Alvaro Montaño Freire
1 de febrero del 2022
La dictadura fujimorista impuso en el Perú el capitalismo salvaje, el ultra individualismo económico también llamado neoliberalismo, emulando al general Pinochet como lo hicieron muchos otros gobiernos de la región desde los años ochenta del siglo pasado, bajo presión del imperialismo estadounidense que utilizó la crisis de la deuda para dar fin a las políticas desarrollistas prevalecientes después de la Segunda Guerra Mundia.
El capitalismo salvaje en América Latina consiste principalmente en la privatización del Estado que renuncia a proveer educación y salud públicas, y asimismo entrega a las corporaciones transnacionales el control de los recursos naturales renunciando al planeamiento y su presencia en la economía; tiene en su mala entraña la negación de la autonomía de nuestros Estados.
Lo que está en juego en el Perú es si en los próximos lustros continuará y se profundizará el capitalismo salvaje, aunque sea enmascarado con múltiples bonos y reparto de beneficios a las poblaciones aledañas a las minas o también miles de millones a los fonavistas y otros sectores pobres para comprarlos. Además, el proyecto reaccionario implica destruir corrientes populares o de sectores medios que lo cuestionen y expulsar del Estado a cualquier grupo o individuo que no esté a su servicio. Es la conjunción de ultraconservadores y ultra individualistas económicos con estilos fascistoides, dónde participan almirantes y generales que abominan de los dos grandes militares peruanos que tomaron conciencia de la exclusión social: Andrés Avelino Cáceres y Juan Velasco Alvarado.
Son justas las banderas de los derechos sociales pagados con los impuestos, que incluyen pero no se limitan a la salud y la educación gratuitas y de calidad, que la ultraderecha convierte en mercancía en manos privadas. Es justo planificar el desarrollo sostenible con inversiones y mercado en lugar del mero crecimiento. Es justa la autonomía patriótica y la defensa de la soberanía frente a cualquier potencia imperial. La unidad de la sociedad y del Estado se fortalecen con la riqueza de la plurinacionalidad, pluriculturalidad e interculturalidad, con potencial civilizatorio propio y también enfoque de sostenibilidad y de género. Todo ello sin Sendero Luminoso, enemigo del pueblo peruano, ni proyecto de partido único.
Fue absolutamente correcto votar en la segunda vuelta por el señor Castillo y luego combatir a la ultraderecha protofascista que pretendía impedir la toma de posesión del presidente electo. Ahora es completamente correcto señalarlos como enemigos principales y oponerse a su proyecto de régimen autoritario civil-militar.
El profesor de colegio primario Pedro Castillo tiene la virtud de no ser solo un representante del pueblo, sino el primer presidente peruano que salta a la cúspide política desde el mundo rural, después de haber pasado la mayor parte de su vida en pequeños poblados en su condición de hijo de un campesino beneficiario de la Reforma Agraria. Fue extraordinario que por circunstancias en gran medida azarosas haya pasado a la segunda vuelta, cuando la gran mayoría de quienes integran los poderes facticos no lo tenían en sus WhatsApp.
El problema es que el señor Castillo aparentemente no ha podido adaptarse al honor que le han hecho los votantes que le favorecieron, en su mayor parte provincianos y de pocos recursos. En su confusión ha practicado el compadrazgo con quienes conoció desde los tiempos de la huelga magisterial del 2017 o tienen con él vínculos familiares o de paisanaje. Lamentablemente se le han acercado elementos aviesos y quizás incluso alguna persona vinculada a servicios de inteligencia nacionales o internacionales, útil para crear elementos de chantaje y destruir su imagen personal. El conflicto en la policía profundiza estas debilidades, pues aunque los allegados de los hermanos Cerrón afirman que el General Gallardo es un patriota que se opone al statu quo, la mayor parte de la población le cree al Dr. Avelino Guillén, auténtico símbolo de la honestidad y pilar de la lucha contra el fujimorismo.
Como señala César Hildebrandt, pese a estas debilidades no puede percibirse en el profesor Castillo al jefe de una mafia como sí lo fueron Alberto Fujimori y Alan García. Los indicios de irregularidades y delitos en el entorno presidencial deben investigarse, pero no nos consta que esté enriqueciéndose personalmente. De sus frases reiteradas puede entenderse que el profesor presidente tiene un especial afecto por los pueblos rurales y desea que el Estado les provea de mejores condiciones de vida, posición muy justa en principio incompatible con el capitalismo salvaje. El señor presidente Pedro Castillo Terrones se ubica a sí mismo en el campo popular y quisiera ser recordado como un presidente que logró beneficios para los sectores provincianos más alejados.
Es correcto exigir al señor presidente que luche contra el capitalismo salvaje, persista en las reformas aludidas en el Plan de Gobierno “Perú al Bicentenario-Sin Corrupción” y deje de lado actitudes prebendarias que constituyen una mala tradición. Con o sin Castillo la tarea continúa, pero naturalmente es de gran significado explicarle y persuadirle para que asuma el rol que le corresponde.
Una vez más es preciso construir amplios consensos. Por ejemplo, debe denunciarse que el Congreso ha rechazado las reformas tributarias propuestas por el Ministro Pedro Francke que incluían un impuesto adicional a las empresas mineras que están obteniendo ganancias extraordinarias y también un impuesto adicional a quienes obtienen en forma individual más de trescientos mil soles de ingresos en un año. Con esta decisión pierde la equidad social.
El nuevo presidente chileno Gabriel Boric ha propuesto incrementar en ocho puntos del PBI la presión fiscal, cinco de ellos durante su gobierno. Es una gran iniciativa, pues el golpe más profundo contra el capitalismo salvaje es el financiamiento con impuestos de los derechos sociales, incluyendo la educación y la salud pública gratuitas y de calidad. En el Perú hace falta un pacto social para subir hasta diez puntos la presión fiscal en un proceso paulatino pero relativamente corto, porque sin esa base es imposible una auténtica ciudadanía contemporánea que pueda vivir la vida buena en armonía con la naturaleza, núcleo del desarrollo sostenible.
Los derechos sociales triunfarán, el capitalismo salvaje perderá.