Las economías petroleras y gasistas tienen las de perder con el paso de los combustibles a un segundo plano. Los exportadores de cobre, litio o cobalto serán los grandes beneficiados por el cambio de patrón en la matriz energética
América y muy especialmente América del Sur, es una región tocada por la varita de las materias primas. Esa ha sido su bendición cuando, como ahora, el furor comprador se impone y los precios suben. Pero también su maldición: la elevada, por momentos enorme, dependencia de los productos básicos ha frenado el desarrollo de otros sectores más productivos y sostenibles en el largo plazo, como la industria. Y en esas llega la descarbonización obligada para hacer frente al cambio climático, que provocará un seísmo de grandes proporciones sobre la matriz de crecimiento de prácticamente todos los países del bloque: en no tantos años, los hidrocarburos perderán valor en favor de los minerales indispensables para el desarrollo de las renovables. El cambio no será de la noche a la mañana, pero a largo plazo el cobre, el litio o el cobalto tienen muchas trazas de convertirse, en fin, en algo así como el nuevo petróleo.
El reciente incremento en los precios del crudo, algo que prácticamente nadie tenía en sus pronósticos hace solo unos meses, deja algunas lecciones importantes: el petróleo irá perdiendo fuelle pero aún le quedan años de dominio en el mix energético global y la falta de inversión en exploración en los últimos años deja a los productores que tienen la maquinaria bien engrasada en una mejor posición para aprovechar sus estertores. Pero hay pocas dudas de que estamos frente al último vals del crudo.
“Los exportadores que no se hayan preparado con inversiones para la era de las energías renovables saldrán perdiendo”, apunta Karen Smith Stegen, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Jacobs de Bremen especializada en las implicaciones del tránsito hacia las energías verdes. “A medida que el mercado de hidrocarburos vaya encogiéndose, entrarán en una fase de declive económico”.
Ese cambio recolocará el equilibrio económico regional. Al margen de Estados Unidos y Canadá, dos países muy petroleros pero con muchas y muy potentes fuentes de crecimiento más allá del crudo, Venezuela aparece como la gran damnificada: si en los últimos años ya ha ido perdiendo peso en el mercado petrolero global, nadie duda ya de que buena parte de los hidrocarburos que el país con las mayores reservas de petróleo del mundo tiene bajo el subsuelo quedará ahí por los tiempos de los tiempos. Como en el caso del carbón —del que Colombia fue el último año el único exportador neto de Latinoamérica—, el planeta simplemente no se puede permitir quemarlo.
A renglón seguido, Brasil y México, ambos exportadores netos, tienen las de perder en este gradual desfase. Igual que Argentina, Colombia y Ecuador. En el Caribe, dos países de tamaño mucho más pequeño, Guyana y Trinidad y Tobago, también están embarcados en esta suerte de carrera contrarreloj por aprovechar los últimos años de hegemonía del crudo.
Algo similar se puede decir del gas natural. Este combustible, de enorme importancia para la industria y para la generación de electricidad, tiene un recorrido más largo que su hermano mayor por las menores emisiones que lleva aparejadas y su utilidad como respaldo de las renovables cuando el sol o el viento no son suficientes. Pero la gradual pérdida de peso que debería tener en los próximos años si el mundo quiere evitar el escenario más dramático del cambio climático también dejará víctimas en la cuneta de los exportadores.
Tras EE UU, convertido en los últimos años en primer productor mundial gracias al esquisto, las mayores reservas están de nuevo en Venezuela y en Canadá, y, a años luz, en Argentina, Brasil, México, Bolivia, Perú o Trinidad y Tobago. Estos tres últimos países, sin embargo, tienen las de perder por tratarse de los únicos exportadores netos de la región en los últimos ejercicios. Bolivia vende por gasoducto a sus dos vecinos del sur, Brasil y Argentina. Y Perú y Trinidad y Tobago venden a mejores precios por barco, en forma de gas natural licuado (GNL), como recuerda por teléfono Alfonso Blanco, secretario ejecutivo de la Organización Latinoamericana de Energía (Olade). Con todo, la vigencia de su negocio es mucho mayor que en el caso de los países puramente petroleros.
El tránsito de perdedores a ganadores de la transición climática llega de la mano de los minerales. “Los países ricos en cobre y otros metales [que jueguen un papel relevante en el desarrollo de las renovables] y que logren desarrollar sus cadenas de suministro, saldrán victoriosos”, apunta por correo electrónico Smith Stegen. “Y, dado que el poderío económico y el geopolítico están interconectados, también escalarán posiciones en este apartado”
La mención de la profesora de la Universidad Jacobs al cobre no es ni mucho menos gratuita: su concurso es imprescindible en los procesos de fabricación de paneles solares y molinos de energía eólica. En este frente, dos países americanos tienen las de ganar: Perú, el segundo productor mundial de este mineral, origen de algo más de la décima parte del cobre que se consume en el mundo; y, sobre todo, Chile, el primero de largo, que aporta más de una de cada cuatro toneladas producidas. Aunque en mucha menor medida, también EE UU, México y Canadá sacarán tajada. “En los próximos años, los mercados globales de cobre y otros metales solo pueden ir en una dirección: la del crecimiento”, profundiza Smith Stegen.
Pero el rédito del cambio energético que está por llegar en los próximos años no se limita, ni mucho menos, al cobre, el cobalto (necesario para el desarrollo de prácticamente todas las tecnologías verdes); el zinc (vital para el desarrollo de la fotovoltaica); el litio, el níquel, el grafito o el manganeso (fundamentales para las baterías, uno de los elementos clave de la transición energética); o los llamados minerales raros, tan escasos como su propio nombre indica pero igualmente relevantes para la explosión de las renovables. Al contrario, los dos factores sine qua non para que la fotovoltaica y la eólica puedan sustituir a los combustibles fósiles son el sol y el viento.
Chile, Argentina o Bolivia tienen un potencial de energía de origen solar agraciado por los territorios específicos que reciben alta radiación cercana a máximos mundiales. En México, el beneficio viene por el alto nivel medio en una mayoría del territorio. En todos ellos queda por explorar un potencial que requeriría de inversiones público-privadas en infraestructura apropiada.
Algo similar ocurre con la eólica: las posibilidades de desarrollo son enormes, especialmente en el caso de las turbinas situadas mar adentro para las naciones ubicadas en islas del Caribe, pero habría que convertir la opción en realidad.
Las enormes opciones de crecimiento de las renovables abren, además, nuevas vías de crecimiento y exportaciones en la región. Entre ellas, la del hidrógeno, llamado a ser uno de los combustibles del futuro y para cuya producción el concurso de las energías verdes es esencial. “Es un camino lento, pero importante”, apunta Bárbara Valenzuela Klagges, profesora de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago de Chile. “Y la región presenta las condiciones necesarias para su desarrollo”.
Países y empresas en América Latina tienen, en fin, un posible camino ante sí para recoger los elevadísimos beneficios potenciales del proceso de transición energética. Pero es uno empedrado de esfuerzos e inversiones que en muchos casos solo ofrecerán sus frutos a largo plazo. En el corto, los réditos inmediatos de los combustibles fósiles siguen siendo tentadores, o en muchos casos directamente necesarios, para financiar hogares, proyectos y Estados enteros.