de demasiada agua dulce y caliente interrumpe el proceso que impulsa la circulación. Las consecuencias serían catastróficas: las temperaturas caerían en picado en el norte de Europa, el nivel del mar subiría aún más en Estados Unidos, y los monzones del hemisferio sur podrían cambiar de trayectoria.
Pero existe un importante debate en la comunidad científica sobre el plazo en el que esto podría ocurrir. Aunque el último informe del IPCC afirma que es probable que se produzca un declive después de 2100, algunos científicos sostienen que es posible que se produzca un colapso en unas pocas décadas. Otros sostienen que, aunque los datos muestran que las aguas se están calentando, el flujo en las secciones críticas de la AMOC se ha mantenido estable.
Según Dipanjan Dey, profesor adjunto del Instituto Indio de Tecnología de Bhubaneswar, y otros expertos, la falta de consenso sobre las proyecciones modelizadas se debe a la falta de observaciones a largo plazo. Las mediciones de la AMOC en todo el sistema sólo se remontan a 20 años atrás.
“No tenemos confianza para decir cuándo será el punto de inflexión… Pero aunque quizá no veamos todo su alcance, deberíamos estar muy preparados para ello”, dijo Dey, que no participó en la investigación de Pickart (estudia el impacto potencial de la AMOC en los monzones).
Es por eso que Pickart, a sus 65 años, se agarraba a las barandillas para atravesar un pasillo mientras los fuertes vientos y las olas sacudían el buque Neil Armstrong de un lado a otro. El investigador espera que la comprensión del origen de la FISJ y su conexión con la AMOC ayude a rellenar las lagunas en los datos. “Tenemos que entender cómo funciona el sistema antes de poder comprender realmente cómo va a cambiar a medida que el clima empiece a calentarse”, afirma.
Para comprender el papel del chorro de la vertiente islandesa de las Feroe en el sistema y hallar su punto de origen, el equipo de Pickart buscó pistas como si fueran detectives, y el IFSJ fue su principal sospechoso.
“Tiene una huella dactilar, una determinada firma de temperatura, salinidad y velocidad que podemos rastrear”, afirma Stefanie Semper, oceanógrafa física de 36 años y científica de la Universidad de Bergen (Noruega).
Fue Semper, de hecho, quien en 2019 hizo el primer análisis de los datos originales de la FISJ. “En mi instituto, todavía se [llama] la corriente de Stefanie”, dice riendo.
En esta expedición, Semper recogió huellas utilizando un CTD, un instrumento diseñado para medir la conductividad (para la salinidad), la temperatura y la profundidad (existen, además, otros instrumentos para determinar la velocidad). Los CTD son supervisados por “vigías”. Excepto Semper, todos ellos eran posdoctorados o estudiantes de doctorado que trabajaban las 24 horas del día en equipos de dos.
Los sensores de los CTD se fijan a una roseta de grandes botellas metálicas. Para cada medición, la roseta se eleva mediante un brazo hidráulico, se extiende sobre el costado del barco y se baja al agua. En el turno de noche, Semper dirigió desde el laboratorio principal los ensayos de CTD, comunicándose por walkie talkie con Chris Cabell, el miembro de la tripulación que controlaba el brazo hidráulico desde un mirador situado dos pisos más arriba. Sentada frente a 12 pantallas de ordenador, calculaba la distancia que debía recorrer el CTD para llegar al fondo del océano.
“Y ahora esperamos a los 1000 metros”, dijo mientras el CTD descendía; cuando los sensores empezaron a transmitir datos, dos líneas verticales de colores aparecieron en un gráfico de una de las pantallas.
Más tarde, de madrugada, Semper se puso un abrigo de invierno, un chaleco salvavidas y un casco para recuperar el CTD y asegurarlo para que el barco pudiera seguir adelante. Se trata de un trabajo frío y húmedo: esa misma noche, Semper estuvo a punto de ser golpeado por una ola que inundó la cubierta.