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Opinión

Ana María Pino Jordán: A propósito de Puno

Estoy convencida que en el siglo XX, Puno vivió tres grandes luchas. La primera, a inicios del siglo, denominada “la lucha por la escuela”. Ella está profusamente historiografiada e incluso uno de sus efectos fue “Un ensayo de Escuela Nueva en el Perú”, la propuesta planteada por José Antonio Encinas para abordarla.

Otra gran lucha, se dio en las últimas décadas del siglo: “la lucha por la tierra”. Hay numerosos trabajos que la tratan, más aún luego del proceso de Reforma Agraria llevado a cabo durante el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado y después del proceso de restructuración de la reforma agraria puesto en marcha durante el gobierno de Alan García. Se trabajaron también varias propuestas en torno a lo que se denominó “la vía campesina” a través de empresas campesinas, comunales y/o empresas multicomunales que no llegaron a concretarse por la parcelación de las comunidades y la oferta de titulación de tierras desde el Estado, lo cual continúa hasta la fecha.

En mi percepción, hay otra gran lucha que pasa desapercibida e invisibilizada hasta por la academia. Se trataría de “la lucha por la producción” que fue realizada por los hacendados e impulsada por sus hijos, jóvenes profesionales, principalmente agrónomos o veterinarios, ejerciendo ya como tales en las décadas de los 30, 40 y 50 del siglo XX. No hay que olvidar que uno de los impulsores y fundadores de la Escuela Nacional de Agronomía y Veterinaria, hoy Universidad Nacional Agraria “La Molina”, fue Agustín Tovar, puneño perteneciente a la floreciente élite de ganaderos en el Altiplano.

En esos años, criadores de lanares en Puno participaban en la famosa Feria Internacional de Palermo, en Argentina, haciéndose ganadores de preseas en los concursos de juzgamiento de ganado. Existían revistas especializadas que promocionaban y vendían reproductores, tanto ovinos como vacunos; semen de reproductores, con genealogía probada, para inseminación artificial; semillas mejoradas; equipos, instrumentos y productos veterinarios, entre otros. La granja de Chuquibambilla probaba con nabo forrajero y otros pastos cultivados. Se construyó el frigorífico de Cabanillas. Se editaba la revista “Lanas y Lanares” con artículos de investigación científica y experiencias de los productores. Se implementó un laboratorio para producción de vacunas en Pairumani.

Se trabajó arduamente para mejorar la producción de alpacas y fijar el color blanco de fibra, más apropiada para la industria. Se realizó el programa Puno-Tambopata con centros de formación para mecánicos especialistas en reparación de maquinaria agrícola. Se capacitó a productores lecheros para elaborar quesos madurados y mejorar la elaboración de queso fresco. Inclusive, la reapertura de la Universidad del Altiplano fue hecha como universidad técnica (“Universidad Técnica del Altiplano” hoy Universidad Nacional del Altiplano – UNA-Puno). Para atender las necesidades de capacitación, la iglesia católica puso en funcionamiento, los Institutos de Educación Rural (IER), uno en Ayaviri y otro en Juli. La conformación de cooperativas de cafetaleros, tal vez sea lo único que aún queda de esas iniciativas.

Podría seguir enumerando acciones de mejoramiento de la producción en Puno; sin embargo, la gran interrogante es por qué se la ha omitido, o hubo desinterés en sistematizar y/o historiografiar lo valioso que fue el proceso productivo llevado a cabo. ¿Será que es difícil reconocer algún mérito a la época de hacienda y sólo interesa olvidarla? ¿Será que nuestra universidad carece de la carrera profesional de Historia como para motivar a estudiantes y docentes a investigar más sobre esa época? ¿Será que hay intereses subalternos de otro tipo?

En mi opinión, es políticamente importante acabar con el mito que intenta hacer creer que esta región altiplánica carece de posibilidades productivas en el campo agropecuario, que puedan generar economía y dinamizar la sociedad, para imponer la idea que sólo son viables actividades como el turismo o la minería.

La lucha por la producción sigue hoy con otros actores pero igualmente invisibilizada pues su objetivo principal es el autoconsumo, que es autogestionario y desde el Estado es visto como producción sin valor económico, de allí el mito de que engrosamos los mayores índices de pobreza.

Sin embargo, los últimos acontecimientos políticos en el país, van evidenciando que tal vez la primera gran lucha de la región en el presente siglo sea la “lucha por la ciudadanía”, que empiece por el reconocimiento de la identidad de sus pueblos, su sentido de vida, sus usos y costumbres y su modos de producción.

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