Las superfloraciones de California y el suroeste de EE.UU. son casi literalmente legendarias. Durante siglos, las comunidades indígenas han celebrado las enormes floraciones primaverales de chía, lirios del desierto, alquitranes, girasoles y otras flores con semillas o raíces comestibles. “Campos tan verdes como cubiertos de flores tocan las mismas aguas del mar”, escribió el colono español Juan Bautista de Anza en 1774.
En la actualidad, estas explosiones florales se limitan a bolsas de hábitats relativamente inalterados, sobre todo en los vastos desiertos del suroeste de California, Arizona y Nevada, y sólo aparecen después de un buen año de lluvias, algo cada vez menos frecuente en la era del cambio climático.
Este invierno, California ha visto llover en abundancia (y en algunos casos en exceso) de forma relativamente constante desde finales de otoño. Esto está preparando el terreno para una floración excelente, dice Abby Wines, guardabosques del Parque Nacional del Valle de la Muerte, en el sur de California, aunque es demasiado pronto para saber si estará a la altura de la legendaria floración de 2005, o incluso de las de 2017 o 2019.
“Puede que acabe siendo una superfloración o puede que no”, un término que no tiene definición técnica y que empezó a usarse en la década de 1990, explica. “Pero prevemos una floración muy por encima de la media”.
Pero estos gloriosos acontecimientos naturales están amenazados: por cientos de miles de turistas florales que a veces pisotean las delicadas flores y el suelo; por especies invasoras; por el desarrollo urbanístico; y por el cambio climático, que ya está haciendo que la región sea más seca y calurosa.