Es posible que Brasil supere este momento amargo de su historia y retome el camino de la construcción de su soberanía demarcando su lugar dentro de este nuevo mundo multipolar
“Durante un siglo, la dinámica de la sociedad moderna se rigió por un “doble movimiento”: el mercado se expandía continuamente, pero este movimiento se enfrentaba a un contra-movimiento que frenaba esta expansión en direcciones definidas. Si bien dicho movimiento contrario era vital para la protección de la sociedad, en última instancia era incompatible con la autorregulación del mercado y, por tanto, con el propio sistema de mercado.”
Polanyi, K. “La gran transformación”
En 1944, el científico social austrohúngaro Karl Polanyi (1886-1964) formuló una hipótesis sumamente provocadora sobre la evolución de las sociedades liberales y las economías de mercado que se formaron en Europa en los siglos XVIII y XIX. Para Polanyi, estas sociedades están impulsadas por dos grandes fuerzas que actúan simultánea y contradictoriamente, apuntando al mismo tiempo hacia la apertura, desregulación e internacionalización de sus mercados y capitales, y hacia la protección, regulación estatal y nacionalización de estos mismos mercados.
Karl Polanyi nunca dijo que éste fuera un movimiento pendular o cíclico, ni siquiera una ley de sucesión universal y obligatoria en la historia del capitalismo. Aun así, este “doble movimiento” parece manifestarse casi siempre en forma de sucesión temporal, donde las “oleadas internacionalizadoras” del capitalismo promueven el aumento simultáneo de la desigualdad entre los pueblos y las naciones y acaban provocando una “inversión proteccionista” de las economías, las sociedades, la naturaleza y los estados nacionales que refuerzan en estos periodos su lucha por la soberanía y la independencia respecto a los demás estados del sistema, y en particular, respecto al poder imperial o hegemónico de las Grandes Potencias.
Al menos esto es lo que ocurrió en Europa a finales del siglo XIX y principios del XX: a un gran movimiento de internacionalización liberal del capitalismo le sucedieron interminables revueltas sociales y un violento retroceso nacionalista. Y en esta tercera década del siglo XXI, ya nadie duda de que está en marcha una nueva “inflexión nacionalista” en todo el mundo capitalista, y una universalización de las revueltas sociales que se extienden por doquier, exigiendo la intervención de los Estados y sus políticas públicas para revertir la catástrofe social provocada por la globalización neoliberal de las décadas anteriores.
Nunca se sabe de antemano cuál es la causa inmediata y el momento preciso en que comienzan estas ondas, ya sea en una dirección o en otra. Pero en el inicio del siglo XXI, no cabe duda de que las campanas empezaron a doblar anunciando la “muerte de la globalización” en el momento en que Estados Unidos desencadenó sus “guerras interminables” al comienzo mismo del nuevo siglo, y más aún en el momento en que estalló la gran crisis económica y financiera de 2008, cuyos efectos sociales y ecológicos adversos se vieron agravados por las políticas anticíclicas de los propios norteamericanos y sus principales socios del G7.
En este contexto, los efectos multiplicadores de la pandemia del Covid 19 y la reciente guerra de Ucrania completaron la ruptura de las cadenas mundiales de producción y comercio -sobre todo, de la energía, los cereales y las tecnologías de punta- acelerando la llegada de la nueva “era nacionalista”.
Lo que sorprendió a muchos analistas fue el hecho de que fuera el propio Estados Unidos el que asumiera a partir de 2017 -en particular durante el gobierno de Donald Trump- el liderazgo mundial de la reacción nacionalista contra el movimiento internacionalizador que ellos mismos desencadenaron y lideraron a partir de los años 70 del siglo pasado.
Lo más probable es que Estados Unidos mantenga su presencia militar y su centralidad mundial durante el siglo XXI
Después de Trump, el gobierno de Joe Biden se propuso retomar la senda del liberal-internacionalismo, pero él mismo se dio cuenta rápidamente de que esta propuesta ya había agotado su potencial expansivo y que no le quedaba otro camino que el del “nacionalismo económico” y la protección social de la población estadounidense por encima de cualquier otro objetivo internacionalista que no fuera el de sus propias guerras imperiales por el mundo.
A pesar de ello, y salvo una guerra atómica que sería catastrófica para toda la humanidad, lo más probable es que Estados Unidos mantenga su presencia militar y su centralidad mundial durante el siglo XXI. Aunque su pérdida de liderazgo es visible y notoria fuera de su círculo más cercano de aliados y vasallos, zona en la que tradicionalmente se encuentra América Latina, y de manera muy particular, Brasil, que siempre ha operado como punta de lanza de Estados Unidos dentro del continente latino.
Aun así, América Latina es hoy uno de los pocos lugares del mundo donde la revuelta social contra el fracaso de la globalización neoliberal está siendo capitalizada por fuerzas progresistas y coaliciones de gobierno con la participación de partidos de izquierda. Los retos y dificultades a los que se enfrentarán estos nuevos gobiernos de izquierda serán grandes, en un contexto internacional de crisis económica y guerra entre las grandes potencias.
Pero al mismo tiempo -según la hipótesis de Karl Polanyi- este momento puede convertirse en una extraordinaria oportunidad para que América Latina avance en la lucha, conquista y consolidación de su soberanía dentro del sistema internacional. Estados Unidos enfrenta grandes desafíos, en varios planos y regiones del planeta y ha aumentado la presión para el alineamiento de América Latina, pero su liderazgo regional también está disminuyendo, como se pudo observar en la última Cumbre de las Américas promovida por Estados Unidos, y realizada en la ciudad de Los Ángeles, en 2022.
De hecho, los norteamericanos carecen de voluntad real y de recursos suficientes para comprometerse simultáneamente en Europa Central, Asia, Oriente Medio e incluso América Latina. Un buen momento, por tanto, para renegociar los términos de la relación del continente con Estados Unidos, sin miedos ni bravuconadas. Y en este momento, la política exterior y el liderazgo de Brasil serán absolutamente fundamentales.
Brasil es el país latinoamericano donde se puede identificar una “fluctuación histórica” más parecida a la del “doble movimiento” del que habla Karl Polanyi. En particular en las últimas tres o cuatro décadas en las que el país ha vivido una sucesión de pequeños ciclos de apertura e internacionalización, seguidos de contra movimientos proteccionistas, como ocurrió en los años 90 y a principios del siglo XXI, y volvió a ocurrir tras el golpe de Estado de 2015/2016.
Brasil tiene a su favor su propia autosuficiencia en fuentes de energía, en granos y en disponibilidad de agua
Y ahora, de nuevo, todo indica que esta última ola de apertura, desregulación y privatización que fueron responsables del aumento de la desigualdad, la miseria y el hambre en el país está llegando a su fin, y Brasil podrá entonces retomar el camino interrumpido de la reconquista de los derechos sociales y laborales de su población, de la protección de su naturaleza y de la ampliación de sus grados de soberanía internacional.
Brasil tiene a su favor, en esta situación mundial de guerra entre las grandes potencias, y de crisis energética, alimentaria y de agua en casi todo el mundo, su propia autosuficiencia en fuentes de energía, en granos y en disponibilidad de agua. Su mayor problema no está en este lado, sino en la forma desigual en que se distribuye esta riqueza y la gran resistencia de su clase dirigente a cualquier tipo de política redistributiva. Y en este punto no hay error: es imposible avanzar en el plano de la soberanía externa del país sin avanzar en la lucha contra su desigualdad social interna, lo que exigirá que el nuevo gobierno brasileño declare una verdadera guerra interna contra la miseria y la desigualdad de su población.
La raíz última de este problema se remonta, sin duda, a los 350 años de esclavitud que todavía pesarán durante mucho tiempo sobre las espaldas de la sociedad brasileña, sumándose a las deletéreas consecuencias sociales de la larga dictadura militar del siglo pasado. Un período en el que los militares dividieron aún más a los brasileños al crear la figura del “enemigo interno” del país, formado por sus propios compatriotas a los que combatieron con las armas del propio Estado brasileño.
Una aberración histórica, que también pesará sobre el país durante mucho tiempo, y que fue impuesta a Brasil por el vasallaje internacional de sus militares. En este sentido, no habrá progreso en la lucha por la soberanía del país sin una revisión radical de la posición interna y externa de las Fuerzas Armadas brasileñas.
La resistencia será enorme y vendrá de una coalición de fuerzas que se ha consolidado en los últimos años en el país a la sombra del fanatismo ideológico y religioso de una “nueva derecha” que ha sumado su fascismo de caboclo al ultraliberalismo económico de la “vieja derecha” primario-exportadora y financiera, que ahora es liderada por los agronegocios del Medio Oeste, formando una coalición de poder “libertario-teológico-colonial” que financia su “vanguardia miliciana de Río de Janeiro” y que incluye también a los militares brasileños que han vuelto a la escena aliados con la derecha, como siempre, pero ahora convertidos al catecismo económico neoliberal.
Brasil debe tratar de ocupar en el futuro el lugar de una “gran potencia pacificadora” dentro del sistema en su propio continente y en el sistema internacional
Aun así, a pesar de estos obstáculos internos, es posible que Brasil supere este momento amargo de su historia y retome el camino de la construcción de su soberanía demarcando su lugar dentro de este nuevo mundo multipolar y agresivo que se está configurando ante nosotros. Brasil no tiene enemigos en América Latina, y sería absurdo o loco iniciar una carrera armamentística con nuestros vecinos, o incluso someterse a la carrera militar de otros países dentro del continente latinoamericano.
Por el contrario, Brasil debe tratar de ocupar en el futuro el lugar de una “gran potencia pacificadora” dentro del sistema en su propio continente y en el sistema internacional.
Aun así, una cosa es cierta, si Brasil quiere rediseñar su estrategia internacional y asumir esta nueva posición continental e internacional “no cabe duda de que tendrá que desarrollar un complejísimo trabajo de gestión de sus relaciones competitivas complementarias y permanentes con Estados Unidos, sobre todo, y también -aunque en menor medida- con las otras grandes potencias del sistema interestatal. Caminar por un sendero muy estrecho y durante un tiempo que puede extenderse durante varias décadas.
Además, para liderar la integración de América del Sur y del continente latinoamericano en el sistema mundial, Brasil tendrá que inventar una nueva forma de expansión continental y global que no repita la “expansión misionera” y el “imperialismo bélico” de los europeos y los americanos.