En los últimos tiempos, un término ha comenzado a resonar en las discusiones políticas: los “fachosaurios”. No, no se trata de criaturas prehistóricas, sino de un fenómeno moderno y peligroso que amenaza las bases de la democracia. Estos grupos o individuos, caracterizados por su discurso violento, su desprecio por las instituciones y su sed de poder, representan un riesgo latente para cualquier sociedad que valore la libertad y el Estado de derecho.
Democracia: ¿solo cuando conviene?
Para los “fachosaurios”, la democracia es un juego que solo vale la pena jugar cuando les favorece. Cuando las reglas no les son útiles, no dudan en cuestionar su validez o, peor aún, en buscar formas de torcerlas a su favor. Les importa poco el respeto a las instituciones, la división de poderes o la voluntad popular si esta no coincide con sus intereses. En su lógica, el fin justifica los medios, y si la democracia se interpone en su camino, no tienen reparos en desafiarla.
Pero no se detienen ahí. Cuando logran acceder al poder, suelen recurrir al autoritarismo para mantenerse en él. La concentración de poder, la persecución de opositores y la creación de grupos afines que actúan con impunidad son algunas de sus tácticas preferidas. La violencia, tanto física como verbal, se convierte en su herramienta principal para silenciar a quienes se atreven a cuestionarlos.
El discurso del miedo y la división
Uno de los rasgos más distintivos de los “fachosaurios” es su discurso extremista y polarizador. No buscan unir, sino dividir. Para ellos, el mundo se reduce a dos bandos: “nosotros” (los buenos, los patriotas) y “ellos” (los enemigos, los traidores). Este mensaje, aunque simplista, resulta efectivo en contextos de crisis económica, social o de seguridad, donde la desesperación y el miedo pueden llevar a la población a buscar soluciones radicales.
Además, suelen aprovechar las redes sociales y los medios de comunicación para difundir propaganda y desinformación. Saben que, en la era de la posverdad, una mentira repetida mil veces puede convertirse en una “verdad” para muchos. Y así, logran ganar adeptos y justificar sus acciones, por más antidemocráticas que sean.
Crisis: el caldo de cultivo perfecto
Los “fachosaurios” no surgen de la nada. Se alimentan de las debilidades de las instituciones, de la falta de liderazgo político y del descontento social. En contextos de crisis, donde la gente siente que el sistema no funciona para ellos, estos grupos encuentran un terreno fértil para crecer.
La impunidad también juega a su favor. Cuando logran infiltrarse en las instituciones o negociar con el poder, actúan con total libertad, sabiendo que es poco probable que enfrenten consecuencias. Esto les permite consolidarse y expandir su influencia, creando lo que algunos han llamado “poderes paralelos”: estructuras que operan al margen de la ley, pero con el respaldo de quienes están en el poder.
El caso peruano: ¿una tragedia evitable?
En el Perú, como en otros países, existen individuos y grupos que encajan en esta descripción. Aunque, por ahora, suelen ser limitados en términos de organización y capacidad intelectual, el riesgo de que logren consolidarse no debe subestimarse. La historia nos ha demostrado que, cuando las condiciones son propicias, estos grupos pueden crecer rápidamente y causar un daño enorme.
Para evitar que esto suceda, es fundamental fortalecer las instituciones democráticas y promover una cultura de tolerancia y respeto. La educación cívica, la participación ciudadana y el compromiso de los líderes políticos con la democracia son herramientas clave para contrarrestar el avance de los “fachosaurios”.
Reflexión final
Los “fachosaurios” no son un problema del pasado ni de un solo país. Son una amenaza real y presente que puede surgir en cualquier lugar donde la democracia sea débil y la sociedad esté dividida. La mejor forma de combatirlos es con más democracia, más transparencia y más unidad. Porque, al final del día, la lucha contra el autoritarismo y la violencia no es solo una batalla política, sino una defensa de los valores que nos hacen humanos.