“Quizá sirva un 28 para sabernos la verdadera república que somos. Estos territorios de criollos, quechuas, aymaras, awajun, wankas, norteños, arequipeños y demás clubes departamentales no han logrado entenderse entre sí”.
El 28 no es, necesariamente, el día de júbilo nacional que reivindica la independencia de la corona española. La república no nació el 28. La proclama de San Martín fue solo eso, un discurso ante gentes con el yugo colonial en su psiquis. El libertador se terminó yendo de estos territorios, derrotado y sin suerte. Ese Perú, libre e independiente de 1821, fue tan solo el impostado verso de una milonga. Las resistencias a soltar la bandera de la Cruz de Borgoña rezuman hasta hoy. Quizá esta república fallida haya nacido luego de Ayacucho en 1824.
El sanguinario de Bolivar pretendió sacarnos a patadas del ostracismo virreynal, y también terminaría yéndose derrotado y sin suerte. El ejército realista se compuso, mayoritariamente, de criollos peruanos que se negaban a dejar de ser España. El ejército independentista se compuso, principalmente, de sudamericanos no nacidos en estas tierras. Bolivar tuvo que hacerse dictador para consumar su proyecto de cambiarnos todo. Los españoles recién nos soltaron ese 9 de diciembre del 24; incluso nos quisieron reconquistar en mayo de 1866. Así que celebrar cada 28 de julio, como si de una independencia como tal se tratase, es una falsedad histórica. Disculpen mi papel de pinchaglobos, justo un día como hoy.
Quizá sirva un 28 para sabernos la verdadera república que somos. Estos territorios de criollos, quechuas, aymaras, awajun, wankas, norteños, arequipeños y demás clubes departamentales no han logrado entenderse entre sí. Pueda que las crisis terminales por las que hemos tenido que vivir nos han dado, por momentos, un sentido de protopatria. Quizá sirva un 28 para sabernos el país que somos. La comida nos enorgullece. Que el cebiche es del norte, el rocoto relleno del sur, el juane de la selva, el cuy andino, la buena sazón limeña. La comida nos da un cierto espejismo de patria. Y nos hemos quedado allí, atragantándonos en la indigestión del orgullo culinario a cuestas. Pero nos hemos despreocupado de todo lo que significa ser una Nación como tal. Y hoy es que vivimos el parto maldito de todo lo que hemos sido y dejado de hacer.
Fuente: La República