Resultan hirientes las invocaciones a la moralidad en un Perú baqueteado por indecencias legalizadas, por principios, valores y conceptos fabricados para la aniquilación política
Independientemente del ideario y sombras de Castillo, el virus de la sociedad estamental parece contaminar las recusaciones parlamentarias de 12 nombramientos ministeriales con mosqueantes audios, imputaciones mediáticas y pretéritas simpatías senderistas. La alcurnia blanca de uno de los países más conservadores de América Latina no quiere a un cholo subversivo en la Casa de Pizarro. La anarcosindicalista Infantes también revolucionó La Paz con sus protestas de 1935 contra el pensamiento racista, clasista y patriarcal, la explotación de las trabajadoras domésticas y el matrimonio, que tenía por negocio de curas y notarios.
Mario Vargas Llosa escribió en La utopía arcaica: José María Arguedas y las ficciones del indigenismo que el racismo era omnipresente en la serranía: los blancos desprecian a los indios y a los mestizos, los mestizos, a los indios, alentando un sordo resentimiento contra los blancos, y todos ellos desprecian a los negros. Los años pasan pero el prejuicio permanece. El indígena reivindicador de derechos fue satanizado durante generaciones inoculándole su inferioridad y predestinación al vasallaje, estableciéndose jerarquías asociadas al sexo y la raza, naturalizadas como eternas.
Castillo se acerca al semestre reiterándose contra la desigualdad y la pobreza, más enemigas de la democracia y los derechos civiles que las previsibles estatizaciones de un mandatario abducido por el conservadurismo social y la república de Dios del XVI, vivificada en su rechazo del aborto, el matrimonio homosexual y la igualdad de género en el currículum escolar. El intruso afronta maquinaciones para derrocarlo con el artículo constitucional que autoriza su destitución por “incapacidad moral”, o sea corrupción, idiocia gubernamental o mal de altura, según convenga a la guillotina del Congreso.
Resultan hirientes las invocaciones a la moralidad en un país baqueteado por indecencias legalizadas, por principios, valores y conceptos fabricados para la aniquilación política. Si por sus obras los conoceréis, las del segregacionismo institucional son odiosas. Las realizaciones de Castillo aún no son objetivables porque batalla a diario con una oposición empeñada en expulsarle, casi como cuando las señoronas paceñas pedían a la autoridad que desalojase de los tranvías públicos a las cholas de pollera y canasta porque olían mal y los mimbres del cesto les rasgaban las medias.
2 comments
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