—¿Usted diría que la izquierda va a salir afectada con este gobierno?
—Sí, de hecho, en tanto ha sido parte o es parte del gobierno que viene fracasando. Las consecuencias de la mala gestión y de la corrupción van a costarle bastante a la izquierda en general, más allá de las diversas variantes que puede haber dentro de ella.
—¿Le parece mal que haya participado? ¿O era difícil prever lo que ocurriría?
—Hay personas valiosas que participaron, que hicieron lo que pudieron pensando en el país. Dicho esto, creo que desde la segunda vuelta había algunos signos que debían haber alarmado lo suficiente como para tomar una distancia y recuperar tu perfil, sin por ello pasarse al bando loco del fraude ni declararte un enemigo. Pero hubiese sido una actitud más prudente respaldar sin comprometerte, digamos. Claro, hubo la idea, que sí la entiendo, del “yo puedo aportar, puedo hacerlo, puedo ayudar”…
—¿Hubo buena intención?
—Sí, y también una idea un poco ingenua, ¿no? De que se podía llevar de la mano a Castillo, que era como moldeable en tanto maestro rural que no conoce bien Lima y el teje y maneje va a confiar en quienes como nosotros estamos a su lado en los diversos ministerios.
—Se entiende que la izquierda quisiera participar. Pero demora en reaccionar frente a hechos como las malas designaciones, las primeras denuncias.
—Demora en reaccionar. Claro, estamos hablando de cuadros profesionales independientes o que militan en partidos pequeños. Hecha esta salvedad, de que nos referimos a un sujeto difuso, en algunos cuadros de izquierda está la idea vieja y repetida de llegar a través de otro carro, montarse sobre él. En ese momento más te interesa que te abran la puerta, tener influencia, que la esencia de ese auto. No se vieron las cosas que señala y que hubieran permitido tomar conciencia de que se trataba de lo mismo: el Estado patrimonial, entendido como patrimonio del que gobierna. De boca para afuera se dice que ese Estado patrimonial es el enemigo principal, sin embargo, no se le juzga de la misma medida cuando se trata de uno mismo.
—¿Hay un mal entendido espíritu de cuerpo?
—Sí. Es correcto. Hay un mal entendido espíritu de cuerpo en la izquierda peruana.
—Hay un sector de la izquierda que afirma que el gobierno de Castillo ya no lo es. ¿Para usted es de izquierda?
—En alguna medida sí, ¿no? Es cierto que Castillo no tiene formación de izquierda, no es un cuadro que viene del marxismo o de la nueva época de la izquierda y tampoco es un “chavista”. El compromiso ideológico del presidente con la izquierda es muy débil, pero en tanto electo por un partido con banderas explícitas marxistas-leninistas no puedes dejar de reconocer que es un gobierno de izquierda, muy malo y tan corrupto -quizás no en la misma escala, aunque sí en los mismos procedimientos- que casi todos los anteriores gobiernos que hemos tenido en el país. A eso hay que sumarle que las pocas conquistas que habíamos logrado en modernización del Estado se han ido desmontando. Es evidente que el costo para la izquierda será muy grande.
—Sobre todo, electoral.
—Sí, por cierto.
—Castillo traía una novedad, porque representaba a distintos personajes que no habían tenido la oportunidad de ejercer el poder a esa magnitud: el profesor rural, el rondero, el sindicalista, el campesino.
—Tenía un elevado poder simbólico, ¿no?
—Exacto. Pero, como usted dice, la lógica patrimonialista del Estado atraviesa a todos. Ese carácter de novedoso se diluyó rápido.
—Completamente de acuerdo. Su capital simbólico era elevadísimo, un maestro rural andino en el año del bicentenario. Le hubiera bastado hacer un gobierno medianamente ordenado para estar en el mejor de los mundos.
—Razonablemente honesto.
—Claro, por ahí siempre hay un funcionario malo, pero que no esté en el Consejo de Ministros. Por lo menos del nivel que, ciertamente, Sagasti tenía. Su gabinete en términos profesionales era solvente, tuvo sus éxitos y sus tropiezos. Pero pudo haber mantenido esa valla. Era posible hacerlo. No era pedir demasiado.
—Para nada.
—El presidente venía de una experiencia muy limitada dentro del Estado. Tampoco tenía armas suficientes para enfrentarse a la magnitud de conducir el Estado. Entonces empieza a confiar en un círculo de parientes y paisanos. Cuando Béjar salió del gabinete, hizo una declaración en ese sentido, de que veía en el entorno a gente que no parecía tener convicciones políticas muy firmes. Esto es lo que ocurrió: el salto de escala, a una persona no preparada lo lleva a entregarse y confiar en una cultura política, la de él mismo y la de su círculo inmediato.
—También es verdad que nadie nace sabiendo cómo se es presidente.
—Pero se puede crecer. Evo Morales también parte de abajo, es un líder popular, dirigente cocalero… uno puede estar a favor o en contra de Morales, pero es indudable que creció durante su mandato.
—Claro, consolidó un liderazgo.
—Así es, tiene algo que decir. Mientras que Castillo se ha ido empequeñeciendo y se ha ido haciendo más evidente la corrupción que lo rodea. Ahora mismo no lo quiere nadie, está cercado y no le veo futuro.
—A mí me sorprende que, a pesar de todo, mantiene un 25% de apoyo, aproximadamente. ¿Cómo se explica eso?
—Es verdad. Y es constante. Tiene pequeñas variaciones, sube un poco, luego baja. Entre un 20 y un 26% se ubica un bolsón que parece firme con Castillo. Ahora, mi interpretación es que es gente que está harta de las campañas contra Castillo. Yo ahí me identifico, personas que no soportamos que lo traten de tal manera, que se haya cuestionado la legitimidad de la elección. La reacción contra esa prensa y políticos que todo el día le hacen guerra, de ahí es que sale ese respaldo. Yo no creo que sea gente que crea que Castillo es una gran persona, un gran presidente, alguien en quien se pueda confiar, pero sí comprometida en detestar lo que hacen contra él.
—A pesar de que las denuncias tengan sustento.
—Claro, pero hay otras como lo de traición a la patria, o lo del fraude. Eso de inventarse que la gente en algunas regiones había tenido la intención de cambiar las mesas… es decir, tonterías, en la que no creen ni quienes denuncian. Luego les sacan en cara que los supuestos involucrados confirman que son sus firmas, que todo fue legal, pero no les entra nada. Claro, ni ellos creen en lo que dicen. Es este tono contra el cual hay mucha gente que reacciona. Y es lo que siempre se dice: ¿cuál es el mejor sostén de Castillo? El nivel en el Congreso. Eso transfórmelo en opinión pública. ¿Cuál es la mejor explicación de cierto respaldo que puede mantener el presidente? Los generadores de opinión pública, que son tan desacertados.
—¿Un historiador olfatea cuando alguien puede convertirse en alguien relevante en la historia futura? Castillo es un presidente, ¿pero está destinado a ocupar algún lugar clave en el recuerdo de la memoria nacional?
—Un lugar trascendente por sus cosas positivas, no parece. Puede ser trascendente por lo negativo también, ¿cierto? Lamentablemente, era una opción dorada, había un capital simbólico elevado que se desperdició. Sí puede ocupar un espacio especial en esto en lo que somos especialistas los peruanos: en frustraciones. Hay libros sobre esto, de la idea del Perú como un país de oportunidades perdidas.
—¿Adhiere la idea de que un adelanto de elecciones generales sería una solución a la crisis o se mantiene más escéptico al respecto?
—Solución, no. Yo creo que es inevitable que eso pase, que haya elecciones, y pienso que va a ocurrir pronto. No sé si será para bien del país, claro. Porque tirar los dados con las mismas reglas es casi casi como apostar a que el resultado sea semejante. Veamos cómo está la lucha electoral por Lima, por ejemplo. Me temo que así sería unas elecciones generales en este contexto. Por eso digo que no me animo a verlo como solución. Sin embargo, el gobierno es muy malo, incurre en casos de corrupción bastante evidentes y la crisis es muy profunda. No estás viviendo como antes el boom de los commodities. Al contrario, estás en una situación muy apretada, con una crisis económica fuerte, con una situación sanitaria que no se ha resuelto. En ese sentido, creo que el gobierno en algún momento va a caer. Yo sé que lo sostiene un Congreso que tampoco se quiere ir y que está dominado por gente dispuesta a cualquier cosa para seguir fungiendo que son de oposición cuando en realidad lo que quieren es quedarse atornillados. Pero me parece que en algún momento la situación que vivimos -veremos lo que ocurra con las investigaciones fiscales- derivará en la inevitabilidad de un nuevo proceso electoral. Sin creer que sean solución, creo más bien que las elecciones generales son nuestro destino.
Fuente: La República