“La derecha tiene dos tareas por delante. La primera es aprender a perder, y la segunda, más urgente, es preguntarse, sin recurrir a excusas, por qué pierde frente a opciones de izquierda”.
La semana pasada comentaba sobre los impulsos autoritarios en parte de la izquierda local, sin dejar de criticar a aquellos en la derecha que, al negarse a reconocer resultados electorales, traicionaban un principio básico de la democracia. Esas manifestaciones en ambas orillas no son monopolio de nuestra realidad, ya que uno de los signos de nuestro tiempo es que las amenazas a la democracia provengan tanto de la izquierda como de la derecha. En el hemisferio, incluso, y por el liderazgo y el efecto demostración negativo que puede tener si llegase a prosperar, el riesgo más crítico lo presenta el Partido Republicano en Estados Unidos, como fue visible para el mundo entero tras la trágica y por suerte fallida insurrección del 6 de enero del año pasado.
Es por ello que quizás el pasaje que más me llamó la atención de la entrevista que Ricardo León le hizo a la política española Cayetana Álvarez de Toledo el domingo pasado fue en el que establece una falsa equivalencia entre candidatos de derecha e izquierda, en una lista que empieza precisamente con Joe Biden y Donald Trump, y sigue con Gabriel Boric y José Antonio Kast, Gustavo Petro y Rodolfo Hernández, y Pedro Castillo y Keiko Fujimori. Aunque la “terrible disyuntiva” de elegir un mal menor esté sin duda presente en algunas de estas duplas, no logro entender cómo alguien que se define como liberal puede poner en el mismo plano a los últimos dos presidentes estadounidenses.
Conozco poco la trayectoria de Álvarez de Toledo, aunque llega precedida de elogios de Mario Vargas Llosa, entre otros. Hay, es justo reconocerlo, una (auto)crítica al liberalismo como fuerza política que es válida y poderosa, por haber abandonado la política y caído en la complacencia de las cifras económicas abstractas, para luego refugiarse en líderes populistas de derecha como Jair Bolsonaro o Trump.
Sin embargo, a pesar de que la propia entrevistada reconoce los peligros autoritarios de la “antipolítica” de derecha, tiende a alinearse con la forma en que personajes como Vargas Llosa han planteado los procesos electorales en tiempos recientes, soslayando las amenazas a la democracia por parte de líderes populistas de derecha y de extrema derecha frente al riesgo supremo que supone el triunfo de un candidato de izquierda, sea este radical o no. Y cada vez que la derecha ha perdido, como ha pasado mucho últimamente, se critica el comportamiento del electorado, cuando en realidad habría que preguntarse dos cosas, que están relacionadas: por qué los votantes en América Latina pueden ver atractivo un discurso de izquierda, y por qué la derecha se arrima a candidatos incapaces de plantear batalla.
Respecto a la primera interrogante. Mal hacen en ver cualquier triunfo de la izquierda como una victoria del “castro-chavismo” (sic). Parte de la salud democrática de los países reside en la alternancia y la diferencia en la oferta electoral. Pero queda la sensación, cuando se establece un paralelo artificial entre líderes como Biden y Trump, por ejemplo, de que la izquierda es una amenaza ‘per se’ para la democracia. Podemos discrepar de sus políticas de gobierno, pero no se puede decir eso de Biden, ni de Boric y Petro, hasta ahora, aunque para Álvarez de Toledo la elección de este último sea parte de un eje de “involución antidemocrática” que Estados Unidos no debió permitir (¿?).
Me parece que la derecha tiene dos tareas por delante. La primera es aprender a perder, y la segunda, más urgente, es preguntarse, sin recurrir a excusas, por qué pierde frente a opciones de izquierda muchas veces impresentables y anquilosadas en el tiempo. Un buen comienzo en ambos sentidos sería dejar de apoyar candidatos que no estén comprometidos con la democracia.