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Opinión

Ecuador: ¿Un proceso electoral transparente o un fraude disfrazado?

Las recientes elecciones presidenciales en Ecuador dejaron más dudas que certezas. A pesar de que todas las encuestas —incluyendo las de boca de urna como el ExiBol— daban como clara ganadora a la candidata opositora Luisa González, los resultados oficiales proclamaron vencedor al actual presidente con una diferencia de más de seis puntos. ¿Qué ocurrió entre los últimos días de campaña y el anuncio oficial del CNE?

Desde el inicio, el proceso electoral fue descrito por algunos como “bien manejado”. Pero esa “buena administración” parece haber sido más bien una estrategia de control sistemático desde dentro del sistema electoral. El Consejo Nacional Electoral (CNE), supuestamente garante de transparencia, terminó respondiendo a intereses del oficialismo. Prueba de ello fue la sorpresiva renuncia del único vocal considerado independiente, justo en los días decisivos.

Más preocupante aún fue el manejo de las mesas utilizadas para probar la “limpieza” del proceso. Estas mesas, lejos de ser seleccionadas al azar, habrían sido manipuladas previamente para crear una muestra favorable al relato oficial. Así se diseñó un escenario en el que la transparencia era solo una ilusión cuidadosamente fabricada.

A esto se sumó la maquinaria mediática. Los principales medios de comunicación ecuatorianos —en manos de grupos de poder aliados al régimen— actuaron al unísono para legitimar los resultados, construyendo una narrativa que consolidó la imagen de un triunfo incuestionable. La prensa internacional, con pocas excepciones, replicó sin mayor análisis esta versión oficial, mientras que los gobiernos de varios países optaron por el silencio o por respaldar al ganador de forma automática, contrastando con la reacción internacional en procesos cuestionados como los de Venezuela.

Lo ocurrido en Ecuador no es un simple desliz democrático. Es una alerta. Una advertencia de que en América Latina se está consolidando una nueva forma de autoritarismo: una política “fachosauria”, como algunos la llaman, que desprecia las reglas democráticas, manipula las instituciones y se impone con cinismo. Ya no se trata de golpes de Estado tradicionales, sino de fraudes sofisticados, operados desde adentro del sistema, con el respaldo de los medios y el silencio cómplice de la comunidad internacional.

Lo que ha triunfado no es la democracia. Ha triunfado el descaro.

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