Nayib Bukele y sus políticas de seguridad en El Salvador se han convertido en un fenómeno político internacional. En este artículo, el autor propone diez ideas sobre la cuestión.
De Lula a Bukele
Hace quince años, los ídolos políticos latinoamericanos eran Lula da Silva, Hugo Chávez y Pepe Mujica. Además de carismáticos, navegaron sus presidencias a bordo de un boom económico que los hizo figuras mundiales.
Hoy la estrella es Nayib Bukele. Sin plata, pero con cárceles. Adonde se llegue en América Latina existe una legión ávida de su propio Bukele. Sospecho que desde Fidel Castro no había un fervor latinoamericano semejante. En la encuesta Latinobarómetro del 2023 realizada en toda la región, Bukele resultó el presidente mejor valorado por mucho: consiguió una calificación promedio de 6,7 sobre 10 (el segundo, Joe Biden, tenía 4,9%).
Sus redes tienen más seguidores que la población de El Salvador. Políticos de todas partes peregrinan a El Salvador en busca de una fotito con el azote de las maras. Y este año Bukele fue uno de los oradores principales en la convención conservadora más importante de los Estados Unidos.
Lo nuevo
Bukele encarna varias novedades. No las ha inventado ni es el único que carga con ellas, pero las hace particularmente visibles. De un lado, un tipo de líder muy crítico de la democracia heredada y de los pactos que la fundaron en los años noventa. A su manera, encontramos estridencias semejantes en Jair Bolsonaro, Javier Milei o Rodrigo Chaves en Costa Rica. A diferencia de hace 15 años, ahora está permitido mostrar abiertamente deslealtad al sistema democrático. Por otro lado, es probable que esto esté vinculado con algunos cambios generacionales. Una encuesta del 2023 en toda la región encontró que la disminución en el respaldo a la democracia en los menores de 25 años es 12 puntos más alta que en los mayores de 55. Y las redes. En un estudio realizado con mi colega Manuel Meléndez encontramos que el mejor predictor de un Bukele lover es la utilización de redes sociales, incluso más que la inseguridad del país.
Lo de siempre
Se calcula que 212 municipios salvadoreños (de un total de 262) tenían presencia de maras el 2015. Ese mismo año, la tasa de homicidios superaba los 100 asesinatos por cada 100.000 habitantes: el país más violento del mundo. 70% de los negocios pagaban extorsión. Unas 70.000 personas pertenecían a las pandillas, en un país de 6 millones. En cuanto a la vida cotidiana, así la describía un especialista en 2019: “Negarse a pagar la extorsión es muerte, negarse a colaborar es muerte, rechazar ser miembro de la pandilla es muerte, rechazar los pedidos sexuales es muerte, platicar con un policía es muerte” (Joaquín Villalobos).
Las políticas de Bukele acabaron con eso. Con los métodos menos democráticos, construyó la capacidad estatal más básica: que la violencia no esté en manos privadas. El año 2023, El Salvador tuvo la tasa más baja de homicidios de América Latina. La ciudadanía redescubre sus ciudades y respira fuera de la pesadilla pandillera. No sé si existe un pueblo tan pero tan liberal que enjuiciaría a Bukele por sus métodos en lugar de celebrarlo por sus logros. No es la primera ni la última vez que una sociedad abraza el trueque fáustico de seguridad por libertad.
¿Y cómo lo hizo?
Suele creerse que Bukele habría acabado con la democracia salvadoreña gracias a la popularidad amasada tras arruinar a las pandillas. En realidad, es al revés. Como ha explicado Manuel Meléndez, investigador en la Universidad de Harvard, Bukele ya había sometido a la democracia cuando estableció el régimen de excepción. De hecho, su contenido es tan drástico que una democracia funcional lo hubiera rechazado.
Se realizaron más de 70.000 arrestos sin garantías judiciales ni derecho a la defensa, la edad para las detenciones se redujo a 12 años, se creó un sistema kafkiano de acusaciones anónimas, las FFAA tuvieron manos libres para actuar. Como consecuencia, ahora el 2% de la población está en prisión, la mitad recluidos durante el régimen de excepción. Nadie sabe con exactitud cuántos han sido apresados, desaparecidos o torturados, ni el número de inocentes encarcelados. Las violaciones de derechos humanos se amontonan sin respuestas.
Todo eso pudo ocurrir porque Bukele ya había maniatado la democracia. En marzo del 2021, Bukele había utilizado su mayoría parlamentaria para, entre otras cosas, destituir al fiscal de la nación, guillotinar a la corte constitucional y, obviamente, reconstruirlas con acólitos. El régimen de excepción se ha renovado más de veinte veces mientras las instituciones y recursos caen sin transparencia en manos del clan Bukele. En febrero de este año se reeligió como presidente contra la prohibición constitucional. Las autoridades electorales fueron amenazadas. Redibujó las circunscripciones electorales a su favor. Mucha de la prensa independiente ha partido al exilio; los líderes sociales amedrentados o detenidos; los partidos políticos acosados. ¡Y era una elección que Bukele tenía en el bolsillo! Un día, el popular y joven presidente dejará de ser joven y popular, pero está cantado que será difícil de que deje de ser presidente.
A la caída de las maras debería haber seguido el esfuerzo por establecer un Estado de derecho. Pero no lo hubo. En algún tiempo, la población reconocerá que transitó de la inseguridad criminal a la arbitrariedad del Estado ilimitado. Más que un sistema de políticas públicas, lo de Bukele resulta un esquema de acumulación de poder. En cualquier caso, El Salvador ha quedado “sin maras y sin democracia”, para usar la formulación precisa del valiente medio El Faro.
Revolución de las expectativas
En tanto peruanos, la historia de amor con Bukele es simple de entender. Después de todo, el Perú estuvo enamorado de su chino salvador por razones semejantes. Pero hay algo específico que emparenta a nuestro expresidente con Bukele. Cuando Fujimori llegó al poder, la creencia mayoritaria era que Sendero Luminoso era imbatible: o bien ganaría o bien el conflicto se prolongaría de manera indefinida, sin derrotado ni vencedor. Y, entonces, claro, si Fujimori consiguió lo que se afirmaba era imposible, resulta normal que la gente se entregara. Algo parecido sucede con Bukele. Los científicos sociales hemos repetido y repetimos (con razón) que la criminalidad y la violencia son un problema muy complejo y muy difícil de solucionar y que no es razonable esperar resultados inmediatos con políticas puramente represivas. Pero ahí está Bukele desafiando ese conocimiento. Es más: desafiando la experiencia. El salvadoreño no es el inventor de la “mano dura”. Sabemos bien que estas iniciativas no suelen dar resultado. El caso paradigmático es la guerra contra el narco que lanzó en México Felipe Calderón. El país devino una gran fosa común. Y en El Salvador tres presidentes previos intentaron políticas similares sin resultados.
Adonde quiero llegar es que la ciudadanía latinoamericana ha sido testigo de un caso tremendo de eficacia antidemocrática. Algo que la experiencia y el conocimiento sugerían era casi imposible. Entonces, se han revolucionado las expectativas en la región: sí era posible. “Yo también quiero”. Lo cual es un legado terrible para la democracia y los derechos humanos.
América Latina produce el 39% de los asesinatos en el mundo, aunque ahí solo viva el 9% de la población global. La demanda por seguridad no va a amainar. El reclamo no es de derecha ni de izquierda. La prueba es que en los últimos dos años surgen bukelianos por izquierda (Xiomara Castro en Honduras), por la derecha (Daniel Noboa en Ecuador) y hasta centristas como el gobernador de Rosario en Argentina.
Yo soy tu Bukele (electoral)
Con excepción de Brasil, en todas las elecciones latinoamericanas del 2022 a hoy algún candidato utilizó a Bukele en la campaña. Pero a casi nadie le sirvió. El presidente salvadoreño es tan admirado que cuando alguien asegura ser el Bukele nacional, probablemente, es percibido como a una imitación barata. Si un jugador del descentralizado peruano asegura ser Messi, recibirá tomatazos.
Yo soy tu Bukele (presidencial)
Electoralmente, el bukelismo no ha dado resultados. ¿Y en el Gobierno? Los casos por seguir son Honduras y Ecuador. En ambos se ha decretado estados de excepción, suspendido garantías constitucionales, brindado un papel protagónico a las Fuerzas Armadas e iluminado la teatralidad de los tatuajes. Habrá que ver cómo prosigue aquello. En Ecuador, luego de un par de meses con una reducción importante de homicidios, durante la Semana Santa las bandas criminales cometieron 137 asesinatos. Reportes aseguran que la extorsión no ha retrocedido. Y no falta quien sostiene que el bukelismo de Daniel Noboa no está destinado a derrotar al crimen sino a reelegirse en febrero del 2025.
Mujeres
Ya dije más arriba que en nuestro análisis estadístico el mejor predictor de apoyo a Bukele es el uso de redes sociales. Ahora bien, lo que mejor predice no apoyar a Bukele es ser mujer. Y es un fenómeno regional. Elección tras elección, las mujeres prefieren a candidatos más democráticos.
Descriminalización democrática
No creo que haya imperativo más grande en la región que producir algún tipo de modelo democrático de combate a la inseguridad ciudadana. De otra manera, el magnetismo autoritario del bukelismo seguirá operando. El miedo cotidiano de la ciudadanía suspende las consideraciones más básicas para la convivencia. Sin alternativas, la gente seguirá reclamando su Bukele. Lo cual es perturbador porque muchas veces se le reclama en países que… ¡no tienen maras! Algo parecido a pacientes sin cáncer exigiendo quimioterapia.
De Hobbes a Foucault
Ahora los salvadoreños descubren el miedo a hablar. Lo recogen reportes, lo afirman entrevistados y lo encuentra una encuesta de este año en la que 67% asegura que se cuida de hablar de política en público. En otra, 34% afirma conocer a algún preso sin relación con las maras. A la pesadilla hobbesiana sigue la distopía foucaultiana: las prácticas, normas y miedos del panóptico se propagan por la ciudad.
Fuente: La República