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Opinión

Augusto Zamora R.: Si la OTAN persiste , Ucrania debe desaparecer

Nadie, a estas alturas, puede poner en duda que el conflicto en Ucrania –iniciado para proteger el Donbás, garantizar la neutralidad de Ucrania e impedir su conversión en Estado antirruso-, se ha convertido en una guerra indirecta de la OTAN contra Rusia. Ríos de dinero fluyen de las arcas atlantistas y otros ríos llevan cantidades ingentes de armas, municiones y otro tipo de vituallas, además de ser ya publico que casi todo el aparataje bélico de EEUU y sus aliados –dinero, armas, satélites, entrenamiento, planificación de guerra, espionaje y un largo etcétera-, han hecho del ejercito ucraniano (o de lo que va quedando de él) una mera marioneta al servicio del objetivo estratégico de EEUU: debilitar a Rusia, dañarla a tal punto que quede fuera de combate en la Gran Batalla que se está dirimiendo entre multipolaridad y unipolaridad. Entre el empeño (a nuestros ojos vano) de EEUU por mantener la supremacía mundial y el dominio de los océanos y mares del mundo, y el otro empeño, de Rusia, China e India, por establecer una sociedad internacional más plural, democrática y sin centro dominante.
De esa guisa, un conflicto limitado, que pudo ser concluido en pocos meses, acordando las condiciones de seguridad que pedía Rusia –razonables y comprensibles- ha devenido en una guerra sin fin, en la medida en que EEUU, el único y real director de la orquesta (la Unión Europea es un lastimoso gallinero), ha decidido transformarla en un conflicto de alcance global, cuyo objetivo no es salvar Ucrania, sino usar Ucrania para afianzar el poder mundial de EEUU arruinando a Rusia. Desde esos parámetros, Ucrania ha sido convertida en un simple campo de batalla entre dos poderes y dos visiones del mundo.
Planteado así el conflicto, no hay espacio para negociar un acomodo de intereses. Es una guerra de suma-cero, donde lo que Rusia gana lo pierde EEUU y lo que EEUU gana lo pierde Rusia, un circulo vicioso que solo terminaría con la derrota sin paliativos de uno de los dos contendientes. O con uno de los contendientes pidiendo cacao. Que esto es así lo ha reconocido el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, al afirmar, el 11 de octubre pasado, que la OTAN debe impedir una victoria rusa, pues “si [el presidente ruso Vladimir] Putin gana, no solo será una gran derrota para los ucranianos, sino que será una derrota peligrosa para todos nosotros”. “Creo que tenemos que estar preparados para [apoyar a Ucrania] a largo plazo”, apuntaló Stoltenberg. En otras palabras, que la OTAN ha configurado un escenario de una guerra infinita en Ucrania.
El conflicto ucraniano, situado en un juego de suma-cero, tiene un elemento común con algunas de las más duras guerras periféricas de la Guerra Fría. En Corea, entre 1950 y 1953, terminaron combatiendo China y la URSS contra EEUU. En Vietnam, la guerra de liberación fue convertida por Washington en una guerra imperialista, con EEUU, la URSS y China sosteniendo a sus respectivos aliados. Pero estas dos guerras tienen una diferencia fundamental con la de Ucrania. En Corea y Vietnam, EEUU envió centenares de miles de soldados y su ejército sufrió los estragos de la guerra (tanto estrago que, en ambos conflictos, hubo quienes, en EEUU, pidieron el uso de bombas atómicas).
En Ucrania, EEUU ha rehusado enviar tropas -por motivos evidentes-, optando por una versión ucraniana de la ‘vietnamización’ del conflicto, haciendo del ucraniano un remedo del ejercito survietnamita. Un ejército que EEUU creó, armó y luego dejó solo combatiendo contra los norvietnamitas, con los resultados conocidos. EEUU quiso repetir el experimento fallido en Afganistán, entrenando y armando al ejército afgano, para poder retirar a sus soldados, un ejército que se desmoronó en días ante los haraposos combatientes talibanes. Tales antecedentes no inducen a ser optimistas con el tercer ensayo gringo en Ucrania, pues estos ejércitos extranjerizados, en lo que se ven privados del apoyo directo de sus patrocinadores, suelen desmoronarse en días, semanas o meses.
Convertida la guerra en Ucrania en una guerra contra Rusia, EEUU y sus aliados le han dejado a Rusia pocas opciones. En realidad, le están dejando dos. Una, replegarse y volver a la situación existente en febrero de 2022, lo que equivaldría a una derrota desastrosa y de demoledoras consecuencias para Rusia (entre las que destacarían la pérdida de poder, prestigio y ascenso en Eurasia y el mundo, además de la caída de Putin, de su gobierno y de la cúpula militar), razón por la cual esta opción debe ser descartada por completo. Rusia no puede perder. Para Rusia, el único escenario posible y aceptable es la victoria, que puede ser militar, político-militar o política, resultado de negociaciones.
La segunda opción, casi la única, es echar mano de lo que haga falta (descartando las armas nucleares, sólo necesarias si la OTAN entrara en guerra), para conquistar todas las zonas costeras, hasta Odesa, y llevar las tropas rusas a las orillas del Dniéper. Esa situación dejaría a Ucrania privada del 80% de sus fuentes de riqueza, de puertos marinos y de la mitad de su territorio. Para Rusia significaría un esfuerzo militar muy grande, pero los beneficios de esa estrategia superarían con creces los costos. Se afianzaría como potencia mundial, generaría miedo a adversarios y vecinos vacilantes, ampliaría su territorio y población y, sobre todo, habría derrotado a EEUU. Vistas las dos opciones, es obvio que Rusia solo tiene una: conquistar Ucrania al precio que sea. (Entendámonos, hay una tercera opción: que EEUU cambie de política y acepte negociar con Rusia desde las posiciones de Rusia, pero esa posibilidad no brilla en el horizonte, aunque le saldría a EEUU más barata que una derrota casi total en Ucrania).
Aunque sigue existiendo como país, Ucrania se está volviendo cada día menos viable. En el presente, depende prácticamente en todo de los milmillonarios recursos que le llegan del atlantismo. Su situación se tornaría poco menos que desesperada en el caso de que perdiera la mitad de su territorio y las zonas más ricas e industriales y quedara privada de puerto alguno que valiera la pena. En esas circunstancias, lo que quede de Ucrania tendría que ser mantenido económicamente por EEUU y sus aliados. El costo anual de ese apoyo rondaría los 50.000 millones de dólares por año –gas incluido-, cifra más que respetable y que muy dudosamente asumiría ninguno de esos Estados que tanto empeño están poniendo en que Ucrania termine de suicidarse. Recuerden los lectores aquellas conferencias internacionales para reconstruir Iraq o Afganistán después de que la OTAN los destruyera, en las que todos los agresores prometían el oro y milagros y después no soltaban ni un gramo de sal (miren Afganistán, Iraq o Libia, quienes duden). Por demás, la cifra de 50.000 millones no es inventada.
Actualmente, EEUU entrega al gobierno ucraniano entre 1.500 y 2.000 millones de dólares mensuales para que pueda funcionar mínimamente, el oeste del país funciona con normalidad y se permite la exportacion de granos. Todo esto terminaría en caso de victoria rusa, y EEUU tendría que duplicar los fondos de apoyo para que Ucrania no termine de implosionar y diez millones de refugiados ucranianos se desperdiguen por los países atlantistas.
En esa desventura, lo que restara de Ucrania se convertiría en algo apestado, respecto del cual sus antiguos valedores buscarían medios para escaquear responsabilidades. En una UE sumida en crisis agónica, ¿de dónde fondos para los parias de una guerra que ellos provocaron para desgracia de Ucrania y de sus propios pueblos? De los afganos que apoyaron a las fuerzas de la OTAN apenas fueron evacuados un 10-15%. Los demás allá quedaron, estigmatizados, convertidos en parias. Y olvidados. Ya lo saben. Mal paga el diablo a quien bien le sirve.
Es esa situación, lo que quedara de Ucrania solo tendría una tabla de salvación con garantía de perpetuidad: Rusia, aunque parezca, hoy, una idea contra natura. ¿Volver a los brazos de quien te ha derrotado, amputado, jodido y machacado? En este punto, la historia –sobre todo la europea- está llena de ejemplos. Pensemos, por ejemplo, en las guerras nacionalistas que barrieron los Balcanes del siglo XIX al XX y, hoy, ahí están todos, de la mano, dentro de la UE y la OTAN. En 1944-45, ucranianos y polacos se mataron con tal saña demente que la actual guerra en Ucrania puede verse como piñata. Asesinaron mutuamente a unas 250.000 personas y el odio entre los dos pueblos era tal que el padrecito Stalin resolvió el problema enviando a todos los polacos de Ucrania a Polonia y viceversa. Ahora tienen a Polonia fungiendo de abanderado mayor de la causa ucraniana y abriéndole sus brazos fraternos para que ingrese en la OTAN. ¿Y el amigo alemán? Un tercio de su territorio histórico es hoy parte de Polonia y ahí están, polacos y germanos, odiándose fraternalmente (mas en Polonia que en Alemania, debe saberse).
Y echando más manos a la historia, Francia y Alemania tuvieron tres cruentas guerras entre 1870 y 1945, y las tres las perdió Francia, que ahí hay mucho queso y poca pólvora. Luego se hicieron aliados y sobre esa alianza nació lo que sería la UE, hoy, el gallinero. En otras palabras, así como los europeos tienen un ranking de guerras inigualable, también lo tienen en reconciliaciones, de forma que sería razonable y factible que Ucrania volviera al mundo eslavo, al que ha pertenecido desde hace mil años.
Cierto, fácil es decirlo y difícil será verlo, si acaso lo vemos. En la cruda realidad de los hechos, en este momento de la historia, lo único que se mueve son las armas y el único lenguaje vigente es la guerra. Siendo la estrategia de EEUU y sus aliados un escenario de guerra interminable, corresponderá a Rusia decidir la forma de ponerle fin. Aceptar el escenario de guerra interminable perjudicaría a Rusia, que tendría que dedicar cada día más recursos materiales y humanos a resistir los embates de la OTAN. Buscar como terminarla en breve tiempo, en cambio, aunque obligaría a un esfuerzo mayúsculo, daría a Rusia toda la ventaja estratégica para la presente década, que será decisiva en la reconfiguración de la sociedad internacional. Ese es el dilema ruso y en los próximos meses tendremos una respuesta. Suceda lo que suceda, el mundo será otro. Ya es otro.

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