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Opinión

Daniela Perleche: Centro Histórico de Lima: Narrativas sobre insalubridad, renovación y resistencia

Con su “fundación” como ciudad colonial en 1535, Lima pretendía representar el poder de la corona española en la región. Sin embargo, tras la destrucción de las murallas en 1872, el abandono de las clases oligárquicas del centro hacia los suburbios comenzó y con ello, una nueva dinámica dio forma al centro de Lima. El centro ya no pertenecía a la aristocracia sino a las clases trabajadoras y racializadas. El hacinamiento en la ciudad se inició con la subdivisión de las antiguas casonas que pertenecieron a la aristocracia limeña, las cuales fueron habitadas principalmente por población vulnerable que sólo podía darse el lujo de vivir en un callejón (Cueto, 1991).

Es así que, a principios del siglo XX, esta relación entre las condiciones de la vivienda y salubridad se utilizó para justificar diferentes proyectos urbanos y estrategias espaciales, especialmente tras la fiebre amarilla (1896) y los brotes bubónicos (1903) que abatieron Lima. Una de las primeras zonas en sufrir este proceso de renovación fue el Callejón Otaiza, justificado por discursos contra sus barrios antihigiénicos, superpoblados y plagados de enfermedades, sumado a una narrativa xenofóbica contra la población china. Los medios escritos retrataron una versión estereotipada de la población china junto con las ratas (Palma y Ragas, 2018), y en la percepción popular, a menudo se les relacionaba con el opio, las enfermedades y la prostitución (Joffré, 1999). Si bien la salubridad fue parte importante del discurso, el componente racial fue crucial para este tipo de acción en ambos casos (Joffré, 1999).

En las décadas siguientes, los cambios físicos que experimentó el CHL estuvieron guiados bajo la misma narrativa urbanística oligárquica, con las ansias de impulsar el desarrollo capitalista en el Perú (Ludeña, 2002). Más adelante, en 1990, tras la declaración del CHL como Patrimonio Cultural de la Humanidad, se experimentó un proceso de recuperación impulsado por los intereses de la neo-oligarquía y su necesidad de forjar un discurso alineado con su requerimiento de ubicuidad espacial (Ludeña, 2002). La narrativa fue la de “recuperar” un centro perdido y durante esta época, el primer proyecto de renovación urbana permitió la compra directa o expropiación de callejones para su posterior demolición o recuperación (López y Paraizo, 2022).

Tras ese periodo, en la segunda gestión de Luis Castañeda, figuraba la continuación del proyecto de eliminación de tugurios en el CHL con un plan para demoler más del 40% de las viviendas consideradas inhabitables (La Mula, 2015). Así, los desalojos forzosos se llevaron a cabo bajo el pretexto de la seguridad de la infraestructura habitacional, alegando que no era seguro dejar vivir a la gente en edificios que corrían el riesgo de derrumbarse. Estos desplazamientos provocaron la destrucción de las redes de apoyo de los residentes, prometiéndoles el regreso al centro, sólo para acabar reasentados en distritos lejanos y perpetuando aún más la dinámica excluyente de la ciudad. Aunque este discurso no fue el único factor que contribuyó a la expulsión de los vecinos, formó parte de la narrativa más poderosa en relación con la zona.

Contrariamente al discurso tecnocrático-político, el CHL no está deshabitado. Sin embargo, el problema de la vivienda en el CHL persiste, y con ello la falta voluntad política para abordarlo. En estas mismas líneas, la Ordenanza 2267 de Lima ha permitido a la municipalidad desalojar edificios considerados inhabitables, complicando aún más el problema. Para luchar contra los desahucios y recuperar espacios públicos, los activistas han recurrido a campañas en las redes sociales y a la recuperación de espacios cívicos. Cuando Castañeda propuso demoler el 40% del barrio, los vecinos se unieron para oponerse. Esto llevó a la comunidad a organizarse y buscar alianzas con la academia para pronunciamientos conjuntos en contra de estas acciones.

Reconocer que el CHL es una zona heterogénea y que reúne muchas historias detrás es esencial. Con sus cimientos enraizados en la resistencia y la resiliencia, el CHL sigue enfrentándose a retos relacionados con la vivienda, las políticas urbanas y el espacio público, muchas veces fomentado por el estigma territorial. Las palabras importan, y a pesar de las diversas narrativas peyorativas, los residentes siguen viviendo en la zona. Los esfuerzos de la comunidad han tenido diversos grados de éxito, pero la compleja naturaleza del problema persiste. Las historias de quienes siguen llamando hogar a la zona, a pesar de sus dificultades, sirven de recordatorio de la importancia de preservar la historia, la cultura y la comunidad frente al llamado desarrollo y modernidad urbana.

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