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Opinión

Antonio Zapata: Se hunde la lancha

El malestar social ha vuelto a estallar porque somos un país de hondos abismos, enormes demandas y ausencia de bisagras entre la base social y los gobernantes. De tiempo en tiempo, esa configuración genera explosiones sociales, válvulas de escape de tensiones contenidas y nunca encaradas por gobernantes indiferentes a la suerte del pueblo que dicen representar.

La crisis actual golpea a un gobierno débil y errático. Hoy la sociedad es un volcán mientras el gobierno está desconcertado. Decreta inamovilidad en Lima por un día mientras el incendio continúa en las regiones, donde empieza a sumar sus primeras víctimas. Se asusta ante la inconstitucionalidad del cierre de la capital y retrocede, promete en el Congreso que va a derogar la medida y no lo hace. En el camino, la arbitrariedad había generado la mayor manifestación ciudadana en su contra, que derivó en enfrentamientos provocados por vándalos contratados para quemar documentos comprometedores en el Poder Judicial. Otro clásico de la triste política nacional.

Este conflicto tiene todos los ingredientes de una crisis social de magnitud porque expresa el descontento general ante alzas del precio de combustibles y alimentos. Ambas cadenas están mal organizadas, benefician al intermediario y perjudican al consumidor. Además, son altamente dependientes del mercado exterior, ya que el país carece de seguridad alimentaria e independencia energética.

Por su lado, el gobierno ha heredado varios desastres. Uno de los cuales son las mesas de diálogo para salir de las crisis. El área que se encargaba de este proceso en la PCM ha sido desmontada en estos meses de improvisación y amiguismo. Pero el proceso era complejo porque el Estado acepta demandas y luego no cumple. En ocasiones a pesar de su buena voluntad, simplemente porque el aparato burocrático se pone zancadillas a sí mismo e impide concretar lo prometido. Algún departamento legal se opone a un acuerdo y todo se detiene porque existe miedo a la firma. Las mesas funcionan como mecedora y la gente no es tonta.

De este modo, el enfoque estatal no había funcionado. Por el contrario, había contribuido a su desprestigio. Al final del día, Castillo está desorientado y sin instrumentos para resolver crisis. Por su parte, Cerrón aporta al caos colocando ministros de muy baja calidad para disponer libremente de su cuota de poder. El último nombramiento en Salud evidencia que el gobierno solo se preocupa por durar, eligiendo funcionarios para satisfacer a sus tablas de salvación. Así, lamentablemente la corrupción sigue tan presente como siempre.

Este deterioro ha de continuar. El estallido actual es prolongación de noviembre del 2020 y no hemos llegado al fondo de la crisis. Su origen es el fracaso de la transición democrática que siguió a la caída de Fujimori. Ese régimen político se viene abajo y la crisis continuará hasta su final. No hay democracia sin partidos políticos y menos con los elevados grados de corrupción vividos en el Perú. La democracia ha vuelto a fallar y es dudoso que se sostenga.

Pero aún tiene una chance que no proviene de sus méritos, sino de los defectos de sus rivales. Antes del derrumbe de un régimen político, a su interior tiene que surgir una alternativa. Si viviéramos en el pasado, ya se habría producido un golpe militar. Hoy es difícil que uniformados en actividad encabecen un gobierno, solo pueden respaldar tras bambalinas; por ello, el retorno al autoritarismo requiere una figura civil con respaldo popular.

Ese protagonista no aparece aún. Gracias a lo cual vivimos esta larga agonía que abre alguna esperanza de arreglo. Siempre hay optimistas que creen posible salvar algún principio a último momento. Por mi parte veo inevitable el hundimiento y me parece necesario prepararse para ese desenlace.

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