Thomas Graham, miembro distinguido del ‘think tank’ estadounidense Consejo de Relaciones Exteriores (CFR) y exdirector principal para Rusia en el Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU. durante la presidencia de George W. Bush, reflexionó en un reciente artículo en la revista ‘Rossiya v globalnoi polítike’ (Rusia en la política global) sobre los graves problemas que enfrenta la sociedad internacional.
“Sin una voluntad mutua para negociar, lo que implica que los principales protagonistas de la política mundial acepten compromisos sobre los valores y principios fundamentales, el mundo experimentará una ola creciente de inestabilidad y hostilidades”.
¿Fin del orden orden mundial basado en el liberalismo?
“Estamos cerca de un punto de inflexión histórico“, opina Graham. La universalización del orden liberal, propulsado por EE.UU. tras la caída de la URSS, produjo trastornos en el sistema de gobernanza global construido después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la posición preponderante de la nación norteamericana se ha visto afectada por una serie de factores.
Graham explicó que, “a medida que EE.UU. se atascó en guerras desesperadas en Afganistán e Irak, se cuestionó el poder y la sabiduría de los líderes estadounidenses”. La crisis financiera mundial, que se originó en Wall Street, generó dudas sobre la viabilidad del sistema económico al estilo estadounidense.
Asimismo, la profunda polarización y la clara disfunción política manifestada por el asalto al Capitolio socavó gravemente la reputación de la democracia del país. En este contexto, muchos observadores comenzaron a preguntarse, ¿qué derecho tienen los estadounidenses a reclamar el liderazgo mundial?
No obstante, subraya Graham, los problemas de EE.UU. no fueron el único factor que ha socavado el orden mundial liberal.
“El desarrollo global ha sacudido dos pilares esenciales para cualquier sistema internacional estable: un sentido de legitimidad y un equilibrio de poder estable. Sin estos pilares, la estructura institucional del orden mundial liberal —las Naciones Unidas y sus órganos relacionados, las instituciones financieras internacionales— no puede funcionar con eficacia”, explica.
Mientras tanto, varios otros actores en la palestra internacional, como Rusia, China y los países europeos, emprendieron pasos para asegurar su autonomía estratégica, detonando de esta manera los cimientos del orden mundial liderado por EE.UU.
Como explica Graham, la nueva Administración estadounidense ya dejó claro que quiere restablecer este orden. En un artículo publicado hace prácticamente un año, Joe Biden defendió la necesidad del liderazgo global de su país y prometió mejorar las relaciones con sus aliados. A pesar de que su elección fue aplaudida por los líderes de varios países, “no está nada claro si esos están dispuestos a aceptar el liderazgo estadounidense”, puntualizó el autor.
¿Qué se debe hacer para prevenir la catástrofe?
Las distintas potencias mundiales tienen conceptos muy diferentes del orden internacional y, por lo tanto, de la legitimidad.
Según Graham, “en contraste con la visión liberal y basada en reglas de EE.UU., Rusia está convencida de que un mundo cada vez más policéntrico debe ser gobernado por decisiones conjuntas por un gran ‘concierto’ de países en el que cada participante debe tener derecho a veto. Pekín tiene su propia visión de un sistema jerárquico centrado en China, en el que otros Estados deberían temblar ante su poder cultural y económico y en el que tomará la iniciativa a la hora de establecer las reglas del juego”.
Estas opiniones divergentes son reconciliables mediante “una reforma de las instituciones globales en tres áreas críticas: seguridad, economía y estabilidad estratégica“, opina el experto.
En el ámbito de la seguridad, se necesita crear un foro de trabajo para discutir cuestiones urgentes y desarrollar soluciones. El estatus informal de esa plataforma podría contribuir al diálogo abierto y sincero basado en la igualdad y el respeto de los intereses mutuos. Al mismo tiempo, sería positivo reactivar las organizaciones regionales de seguridad, como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, el Consejo OTAN-Rusia, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático o la Organización de Cooperación de Shanghái.
Con respecto a la estabilidad estratégica, EE.UU. y Rusia tienen que elaborar y mantener un nuevo sistema de acuerdos que tenga en cuenta la naturaleza multipolar del mundo nuclear y el impacto de las tecnologías avanzadas en la producción de armas. Más adelante, sería necesario involucrar en este proceso a otras potencias, principalmente a China, para evitar una carrera armamentista desestabilizadora.
En los asuntos económicos, sería adecuado reajustar el sistema de aportación y votación de los miembros del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y los Bancos de Desarrollo, disminuyendo la influencia de las potencias occidentales a favor de las potencias emergentes. Al mismo tiempo, el trabajo de la Organización Mundial del Comercio debe ser revitalizado a fin de prevenir la transformación de los principales centros económicos en bloques proteccionistas competidores.
Graham aseguró que desarrollar al menos una visión común aproximada de un orden mundial legítimo es una tarea bastante difícil, pero no imposible. “En el siglo XVII, Europa encontró la manera de poner fin a las guerras religiosas, y las grandes potencias hicieron lo mismo después de la Segunda Guerra Mundial. Hoy necesitamos volver a emprender esta hazaña”, subrayó.