En el Perú contemporáneo, el lenguaje político ha dejado de ser solamente un medio de comunicación para convertirse en un campo de batalla simbólico. Dos términos, “caviar” y “fachosaurio”, han emergido como etiquetas cargadas de connotaciones ideológicas, que simplifican, caricaturizan y a la vez revelan aspectos profundos del enfrentamiento cultural y político que atraviesa la sociedad peruana. Más que insultos, son dispositivos simbólicos con una función específica: delimitar bandos, deslegitimar al adversario y moldear el relato público.
¿Qué significa ser “caviar”?
“Caviar” es una etiqueta que ya se ha consolidado en el imaginario político peruano. Originalmente importado del léxico de la derecha europea —en particular del término francés gauche caviar o “izquierda caviar”—, en el Perú ha adquirido matices propios. Se utiliza para describir a una élite intelectual, profesional o académica que se identifica con causas progresistas, de derechos humanos, medio ambiente, inclusión y justicia social, pero que a menudo forma parte de sectores socioeconómicos acomodados o tiene vínculos con organismos internacionales, ONG, consultorías o instituciones del Estado.
En la narrativa de sus detractores, el “caviar” es hipócrita: habla en nombre del pueblo, pero no vive como él; defiende derechos humanos solo cuando le conviene políticamente; y cooptó las instituciones para mantener cuotas de poder en nombre de la democracia. Sin embargo, quienes son tildados de “caviares” suelen verse a sí mismos como defensores de los valores democráticos frente al autoritarismo y el populismo, como una reserva moral en medio de la corrupción estructural del Estado.
El término se convirtió en protagonista sobre todo en la primera década del siglo XXI, cuando figuras del progresismo liberal comenzaron a ocupar espacios claves en el aparato público y mediático. Su consolidación vino con gobiernos como el de Alejandro Toledo y Ollanta Humala, donde muchas ONG, académicos y tecnócratas de izquierda moderada fueron parte del engranaje estatal. La derecha conservadora, sin acceso a esos círculos, encontró en el término “caviar” una forma efectiva de deslegitimar su influencia.
El surgimiento del “fachosaurio”: entre la sátira y la advertencia
El término “fachosaurio” es mucho más reciente y aún en proceso de consolidación. Nace como una respuesta caricaturesca al conservadurismo extremo, que añora el autoritarismo, rechaza las causas progresistas y defiende posiciones ancladas en valores tradicionales, nacionalismo excluyente o incluso discursos racistas y misóginos. El “fachosaurio” es descrito como un personaje de otra era, casi prehistórico, que se opone al avance de derechos, niega el cambio climático, sataniza el feminismo y ve comunistas detrás de cada protesta social.
Es una figura que mezcla ignorancia política con nostalgia por el orden impuesto. En redes sociales, se le representa como un dinosaurio con boina militar o con memes que exageran su lógica binaria: “todo lo que no sea de derecha es comunismo”, “los derechos humanos solo son para los delincuentes”, etc.
Sin embargo, reducir a los sectores conservadores a la figura del “fachosaurio” también implica una simplificación peligrosa. Muchos de ellos representan, en realidad, una reacción —a veces justificada— ante lo que perciben como una élite desconectada del país real, o una izquierda que habla de derechos pero no de empleos ni de seguridad ciudadana. Así, el término es tanto una sátira como un espejo incómodo.
Un lenguaje que reemplaza al pensamiento
Ambas etiquetas —“caviar” y “fachosaurio”— funcionan como atajos mentales en un país marcado por la polarización. Clasifican sin explicar, condenan sin argumentar, y empobrecen el debate público. Son el síntoma de una crisis más profunda: la dificultad de construir un diálogo democrático donde las ideas se enfrenten con argumentos, no con descalificaciones.
En lugar de complejizar la discusión, estos términos la reducen. Ser “caviar” o “fachosaurio” ya no depende de lo que uno piensa, sino de a quién se opone. Así, una feminista puede ser llamada caviar por pedir derechos reproductivos, pero también una empresaria que defienda instituciones democráticas frente al autoritarismo. Del mismo modo, alguien que critique a una ONG puede ser tildado de facho sin mayor análisis de sus motivaciones o argumentos.
¿Qué revela esta disputa?
El auge de estas etiquetas nos dice algo esencial sobre la política peruana: que se ha vuelto más emocional, más tribal, más identitaria. Que el ciudadano promedio busca pertenencia antes que profundidad. Que los medios y las redes amplifican estas caricaturas porque son fácilmente digeribles. Pero también que hay un vacío: el de los proyectos políticos coherentes, el de los liderazgos que unan en lugar de dividir.
Mientras tanto, “caviares” y “fachosaurios” seguirán disputándose no solo el poder, sino el lenguaje con el que ese poder se construye. Lo importante será no perder de vista que entre ambos extremos hay una ciudadanía que, más allá de las etiquetas, espera algo más que insultos: espera ideas.