La extrema hipocresía de la OTAN respecto al sufrimiento del pueblo ucraniano queda al descubierto de manera particularmente grosera cuando vemos que entre las numerosas invasiones, ocupaciones, crímenes de guerra y genocidios contra los pueblos practicadas en las últimas generaciones por los países que la integran en nombre de la libertad y democracia, desde luego en primer lugar por Estados Unidos, se encuentra la ocupación de territorio palestino y el sometimiento de su pueblo por parte del Estado de Israel con el apoyo directo de Washington y el muy cercano respaldo de Londres.
En plena guerra económica de ribetes militares con Rusia, la Organización del Tratado del Atlántico Norte-OTAN sostiene que son evidentes los crímenes de guerra contra el pueblo ucraniano que resiste al ejército ruso, invasor de su territorio.
Su Secretario General, el Sr. Jens Stoltenberg, reconoce que la OTAN en los últimos años ha entrenado decenas de miles de soldados en Ucrania y les ha proporcionado armamento desde mucho antes de la ofensiva rusa; son miles de millones de dólares que han transformado la capacidad militar de Ucrania desde el 2014 al presente y se están multiplicando en las semanas que van desde la declaratoria de guerra de Putin. Estados Unidos además del muchísimo dinero ya invertido para promover sus intereses en Ucrania, tiene decidido agregar por lo menos trece mil millones de dólares.
El derecho a la resistencia según la prensa de guerra
Los medios de prensa de la OTAN, que en esta coyuntura incluyen los más grandes y prestigiados, destacan que pese al respaldo Occidental sigue siendo enorme la diferencia entre el poderío ruso y ucraniano en número de efectivos, aviones, barcos, tanques y por supuesto proyectiles estratégicos y bombas atómicas; alaban que pese a esta diferencia la resistencia haya dado muerte, según el Gobierno de Kiev, a siete mil o quince mil soldados rusos en el primer mes de enfrentamientos. Es, dicen, derecho de legítima defensa de un pueblo agredido.
Menciona la prensa de guerra OTAN la angustiosa situación de los refugiados, habla de genocidios, detalla los niños muertos, el dolor de aquellos que ven el sufrimiento de sus padres y quedan marcados de por vida. Putin, denuncian, es un nuevo Hitler que desconoce el orden internacional, que, aseguran, desde 1945 impide la invasión y ocupación de territorios ajenos. Celebra la OTAN la votación en la Asamblea General de las Naciones Unidas donde una amplia mayoría de 144 Estados exigió el inmediato cese de la invasión. Sin embargo, no se les ocurre aplicar estos mismos sentimientos y normatividades al llanto de los niños palestinos.
Opresión de Israel sobre el pueblo palestino
Apliquemos exactamente los criterios utilizados por la OTAN en defensa del pueblo ucraniano al caso del pueblo palestino. La Resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947, base jurídica fundamental de la existencia del Estado de Israel, le otorgó el 53.6% del territorio palestino y estableció que las ciudades de Jerusalén y Belén debían quedar bajo control internacional.
Sin embargo, Israel en el año posterior a su proclamación de independencia en mayo de 1948, se arrogó el derecho de conquista al triunfar en la guerra con sus vecinos apoderándose de por lo menos un 25% adicional de territorio y expulsando mediante bárbaros asesinatos a setecientos mil palestinos. Esta tragedia es recordada por el pueblo palestino con el nombre de NAKBA que significa desastre.
En 1967 Israel, que ya se había apoderado de una parte de Jerusalén, la ocupó del todo y se adueñó también de la franja de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golan, territorio Sirio, nuevamente con la justificación de que la victoria militar da derecho a disponer de territorio enemigo. En la práctica Israel pasó a señorear el 100% del territorio palestino y desde entonces concede según su voluntad restringidos niveles de libertad a los palestinos sobrevivientes.
La franja de Gaza, dónde en unos pocos kilómetros cuadrados están apiñados en sus casas-celda dos millones de palestinos, es un gueto rodeado por el ejército enemigo que dispara desde sus torreones a los niños y adolescentes palestinos que se atreven a lanzarles piedras. Los habitantes de Gaza tampoco pueden utilizar las olas del Mar Mediterráneo porque allí también están amenazados por las armas israelíes.
En el territorio adjudicado por la ONU a los palestinos, Israel permite “bantustanes” a la manera del régimen del apartheid que existió en Sudáfrica, es decir pequeñas áreas dónde ejerce una autoridad subordinada el gobierno palestino, alrededor de los cuales se construyen año tras año colonias israelíes destruyendo previamente, en algunos casos, las casas de hogares palestinos. Solo en Cisjordania más de medio millón de invasores viven en tales asentamientos. También en Jerusalén los palestinos han sido expulsados de sus hogares y se instalan por la fuerza familias israelíes; en Jerusalén Este se han incrustado más de doscientos mil invasores.
Aplicando los criterios del Gobierno de Estados Unidos para calificar de crímenes de guerra y genocidio las acciones de Rusia en Ucrania, tiene que decirse que el Estado de Israel es criminal de guerra y genocida. Ha exterminado decenas de miles de palestinos, incluyendo muchos miles de niños y adolescentes, y hasta madres gestantes. Es monstruosa la cantidad de niños mutilados, quemados, inválidos de por vida, desfigurados y víctimas de muchas otras formas. Colegios, hospitales e innumerables hogares han sido bombardeados y destruidos bajo el pretexto de que en ellos se escondían instalaciones armadas que utilizaban civiles como escudos humanos. Las autoridades de Israel practican terrorismo de Estado; cuando los palestinos se levantan y matan israelíes, se aseguran de matar por lo menos diez veces más palestinos para desalentar cualquier resistencia. Las leyes del Estado ocupante, la autodenominada “única democracia del medio oriente”, establecen que si un joven palestino ataca a Israel su familia pagará por el crimen, pues el ejército destruye la casa de la familia para asegurarse que quede en la miseria.
Considerando que Israel tiene menos de diez millones de habitantes, debe afirmarse que es el Estado con mayor poder militar del planeta por millón de habitantes. Tiene la misma tecnología y nivel destructivo que los propios Estados Unidos en armas atómicas, proyectiles para dispararlas, aviones, tanques y todo otro armamento. Por el otro lado, el pueblo palestino no posee ni un solo tanque y sus únicas armas son cohetes artesanales, armas de fuego personales, cuchillos y piedras.
Los niños y jóvenes ucranianos están sufriendo el año 2022; los niños y jóvenes palestinos vienen sufriendo desde hace más de setenta años. Tres y cuatro generaciones consecutivas han visto con sus ojos como Israel ha matado a sus padres, familiares y amigos, y naturalmente quieren resistir al opresor.
La República Imperial estadounidense, la gran democracia de Occidente, está dividida en muchos puntos, pero entre los supuestos de vida o muerte para el poderío estadounidense se encuentra la defensa de Israel. Desde el Gobierno de Donald Trump, Estados Unidos ha llegado a extremos que Joe Biden todavía no cuestiona: afirma que Israel tiene derecho a la ocupación de Jerusalén, y también a construir asentamientos en territorio palestino. Sostiene Estados Unidos que, para proteger a Israel, si alguna vez reconoce un Estado palestino compuesto por el gueto y los bantustanes no le permitirán derechos soberanos ni remotamente equivalentes a los de Israel. Estados Unidos también reconoce “por razones de seguridad” la soberanía de Israel sobre los Altos del Golan sirios, desde donde controla la provisión de agua que niega cuando cree conveniente a los palestinos, como también les niega a placer la provisión de energía eléctrica y el ingreso de alimentos y medicinas.
El sufrimiento palestino ha motivado múltiples acuerdos de la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobados por mucho más de 144 Estados contra los crímenes de Israel, pero Estados Unidos e Israel no los han tomado en cuenta y afirman más bien que la ONU no tiene derecho a interferir.
Evidentemente conforme a la Ley Internacional y a cualquier principio moral, el pueblo palestino tiene el mismo derecho del pueblo ucraniano. Así como los medios de comunicación de la OTAN felicitan a los jóvenes ucranianos que posan, armas en mano, declarando que morirán hasta expulsar al último soldado ruso, deberían respaldar a los jóvenes palestinos combatientes. Pero, por supuesto, para la OTAN, el pueblo de Ucrania tiene una importancia estratégica muy superior al pueblo palestino y el Estado de Israel no merece ser expulsado del sistema SWIFT de mensajería bancaria, ni que se prohíban sus exportaciones e importaciones, ni que se elimine de las redes sociales sus canales, ni mucho menos puede pensarse en proveer de armas y entrenamiento militar a la juventud palestina.
La gran valentía de Arafat y Rabin
Israel, desde su nacimiento, ha oprimido y sometido al pueblo palestino, y gracias al respaldo estadounidense ha podido negarle sus derechos fundamentales; pero aún así el camino es la búsqueda de la paz y la justicia mediante el diálogo, que es paralelo a la resistencia, incluso armada. El ejemplo más notable lo tenemos en los Acuerdos de Oslo que con muchas limitaciones e imperfecciones demostró que los verdaderamente valientes son capaces de encontrar soluciones con un sello de justicia, aunque sean limitadas.
En 1993 Yasir Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina-OLP, y Yitzhak Rabin, Primer Ministro de Israel, establecieron en los Acuerdos de Oslo de carácter provisional el mutuo reconocimiento del derecho de ambos pueblos a vivir en su propio Estado. Sin embargo, en noviembre de 1995, Rabin fue asesinado por el establishment guerrerista de Israel, que llegó a calificarlo de nuevo Hitler, enemigo de los judíos. En el lado palestino también se produjeron movimientos para sabotear los acuerdos como el secuestro de varios soldados. La célebre Mossad, servicio secreto israelí, ha tenido múltiples victorias alentando actividades violentas por parte de facciones palestinas justo cuando convenía a Israel. Nunca más ha sido posible un acercamiento semejante a los acuerdos Arafat-Rabin, por el contrario la opresión israelita se ha profundizado, pero aún así, ambos líderes demostraron cuál es el camino correcto en los conflictos internacionales.
Condenar los crímenes de guerra y el genocidio que comete el Estado de Israel es perfectamente compatible con el reconocimiento de las grandes contribuciones hechas por el pueblo judío a la humanidad. Hace casi noventa años, José Carlos Mariátegui, el fundador del socialismo marxista en el Perú, escribió palabras de extraordinario afecto por el pueblo judío, en cuanto experiencia internacional: “Israel no es una raza, una Nación, un Estado, un idioma, una cultura, es … un complejo supranacional, la trama elemental, primaria, suelta aún de un orden ecuménico”. Mariátegui veía en el pueblo judío, víctima de tantas persecuciones, parte de las fuerzas capaces de acercar a todos los seres humanos. Por eso cuando la policía allanó su domicilio realizó de manera simultánea múltiples detenciones de judíos y, más adelante, el Gobierno fascista de Sánchez Cerro aplicó una política frontalmente anti judía.
El pueblo palestino en la coyuntura mundial
La inmensa mayor parte de la humanidad será víctima si los prolegómenos de la Tercera Guerra Mundial que vivimos en estos días crean una mentalidad, un clima y hasta una economía y políticas de guerra que resulten cada vez más destructivas e indetenibles.
Una de las tareas para impedir tan ominosa perspectiva es respetar el derecho palestino a la resistencia, incluso armada, y al mismo tiempo promover el diálogo y las negociaciones para que sus justas luchas se resuelvan mediante la creación de un Estado palestino que conviva con el Estado israelita, plenamente soberanos los dos, con garantías de seguridad mutuas, territorio continuo sin colonos invasores y derecho al regreso de los cinco millones de refugiados. La suerte del pueblo palestino será relevante, por lo menos en el plano moral, para el curso de los acontecimientos en la nueva y extraordinariamente riesgosa etapa de las relaciones internacionales.