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Opinión

 Cristobal Mora : El descarado cinismo de nuestros congresistas

A pesar de los enormes desacuerdos que existen en el mundo de la política nacional, los peruanos estamos de acuerdo en algo: odiamos a nuestro Congreso[1]. Y el porqué es obvio: desde presuntos actos de corrupción hasta decisiones que implican pasar por encima de la Constitución, la sucesión de actos arbitrarios y contrarios a la legalidad que cometen nuestros congresistas parece no tener final. Hemos llegado al punto donde no pasa una semana de legislatura sin que se apruebe algún proyecto de ley que implique retrocesos para el país, que se proteja a corruptos, o que se capturen instituciones estatales que deberían ser independientes[2]. Y esto puede durar hasta el 2026, pues parece no haber la mínima intención de aprobar el adelanto de elecciones demandado por las grandes mayorías del país. Nuestros representantes son hoy, en el imaginario peruano, oportunistas que están en el cargo para obtener provecho propio, sacar de la política lo que puedan y hacer pactos bajo la mesa para tratar de obtener impunidad. Dudo mucho que nuestro imaginario esté equivocado aquí.

Recordemos algunos de los hechos recientes, como para probar este punto. En los últimos meses, hemos tenido:

1. Casos de robo de salarios y de aprovechamiento frívolo del cargo. Aquí tenemos a los famosos “mocha sueldos”, congresistas que quitan parte del sueldo a sus trabajadores contratados[3]. En la misma línea, hemos visto a algunos usar el dinero del Estado para pagarse viajes y otros beneficios[4]. Aparentemente, los más de 25000 soles mensuales que ganan no les bastan[5].

2. Casos de blindaje a acusados de corrupción, como la protección a “Los Niños”, los congresistas que supuestamente apoyaban a Castillo a cambio de negociados bajo la mesa[6]. Este solo es el último capítulo de una amplia historia de blindajes que se lleva dando en el Congreso por años.

3. La aprobación de leyes negativas para el país en favor de intereses particulares, como la reciente ley para permitir que los docentes puedan nombrarse sin un examen[7], lo que es un golpe a las reformas educativas del país, o la ley que limita la colaboración eficaz, cuyo interés seguramente está en proteger a corruptos[8].

4. La aprobación de leyes abiertamente inconstitucionales, a sabiendas de que el Tribunal Constitucional está capturado por el Congreso y no va a decir nada. Aquí tenemos el caso, por ejemplo, del permiso a la presidenta Boluarte, aliada de los congresistas, para que pueda salir del país y gobernar de forma remota[9].

5. El intento de capturar las instituciones estatales. Ya se repartieron el Tribunal Constitucional[10] y la Defensoría del Pueblo[11]. Ahora van por la Junta Nacional de Justicia, cuyo control les permitiría a los congresistas frenar las investigaciones que muchos de ellos afrontan o van a afrontar. Para ello, han cometido uno de sus más graves actos, inhabilitando a la Fiscal de la Nación, Zoraida Ávalos, en un claro atentado contra la independencia del Poder Judicial[12].  Y también irán contra los organismos electorales, por qué se arriesgarían a perder el poder y a afrontar un gobierno que les obligue a rendir cuentas, si pueden controlar el proceso y asegurarse el dominio sobre la futura administración.

6. La negativa a convocar a nuevas elecciones[13], a pesar de que es lo la gran mayoría de la población anda pidiendo durante meses[14]. Evidentemente, a nuestros congresistas no les interesa la opinión pública, quieren quedarse y hacer crecer más esta lista de arbitrariedades.

Pero, ¿por qué pasa esto?, ¿qué ha llevado a que en el Congreso haya tanto descaro al abusar del cargo y tanta desidia por atender demandas amplias como la convocatoria a elecciones? Para una explicación así, no basta con las acusaciones individuales, con pensar que hemos tenido la mala suerte de que quienes hemos elegido han terminado siendo unos oportunistas. Después de todo, ya se ha vuelto un sentido común nacional que cada Congreso es peor que el anterior. Esto también hace difícil culpar al electorado. Sí, es cierto que muchas veces se “vota mal”, pero tampoco es que haya una gran oferta política o alguna garantía de que el sujeto por el que votamos no termine decepcionando. Hace años que tenemos parlamentos desprestigiados, por lo que cualquier explicación al fenómeno ha de ser social.

Una primera explicación sería la de comprender a la propia impopularidad de la institución como causa. Con una desaprobación que ha trascendido a múltiples parlamentos, seguro que ya muchos de nuestros congresistas consideran que la honradez y la decencia no salen a cuenta. Mejor seguir valiéndose del cargo. Ahora, la verdad que estos congresistas que tenemos hoy en día ni siquiera se esforzaron por realizar actos que les garanticen aprobación: ya habían demostrado su poco interés por la decencia desde el día siguiente a la instalación del Congreso el 2021, con el desplante que le hicieron al expresidente Sagasti[15], seguro que en venganza por lo que pasó durante la vacancia de Vizcarra. Ni siquiera había empezado su primera legislatura y, con sus acciones, ya estaban buscando reivindicar el legado del nefasto Congreso extraordinario del 2020.

Una duda que podemos plantearnos es si algunos congresistas creerán con sinceridad que lo que hacen es positivo para el país. Quién sabe. Quizá alguno sienta que le basta con haber presentado proyectos de ley, aunque muchos de ellos sean declarativos y sin impacto real para el país[16]. Quizá alguno crea que la desaprobación del Congreso es culpa de los parlamentarios rivales, que con él no es la cosa. En verdad, nuestros congresistas o tienen que ser bastante cínicos (lo que es una tragedia en sí misma, pues implica tener de representantes a personas que no les importa un comino el destino del país) o creen que son indispensables y tienen algo propio que aportar (lo que también es preocupante, pues indica una gran soberbia, una visión distorsionada de la realidad, o ambas).

Por otro lado, no faltan quienes ensayan otras explicaciones para explicar un Congreso que no quiere legislar por el país. Por ejemplo, está la de nuestro estimado congresista Alejandro Cavero[17], quien culpa a Martín Vizcarra y a su referéndum para eliminar la reelección congresal. Por supuesto, uno puede sospechar que detrás de esto están los intereses por recuperar la reelección, sea de forma directa o a través de un Senado. No obstante, démosle el valor de la duda a Cavero, aunque sea solo porque él no es el único que piensa de esta forma. La prohibición de la reelección también cayó mal, desde un inicio, a muchos analistas, que apoyaban la reforma política del 2018 pero que se sintieron disgustados cuando Vizcarra incorporó este tema. A pesar de ello, y como era de esperarse, la no reelección acabó siendo aprobada de forma abrumadora en el referéndum con más del 85% de votos[18]. Creo que es lógico asumir que esta votación no solo fue una muestra de apoyo al expresidente, sino también una manera en que la población expresó al Congreso su rechazo.

El argumento a favor de la reelección es que, al eliminarse esta, se retira el incentivo para hacer bien el trabajo parlamentario, pues los congresistas ya no sienten que habría algún premio por ello. Sinceramente, esta explicación tiene su mérito, pues parte desde la idea de que hay una elección racional en los congresistas[19]: hacer bien su trabajo y ser premiados con quedarse en su cargo, o aprovecharse de este y ser castigados por el electorado. No obstante, como contraargumento se puede decir que ya teníamos (muchos) congresistas pésimos antes de la eliminación de la reelección, por lo que esta explicación resulta también incompleta. Además, seamos francos, dudo mucho que la calidad de un Congreso como este mejorara de haber reelección. En los últimos días de la pasada legislatura, los congresistas han estado debatiendo sobre el tema de la bicameralidad como una forma para reelegirse[20] y, aun sabiendo que esta era una posibilidad, estos han seguido haciendo negociados y repartijas. Es obvio que, en el fondo, han perdido la vergüenza de ser mal vistos.

Y este es el meollo de la cuestión, el centro de todo este asunto: que a los congresistas no les importa. Para ellos, sus actos no tienen consecuencias. Han visto cómo las masas peruanas se levantaron el 2020 para protestar contra una vacancia arbitraria y, a pesar de ello, volvió a ser elegida gente de la misma calaña, que defiende los mismos intereses particulares[21]. ¿Cuál es la lectura entonces? Pues que pueden aprovecharse del cargo y, aunque ellos se vayan, vendrán sus hermanitos a reemplazarlos. Da la impresión que tenemos un sistema político que permite que estos intereses privados lleguen al Congreso. Por supuesto, ello nos lleva al tema más preocupante, que es el de la corrupción y su influencia nociva en el sistema político. Tristemente, parece que la corrupción ya se ha convertido en una parte inseparable de nuestra democracia y que uno, para ser parte del juego político, tiene que estar dispuesto a sumarse a ella. Si esto fuera verdad, hasta daría igual cómo votemos, pues quienes elijamos serían capturados por mafias con los únicos objetivos de sacar réditos de la política y obtener impunidad.

Volviendo a la pregunta sobre por qué nuestros congresistas actúan como lo hacen, pienso que hay una combinación de factores que han causado que tengamos, nuevamente, el “peor” Congreso. Explicaciones como la que cuestiona la no reelección congresal son válidas, pero ellas no bastan por sí solas. Es evidente que en los últimos años se han articulado intereses particulares, muchas veces contrarios al bienestar nacional, que se han encontrado en el Congreso con políticos oportunistas dispuestos a echarles una mano. Como peruanos, ¿qué podemos hacer frente a esto? Evidentemente, “votar bien” ayudaría mucho. Pero, para ello, se necesita encontrar candidatos que sean capaces de denunciar la corrupción, lo que, como se ha explicado, no siempre es garantía. También se puede retomar el impulso de las reformas políticas, a ver si encontramos alguna que logre frenar el acceso de políticos corruptos a las instituciones estatales. No obstante, ni siquiera quienes las proponen se ponen de acuerdo en ellas, por lo que no podemos saber, a ciencia cierta, la efectividad que estas tendrían. Por último, siempre queda la alternativa de salir a protestar contra los abusos de los congresistas, con la esperanza de que estas protestas logren convocar y que, de ellas, aparezca algún movimiento limpio, que sí dé garantías de un buen voto. Para ello se necesita a la ciudadanía, esa que salió a las calles de Lima el 2020, pero que parece haber caído en un letargo debido a la polarización y al nihilismo que causaron las elecciones del 2021. Ojalá logren despertar pronto, antes de que sea demasiado tarde.

Fuente: Revista Ideele N°310. Julio – Agosto 2023

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